viernes, 31 de diciembre de 2010

Arcoíris

Soy el arcoíris.
Hijo del sol
y de la lluvia

Soy el esfuerzo,
la recompensa,
la esperanza.

Día gris que
proveyó rayos
de luz intensa.

No hay empresa
que se resista
a mi poder.

Consistente en
lucha, trabajo
y amor sincero.

Mediante estos
ando encontrando
felicidad.

PD: Feliz año nuevo.

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Escrito por Fernando José Cabezón Arnaldos,
me reservo todos los derechos del escrito.

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martes, 28 de diciembre de 2010

Recorrido sensorial

He andado cientos de valles,
pero ninguno como en el
que ahora se posa mi ser.

Extrañado, antes de bajar
mi vista siento por mis pies
desnudos: calor, fijación.

Húmedo. Estoy en tu lengua
¿Qué hago aquí?¿es un sueño?
¿o una mala pesadilla?

Mi mente de tanto idearte
aquí es donde me ha conducido.
Increíble, voy a pasearme.

Salto y llego a tus suaves labios,
curvos, son envoltura de
la entrada al placer de tu amor.

Vedado a mí como a tantos.
Los ignoro y abandono,
dejando atrás tu nariz

por no afearte. Tomo las
pestañas y contemplo tus
ojos ¡Qué bellos! puerta al alma.

Estás ofuscada y cansada
¿acaso sabes lo que quieres?
chica, pareces confundida.

Sin más me aferro a tu pelo
que como algunas noches has
trenzado... ¡Próxima estación!

Caigo sobre la agradable
onda que producen tus nalgas.
Vestida en vaquero, me voy.

Bajo a las piernas, quizás lo
menos brillante de tu cuerpo,
huyo no vayan a romperse.

De manera que a los gemelos
doy la vuelta y subo por
el pantalón a la cintura.

Dulce música tus caderas,
perdición para el más cuerdo,
seductoras. Mejor las dejo.

Ya que decidí llegar a
tu tronco, envuelto en camisa.
Permanezco en la garganta.

Pendiente escarpada que levo
cogiendo tus cabellos hasta
llegar de nuevo a tu boca.

Adorable, me encantaría
visitarla mediante mis
labios; pero ya estás lejos.

---

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viernes, 24 de diciembre de 2010

Mi regalo de navidad

La verdad y la mentira

Un día se encontraron la verdad y la mentira, el tiempo era esplendido. Ambas caminaban por unas bellas colinas verdes que dejaban ver cuando subías a su cima, a un lado, más y más bajos montes, al otro, el inmenso mar. El sol brillaba sobre sus seres, este se encontraba rodeado del reflejo liso del mar a su alrededor. Sin embargo la mentira estaba muy triste, de lo que la verdad se percató.

- ¿Qué te pasa? – preguntó la verdad interesada.

- ¿A mí? – a la mentira le sorprendió que se preocuparan con ella; rápidamente asumió una pose segura y fuerte – nada, de hecho hoy me encuentro especialmente bien ¿Y tú?

- Yo también, sólo me había parecido verte un tanto desanimada.

- Oh, no. Las cosas no podrían irme mejor. Cada día soy más popular y querida que el anterior, lo que hace que la consideración positiva hacia mí aumente.

- Ah, qué pena – suspiró la verdad.

- Sin embargo a ti no te va tan bien si no me equivoco; me he enterado de que tras utilizarte, las personas se sienten extrañas porque los que están con ellos los miran raros.

- Bueno, yo me encuentro tranquila. Quienes quieren ser partícipes de mí son siempre bienvenidos. Es cierto que de un tiempo a acá las cosas han estado cambiando, menos personas embellecen sus actos y palabras con mi presencia. Pero en realidad lo que ocurre es que una vez que, por casualidad o adrede, alguien viene a mi lado, luego no se va. Se siente cómoda, libre.

- ¡No! – mintió la mentira – las cosas no son así – y atrapada en su mentira, huyó sin más.

Al siguiente día la verdad se bañaba, jugaba con las olas, hablaba con la espuma y descubría en las entrañas del mar lugares antes desconocidos. A lo lejos, en la arena, la verdad vio que la mentira, a ratos se echaba sobre una toalla, a ratos se erguía y miraba la inmensidad que tenía en frente. El mar también se percató de la presencia de esta; como consecuencia su interior empezó a agitarse hasta embravecer y rugir.

- ¿Qué te pasa? – preguntó gritando la verdad.

- Es ella, no me gusta verla por aquí.

- ¿Por qué? - se extrañó.

