He andado cientos de valles,
pero ninguno como en el
que ahora se posa mi ser.
Extrañado, antes de bajar
mi vista siento por mis pies
desnudos: calor, fijación.
Húmedo. Estoy en tu lengua
¿Qué hago aquí?¿es un sueño?
¿o una mala pesadilla?
Mi mente de tanto idearte
aquí es donde me ha conducido.
Increíble, voy a pasearme.
Salto y llego a tus suaves labios,
curvos, son envoltura de
la entrada al placer de tu amor.
Vedado a mí como a tantos.
Los ignoro y abandono,
dejando atrás tu nariz
por no afearte. Tomo las
pestañas y contemplo tus
ojos ¡Qué bellos! puerta al alma.
Estás ofuscada y cansada
¿acaso sabes lo que quieres?
chica, pareces confundida.
Sin más me aferro a tu pelo
que como algunas noches has
trenzado... ¡Próxima estación!
Caigo sobre la agradable
onda que producen tus nalgas.
Vestida en vaquero, me voy.
Bajo a las piernas, quizás lo
menos brillante de tu cuerpo,
huyo no vayan a romperse.
De manera que a los gemelos
doy la vuelta y subo por
el pantalón a la cintura.
Dulce música tus caderas,
perdición para el más cuerdo,
seductoras. Mejor las dejo.
Ya que decidí llegar a
tu tronco, envuelto en camisa.
Permanezco en la garganta.
Pendiente escarpada que levo
cogiendo tus cabellos hasta
llegar de nuevo a tu boca.
Adorable, me encantaría
visitarla mediante mis
labios; pero ya estás lejos.
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Escrito por Fernando José Cabezón Arnaldos,
me reservo todos los derechos del escrito.
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