- Cuando me toca me mancha. Además siempre está deseando entrar en mí, pero no flota, hundiéndose y teniendo que ir alguno de mis amigos a buscarla. Sin embargo ella sigue viniendo y mirando con deseo.

- ¡Ah! Pobrecita ¿no?

- A veces me compadezco, en otras ocasiones sólo quiero que desaparezca.

La verdad, apenada por lo que acababa de escuchar, ligera salió de aquel bello espacio y llegó hasta la toalla donde la mentira se encontraba recostada.

- Me tapas el sol.

- Ups, lo siento. Estoy mojada ¿tienes una toalla más?

- No – pero la verdad vio que la mentira apoyaba su cuello sobre otra.

- Jo ¿te apetece bañarte? el mar hoy está esplendido, radiante; verás, cada día que pasa lo encuentro más apetecible que el anterior ¿puede ser así? – la verdad se perdió en sus pensamientos.

- Quizás estaría bien – respondió la mentira.

- ¿Qué?

- Bañarnos.

- ¡Ah! De acuerdo, pero luego me prestas la otra toalla que tienes ahí.

- Vale - contestó con cierto grado de verosimilitud, aunque quizás sólo fuera un reflejo-

El mar no daba crédito; la mentira, acompañada de la verdad, andaba hacia su ser. Acto seguido ambas se introducían en él, sentía una extraña sensación de seguridad y desapego. Amaba a la verdad y detestaba a la mentira. Deseaba al mismo tiempo enviarles una ola para que se divirtieran y mandarles un maremoto para que se hundieran.

Los peces que rodeaban a la mentira trataban escapar o fallecían, los vegetales se marchitaban y la arena oscurecía. Mas todo el mar al sentir que a la mentira la acompañaba la verdad, se estremecía menos.

- ¿Qué tal? ¿No te dije que era maravilloso? – expresó la verdad.

Y de hecho, aun sintiendo las malas vibraciones que producía el mar; al ir junto a la verdad estaba siendo recibida mejor que nunca. Empezó hasta a esbozar una sonrisa, pero no como las que solía dibujar en su rostro, sino una producida por la bondad. Las compañeras continuaron sumergiéndose hasta que inevitablemente la mentira se hundió. Presurosa la verdad fue a auxiliarla y pensando que esto era lo mejor, la llevó fuera del amor, que como no podía ser de otra manera, no podía haber sido capaz de soportar el peso de la mentira.

Al fin en tierra firme y recuperada la mentira, corrió hasta su toalla para alejarse de la verdad. Se sentía peor que antes de haberse encontrado con su opuesto. La verdad arribó hasta su ser y la mentira sin mirarla le tendió la prometida toalla. Alegre la verdad al comprobar que su compañera cumplía con su palabra, se dispuso a tomarla. Entonces aquella, rabiosa, la llenó de arena.

- ¡Cógela si quieres! – la verdad sin saber qué contestar, se quedó simplemente observando a su amiga. Esta incómoda continuó reprochándole - ¿estás ahora contenta? Después de haberme humillado y por poco ahogado.

- Yo no quería que…

- ¡Calla mentirosa!

- Pero…

- ¿Qué?

- Quizás si mintieras menos podrías disfrutar del mar.

- ¿Acaso es este tan importante? No es más que una inmensidad ingrata, un club selecto al que sólo unos pocos pueden entrar.

- Te equivocas.

- Estúpida – espetó la mentira y tomando sus toallas se alejó.

La verdad se sentó sobre la arena y jugó con ella. Tomaba un puñado, lo apretaba y esta se le escapaba, mas unos granos se quedaban con ella. Esto le alegro y pensó durante un rato que sus acciones valían la pena. Sin embargo no podía olvidarse de la mentira, sola y triste, la mentira sabía que la utilizaban para luego deshacerse de ella, la olvidaban hasta que de nuevo acudían a ella. La mentira mil veces se hubiera deshecho de los mentirosos, mas sin ellos no podía existir.

La mentira se mentía diciéndose que en realidad era apreciada, pero hasta ella sabía que la querida era la verdad.

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¿Sabes?

Tú y yo pudimos ser más de lo que fuimos
y somos menos de lo que podría haber
sido. Nos deseábamos con la mirada,
vacuo nuestro cuerpo de impulso vencedor.

Somos:

Una promesa que se escapa en el aire.
Dulce suspiro yermo tras dejar los labios.
Dos extraños en un ambiente familiar.
Humo de una hoguera que no da calor.

Fuimos:

Chicos perdidos una noche como otra.
Hijos sin rumbo ignorantes de su fin.
Días heridos por un sol que no alumbra.
Manos capaces productoras de vacío.

Eres:

Un alma perdida en medio de la noche.

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miércoles, 15 de diciembre de 2010

Caballero del sudor y el esfuerzo

Para los caballeros sin espada
que andan por el mundo.

Valiente señor me dirijo a usted
para darle la enhorabuena por
su incomparable fuerza, valedora
de muchos, mejores y dignos poemas.

Allá va con su lanza como emblema,
que puede ser lápiz o puños desnudos,
luchadores, recios y trabajadores,
cavan y moldean su propio destino.

No lleva casco debido a que éste
le asfixia y ciega, usted ha preferido
el aire libre con su realidad,
que, a veces, produce profunda pena.

Sin coraza y escudo más que el
de su intelecto, en ciertas ocasiones
incapaz frente a su burlona locura,
ignorancia, que responde con vacío.

Éste pleno de mentiras que rodean
su figura, que grita desde lo más
hondo de su ser, consciente de lo herido
y desgraciado que sin su amor se siente.

La salvación sólo la produjo ella,
mas ahora la chica se ha ido
¿qué será de usted? anda obnubilado,
paso errante, vida que se debilita.

Caballero del sudor y el esfuerzo,
caballero armado con la razón,
caballero que lleva el corazón en
la mano, éste propaga su amor.

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sábado, 11 de diciembre de 2010

Canto a la Sirena

Nuestras miradas se cruzan,
disfuto de tu llamada,
la esquivo, rodeo y salto
para eludir tu canto.

Sirena con la que quiero
hundirme en el mar; perderme,
no volverme a encontrar.
Ningún lugar como tú.

¡Amor condúceme a ti!
Ya que seré feliz si
siento tu calor junto a
mí ¿Jugamos a querernos?

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Creadores

Ya llegaron los mentirosos.
Sólo cuentan medias verdades,
realidades expresadas
con música, imagen o letra.

Vinieron y nos fastidiaron,
haciéndonos querer vivir
como ellos, para después
entender que no es posible.

Han llegado los mentirosos,
que contagiaron su alegría.
Están conmigo y pertenezco
a ellos. Soy una parte más.

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viernes, 10 de diciembre de 2010

Vaya...

Desfase capado,
vergüenza ha de daros.
Unos viejos carcas
que olvidaron a la felicidad.

Os reunís junto a
la mesa, bebéis
sosegadamente,
reis escondiendo vuestra rota sonrisa.

¿Qué fue de la vida
destapada? caja
de males y bienes
abierta. Pandora pura en esencia.

La esperanza se
me cae al veros.
Un día tendré
vuestra edad, mas huiré de esa mentira.

Juguetes carentes
de vida, que creen
compartir momentos
verdaderos ¡Ja! La muerte os acompaña.

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Caída

Segundos antes del declive
el poder desaparece y
sólo quedan almas desnudas
mirándose desamparadas.

No me entiendo ¿quién me habita?
No me reconozco ¿quién soy yo?
¿Quién ha usurpado mi trono?
¿Adónde he ido a parar?

La caída es imparable.
Dos se miran en el espejo,
el uno al otro, otro al uno.
Afirman: ya no somos nadie.

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¡Aléjate!

Tú, una coloso, gigante incontrolable,
inapresable. No sé si eres tú o
el amor. Desconozco si en realidad
eres tan grande. Pero no puedo contigo, soy incapaz.

Vas a ser el vórtice di mi huracán.
El abismo por el que caiga ¿sin querer?
El rayo que me parta una tarde de invierno
en la que el frío nos cazara y yo me recogiera en ti.

¡Aléjate! Déjame y no te acerques,
porque te juro que no sé lo que haré.
De primeras acariciar, tocar ¡sentirte!
Tenerte como si fueras mía, aunque seas inalcanzable.

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Gracias a Carlos por el término.

Tienes textura y más allá:
una fragancia especial,
banda sonora a cada paso,
una imagen espectacular.

Gigante pelo rubio, morena.
No sigas caminando hacia mí.
Empequeñezco cuando te veo
porque quizás no vuelvas aquí.

Como si los roles se inviertieran,
la enana es ahora coloso,
los medianos pierden estatura,
los grandes permanecen igual.

Miro arriba, percibo tu estatua;
la que recorro parte a parte.
Ojalá fuera rey para así
enamorarte ¿voy a por ti?

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sábado, 27 de noviembre de 2010

Fin. Fiesta. Final.

Para Julia

Dio una voz en la calle mayor:
- ¡Vengan todos a mi fiesta1 - clamó.
Atento entero mi ser escuchó.
expectante, feliz, se presentó.

A partir de ahí lo demas son
especulaciones de creador,
historias de un digno soñador
cuya locura no conoce fin, no.

Las estrellas nos acompañaron
en la oscura noche de invierno,
y gracias a su velo mágico
llegamos al hogar metálico.

Una copa sirvieron y dijeron:
- Que nunca el aire toque su fondo.
Motivo ella de celebración,
empezó la fiesta sin dilación.

Recuerdo una actuación
que sin duda me sorprendió,
loca la mente del humano
que hace algo con amor.

Pues enamorados llegaron:
de vivencias y alcohol.
Tras la dura noche, cansado,
bajó el telón. El final llegó.

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Diosa

¿Alcanzable?
Nada de lo terreno
nunca me pareció
tan cercano y lejano
a la vez.

Quisiera tocarte,
abrazarte, besarte,
sentirte, amarte.
Teniéndonos noches
que ignoraran los días.

Bella escultura,
morena bandera
de ensoñaciones
y almas rotas.
Amor, pura esencia.

PD: La segunda estrofa está desajustada (y si la comparas con las demás no hay cohesión) y la rima es un tanto caótica. Que no se me pida mucho en materia poética :)

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sábado, 6 de noviembre de 2010

Al niño de la hoja

Su sonrisa, saludo,
el porqué de su nombre.
Admirado prudente
siempre con un papel
para no olvidar.

Posees más bondades:
-Hola - dices, saludas
y sonríes. Observas
a aludido, esperas
respuesta, oyes silencio.

Listo por lo que venga
sueles ir arreglado,
dispuesto por todo.
Cadazor atrapado
en una mente frágil.

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01.11.2010

Y te llaman cantaor de lo bello,
mago conversor de la realidad,
capaz de transformar todo en bondad.
Y yo declaro: poeta de la vida.

¿Qué hacer para ver las cosas así?
Lo primero, único y fundamental
es dar las gracias a lo que te ronda.
Ejemplo: un buen día ¡Qué alegría!

Ya que sintiendo como tú lo haces
el ambiente más bonito será.
Dibujando esa línea en la faz,
nuestro corazón clamará: ¡sonría!

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Sonrisa y sonriente

No tengas miedo,
alza tu faz
y mira al frente.
Muestra vida,
para ti, sonríe.

Olvida el pesar
que te abruma y
educa los rostros
sombríos y tristes,
dibuja la línea.

Sé ejemplo magno para
este pueblo perdido
que a ti ignoró.
Te admiro más que a nada,
alma plena de bondad.

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martes, 2 de noviembre de 2010

30.10.10

Su belleza me turbó
hasta hacerme sentir
cohibido. Alma inmadura
encerrada en cuerpo de mujer.

Me compadezco de ti
por ser quien te ha tocado.
Torre por tu altura, combinado
con los movimientos del alfil,
limitada a la razón
del peón, cuerpo de reina.

Capaz de ser la pieza que falta
en un rompecabezas de amor.
Deseo tu prosperidad
sin frenos por la maleza.

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jueves, 21 de octubre de 2010

Dolor de estomago

Sentado en la silla, el plato ha llegado. Tus tripas rugen y aun así lo miras preguntándote si podrás con él. Pruebas bocado y ¡Oh, no! Como un grito de socorro, buscando algo a lo que aferrarte, encuentras un mensaje en tu mente: ¡Quiero que exista el mundo de las ideas y que los reflejos entonces sean más parecidos!

Nunca había sentido tal necesidad, hasta ese momento no había empatizado con Platón pero en la desesperanza necesitas un resquicio a lo que acogerte ¿De verdad esto es real? ¿Habrá una idea que concuerde con lo que ante mí encuentro? ¿Acaso el cocinero no habrá realizado más que una de copia de la copia que él observo de otro?

Discretamente poso mi mirar en los que me acompañan. Con naturalidad, toman sus alimentos, con gracia charlan y ríen. Dos mesas más a la derecha veo que una persona toma lo mismo que yo; su cara no revela espanto ¿Se me notará a mí? ¿No estará tan malo? ¿Es que en realidad no tengo educado el paladar, o ese señor lleva una máscara?

Sigues comiendo, refutas tu percepción, está muy malo, entonces te libras de dudas: lleva una careta. Sin embargo, más y más llevas a la boca puesto que engulliendo no saboreas y por tanto te libras de tal horror. Va desapareciendo, pero ¡Joder! Tu mente protesta, tu boca se queja cada vez que ha de abrirse y cada nueva ingesta es como una losa que cae en el fondo de tu estómago ¿Podré con ello?

Planteas nuevas estrategias ¿Y si lo dejo un poco y luego vuelvo a por él? ¿Pero seré capaz de retomarlo? Si lo abandono durante mucho tiempo llamaré la atención y si declaro que no me gusta causaré mala impresión. Te decides, atacas, la constancia ha sido tu aliada y seguirá acompañándote, observas como apenas quedan dos o tres bocados, pero de repente, sin esperarlo te lanzan un dardo venenoso:

- ¿Te gusta?

Alzas la cabeza y diriges tu vista hacia la ocurrente emisora que dijo esa innecesaria pulla que te ha dañado, tratas de emular al enmascarado y dibujas en tu rostro una sonrisa:

- Está buenísimo – ya se la devolverás piensas.

Todos contentos cada uno sigue a lo suyo, sólo un poco más ¡Terminas! Recuperas la consciencia temporal y miras a tu alrededor, el restaurante está cerrando y tus acompañantes toman café.

- Lo has disfrutado eh, porque nos ha dado tiempo de ir a nuestras casas y volver.

- Sí, lo has degustado segundo a segundo.

- Podrías haber compartido para que probasemos tu placer.


Los miras y te hundes ¿Hablan en serio? Desconocen lo que has sufrido; sonriendo, te excusas y anuncias que vas al baño, vomitas lo digerido y observas el cuadro, váter salpicado y lleno de pota. Ahora tiene mejor pinta.


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domingo, 17 de octubre de 2010

No hay más ciego que el que no quiere ver.

Para el señor maloliente que a veces tengo el placer de tener al lado en el ordenador de la biblioteca.

La ves, y te entra pavor ¿será ésa la razón por la que no terminé con ella anoche? O quizás eran mis dientes amarillentos, papada grasienta y treinta kilogramos de sobrepeso. No, fue por ella ¿Y si no la tuviera? Todo cambiaría quizás. Puede que el devenir de mi historia diera un vuelco y esto influyera en el resto de los seres de la tierra. Posiblemente nada sería lo mismo.

Me acomodo en el sofá y enciendo el televisor ¡pero éste no puede distraerme! Mi mente sólo ve esa imagen ¡Oh, no! ¿Qué será de mí? Estoy seguro que fue su culpa, no imagino otra razón. Recuerdo cómo me acerqué a su lado y poco a poco puse mi boca en su oreja:

- ¿Quieres bailar conmigo? – le grité.

Se sobresaltó, no era mi intención, la música tan alta y todos bailando, además, la cotorra de su amiga no paraba de contarle que aquella misma tarde el móvil se le había caído al váter y había tenido que agacharse y cogerlo, perdiendo en el acto dos uñas de porcelana y ganando un chichón en su frente disimulado por una cortina de pelo que ella no paraba de correr para mostrárselo a su amiga; con lo que al final más de la mitad de las personas habidas en la discoteca lo vio.

Me miró, su cuello sudoroso se alzó y luego bajó, dos veces repitió esta acción, entonces… ¡No puedo seguir! Porque la imagen no se escapa de mi cabeza ¿qué puedo hacer yo para cambiarlo? Me levanto, miro en los espejos y no puedo frenarme. Monto en el automóvil, pongo la radio y giro las llaves, el coche arranca.

Recuerdo perfectamente lo que ocurrió luego. Su melena negra hasta la cintura ondeándose al compás de la música cuando la invité a la primera copa, arrítmicamente tras la cuarta. Sus ojos tan oscuros y pequeños, ilocalizables a no ser por sus venillas rojas provocadas el cansancio, humo y alcohol; y los cuales actuaban como un faro. Su ancha y desproporcionada nariz, gruesos labios como salchichas. Sus pechos caídos aun llevando ese sujetador dos tallas más pequeñas para que estuvieran más concentrados. Ella entera personifica la perfecta belleza armónica subjetiva, la cual también estaba formada por un sinfín de recoveco por donde mi imaginación se perdía. Bajo su oloroso sobaco, entre el pliegue de su busto con su barriga, como el relleno de un sándwich entre sus michelines ¿cómo no perderme por su metro cincuenta de altura, cien kilogramos de peso y su ciento diez, noventa, noventa? Era mi diosa.

Aparqué el coche y crucé las puertas que se abrieron medio minutos antes de que yo llegara (¡bendita barriga!). Fui hasta la sección de higiene corporal, champús etc. Cogí el único remedio que conocía y me dirigí hasta la caja. Pagué en efectivo, encendí de nuevo el motor y llegué hasta mi casa.

¿Cómo no recordar cuando ella salió del automóvil? Chocando su cabeza contra el techo y pillándose los dedos al cerrar la puerta. Sólo su grito me hizo imaginar lo que podría disfrutar en la cama. Como un ritual de amor el preparé una nueva copa y envolví un par de hielos en una bolsa. Éstos, antes de llegar a su mano fueron previamente frotados contra mi entrepierna, mi calentura había de ser bajada y así quizás el contacto dedo-olor la seducía.

¡Oh! Cuando entró en el cuarto de baño llorando por el sangrar de su dedo. Puse música suave, Don Omar atravesó el hogar con su melodiosa voz. Mientras, me deshice de la chaqueta, después poco a poco desabotoné la camisa, imaginando tenerla ante mí, me quité el cinturón ¡Qué alivio! Mi barriga pendiendo, pero el placer máximo fue cuando abandoné los pantalones y los calzoncillos. Como un coloso con los brazos abiertos, de frente tras la puerta del baño.

- ¿Cómo estás cariño? – pregunté lo más románticamente que pude y la puerta se abrió-.

- Mejor, siento que ¡Oh! ¡No!

Entonces pudo observar mis varices y el vello sudado que se introducía en todas las partes de mi cuerpo cintura para abajo; un movimiento de mi ceja a continuación indicándole que allí estaba entero para ella. Se aferró al bolso, fue a la entrada y salió con un sonoro portazo.

Ahora estoy delante de mi espejo, he protegido mis manos con un par de guantes, una toalla sobre mis hombros. Tengo en una mano el pincel y en otra el producto ¡Sí! Me he visto mi primera cana, y ésta es la única manera de recuperar mi atractivo. Tras aplicarme el producto y esperar media hora me ducho. Entonces sonrío al espejo y pienso que de nuevo, vuelvo a ser irresistible.

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sábado, 16 de octubre de 2010

Elegía a la muerte de nuestra unión

Para Alberto, Rosa, Ramón, Lorena y Rebeca.

Desperté en el sofá verde y lo primero que se me ocurrió fue cuándo me había quedado dormido. Seguido a esto me levanté, puse la camiseta y abrí la puerta del cuarto de su madre donde suponía que ella se encontraba. Lorena, apenas tapada con una fina sábana yacía con Javier, su novio. No quise despertarlos así que busqué en la cocina y el otro dormitorio encontrándome el resto de las dependencias vacías. Como un alma que deja su cuerpo, abandoné aquella casa.

El día en el que me había despertado era sábado, eso lo recordaba. Con frío debido a la hora tan temprana a la que recorría las calles y al malestar de mi cuerpo, crucé a paso ligero a través de las escasas barriadas que separaban su hogar del mío. Como un rayo pasé el túnel, ése por el que no me gusta dejarme caer, y como un meteorito caí sobre mi cama buscando el descanso.

Sin poder dormir me dirigí hasta el cuarto de baño y empecé a vomitar. Hasta tres visitas le hice limpiando mi ser, éstas, fueron intercaladas entre periodos de vigilia en los que cerraba los ojos y seguía encontrando las misma pregunta sin respuesta:¿cuándo me quedé ayer dormido? Y ¿qué fue de nosotros?

Comida ligera, llamada a Alberto, ninguna respuesta, echarme la siesta, pensar en ir a correr, quedarme leyendo, sino, dormido. Levantarme picar, sentirme a cada minuto más fuerte, estar con mis gatos, hablar con mi familia, llamar a Ramón, cenar y dormir.

Llegó el domingo y de nuevo a horas utilizadas comúnmente para disfrutar de la magia de Morfeo echaba yo a andar. Entro en la biblioteca, esa ciudadela por la que puedo perderme entres sus varios laberintos de libros, discos y películas; buscar la salida en algún ordenador o encontrarme a mi mismo leyendo o estudiando, en definitiva, descubriendo. Me decanto por la segunda opción, me conecto y veo fotos de la noche de la fiesta. Comiendo, bebiendo, sus regalos, todos juntos, sin camiseta, caras de alegría, sorpresa, gritos, tras la piscina, llega la tarta, se soplan las velas, el deseo y fin. Envío un par de mensaje privados a través del servicio que ofrece la comunidad esperando contestación. Ninguno de los participantes de aquel día estaba, así que mi visita a la red fue infructífera.

Por la tarde, en el locutorio cercano a mi casa repito la operación encontrándome uan escueta respuesta entre interrogaciones:

“¿Recuerdas algo de anoche?”

Al no encontrarse en el Chat y siendo improbable coincidir con él en el lapso de tiempo en el que yo iba a estar conectado, decidí hablar la próxima mañana con él.

- Casi nada o nada, es la respuesta a tu pregunta - le dije a la cara el día siguiente.

- Ah, entonces te lo perdiste todo.

- Qué locuaz, me parece que eres capaz de hablar de manera más esclarecedora.

- Todo ha terminado ¿así te vale?

- Con todo ¿a qué te refieres?

- A nosotros, ayer era nuestra reunión de despedida – lo mire con los ojos como platos exhortándolo a que me diera más información – era nuestra última cena, el adiós y hasta la vista, eso sí, procura no encontrarme, o, un hasta nunca aunque sé feliz.

- ¿Por qué?

- Cambiamos, nos hacemos mayores, evolucionamos, conocemos nuevas personas y queremos volar solos.

- Ah – dije suspirando – vale.

- El grupo se convierte en un reflejo de lo que tú le das a él. En este caso se extinguió cuando ya nadie tenía nada más que aportar o sus integrantes buscaban cosas distintas – por respuesta un silencio-.

- Te perdiste nuestro funeral – me dijo.

- Creí que era un cumpleaños.

Una sonrisa irónica se dibujó en nuestros labios y ése fue mi adiós.

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Escrito por Fernando José Cabezón Arnaldos,
me reservo todos los derechos del escrito.

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lunes, 11 de octubre de 2010

¿Qué puedes enseñarme tú sobre el amor?

Un grito ahogado pudo ser percibido por los otros dos ocupantes de la casa. Pedro, con su boca mordiendo la almohada y acostado boca abajo con los ojos cerrados se lamentaba con gruñidos y maldiciones.

- ¡Mierda! ¡Joder! Asco de familia – alcanzaba a oírse entre los sollozos –

Al minuto, una señora entró y le preguntó cómo se encontraba:

- ¡Vete! – aulló éste.

Y ella, su madre, apenas se ofreció a llevarle alguna bebida y se escondió de nuevo al otro lado de la puerta.

- ¿Dónde habrán de estar mis padres? ¿Cuándo los perdí?

Se vistió, calzándose unos tenis blancos, vaqueros claros y camiseta turquesa, se miró al espejo trató de ordenarse un poco su pelo rubio provocando el efecto contrario al deseado y secándose los rastros de lágrimas que quedaban en sus ojos azules, salió de su habitación para abandonar aquella casa. Cerró dando un sonoro portazo y cuando ya había bajado las escaleras escuchó cómo ésta se abría y de ella salía de nuevo la voz de esa mujer “hijo ¿dónde vas? Vuelve, no te enfades” ”Déjalo Isabel” el eco de la voz de un señor sonó en el pasillo, pero el ya se había ido.

Con las manos en los bolsillos, reflexivo y ensimismado echó a andar. Pronto pensó que le faltaba un sudadera porque el otoño había llegado y en la calle refrescaba, sin embargo, aun con el frío impuesto no pensó en volver. Sacó el móvil y llamó a Elena:

- ¿Cómo estás nena?

- Bien ¿y tú? ¿estás en casa?

- No, la dejé hace poco; por mí no te preocupes, pero ¿te encuentras sola?

- Vente si quieres.

Con un rumbo determinado cruzó las calles como un rayo veloz sin detenerse ante nada. Al fin, llegó a unos pisos de color amarillo que se encontraba por el área sur. “3ºA” ilustraba un pequeño cartel al lado de un botón metálico, lo tocó:

- ¿Sí?

- Soy yo.

Acto seguido un ruidoso sonido emergió cercano al portalón de la entrada que le indicó que podía pasar. Empujó y se dirigió al ascensor, primer piso; acostumbraba a subir las escaleras pero en tardes como aquella, hasta este mínimo esfuerzo le costaba. Un interruptor, presión y din-don, puerta abierta y su chica querida apareció tras ésta, se dieron un fugaz beso y ella informó:

- Mi padre está aquí.

- ¿No me dijiste que estabas sola?

- Acaba de llegar.

- Vale, no pasa nada – juntaron de nuevo sus labios y Enrique, señor de cuarenta y cinco años casi totalmente calvo y vestido con una camiseta de tirantes blanca sucia que marcaba su abultada barriga junto con unos pantalones azules de trabajo (pies al aire para que transpiraran tras horas de llevar las botas del oficio), electricista y chapuzas a veces, vio desde el salón a través del gran cristal que había en la entrada el reflejo recortado de la pareja.

Su voz resonó en el hogar “¡para hacer eso id al cuarto por favor!” llevó la cerveza que había a su izquierda, en el reposabrazos del sofá, a los labios y siguió mirando el televisor sin enterarse de lo que éste mostraba; al menos, había arrancado una sonrisa en los jóvenes, que era su objetivo.

Un saludo por parte del invitado y luego guiados por la recomendación de su suegro, ella lo encaminó a través de un pasillo en el que varias puertas escondían los secretos de la casa. Excepto una, por la que iban a pasar. Atravesado el marco y cerrada ésta, habiendo pasado el último Pedro, ella lo empujó levemente hasta chocarlo contra el pomo y lo besó durante cortos (para su sensación) segundos. Él la apartó y la llevó hasta la cama donde echados (ella sobre él) siguieron algo más hasta que Elena paró.

- ¿Qué te pasa? – preguntó al haber apartado su rostro por el poco interés que impregnaba éste al acto -

- Estoy jodido – contestó Pedro.

- ¿Otra vez tu familia?

- Sí, ellos – se bajó de su cuerpo y se colocó junto a él, tendidos los dos sobre la cama mirando al techo y con las manos entrelazadas –

- ¿Ha ocurrido algo nuevo?

- Han discutido, el uno reprochaba a la otra esta vez. No puedo con los dos – ella se volvió para mirarlo y acariciar su cara –

- Déjalos; trata de olvidarlos.

- ¿Cómo hacerlo cuando vives pared con pared y una mínima alteración del tono se escucha a través de los finos muros? – como respuesta ella suspiró y afirmó:

- Me tienes a mí chico.

- Lo sé, y eso es lo que me salva – despejó la frente de sus cabellos y allí colocó un beso, luego volvió a su postura y ella viró hasta abrazarlo.

No dejaron más que correr un rato el tiempo, disfrutando el uno del otro y observando la temprana llegada de la noche a través de la ventana del cuarto. Él rompió el silencio:

- Pero es que no los aguanto – siguió con el tema. Y ella suspiró mentalmente además de fruncir el ceño. Quería y deseaba escucharlo para que se desahogara, pero odiaba notarlo frustrado, irritado, dolido.


- Vente a vivir conmigo – Pedro escuchó su comentario pero lo dejó pesar manifestando que lo había recogido besándola de nuevo en la cabeza.

- Si no se quieren ¿Por qué siguen juntos? – su voz se tornaba dolida - ¿No entienden que sólo se hacen daño? ¿que me hieren a mí?

- No puedes hacer nada al respecto, trata de que te afecte lo menos posible – él la escuchaba suspirando, habían hablado de lo mismo con similares respuestas durante semanas – además, como siempre te digo, éste es tu último año. Luego, libre – pronunció la última palabra con un tono optimista, feliz y luminoso, acompañándolo con una gran sonrisa –

- Luego libre – repitió las últimas palabras de su novia – ¿y adónde ir?

- Estudias alguna carrera.

- ¿Fuera de esta ciudad?

- A ser posible.

- ¿Y quién me lo paga? - ella calló la respuesta que rondaba su cabeza (- tus padres) y lo abrazó más fuerte – Sólo permitirán que me quede aquí, con ellos. Querrán que acabe a su manera.

- El año que viene tienes dieciocho, hacemos un hueco en mi casa y te estableces conmigo.

- Lo dices resuelta, como si no hubiera problemas en el asunto. En ese casual no habría estudios y tendría que empezar a trabajar.

- Lo sé.

- Ya… y tú sí cursarías una carrera y te quedarías con el paleto de tu novio o me dejarías tras descubrir lo ancho y largo que es el mundo. Quiero darte algo más chica, no me gustaría ser un cualquiera.

- No tienes por qué acabar así – dijo arada – además, no serías uno más ya que a diferencia de otros vivirás tu vida como quieres y serás feliz a mi lado.

- Seguiría sin ser suficiente para ti.

- Al parecer no me conoces – se mosqueaba –

- Espera, para – dijo él en voz baja y seria mientras miraba sus ojos – que ellos no perturben lo que tengo contigo – tomó su barbilla con los dedos. Observó su rostro, su despejada y limpia faz. De pelo castaño y blanca piel, cejas despejadas, ojos pequeños pero penetrantes, una nariz de proporciones medianas y una boquita con labios rosados. Se enamoró por trigésima vez desde que se habían conocido, acercó sus labios, abrieron sus bocas, se besaron.

***

La puerta de su casa cedió y pasó sin anunciar su llegada “¡Hijo! Tu madre ha dejado la cena en el microondas. Cuando termines ven al salón”.

¿No ha despegado el culo del sofá desde que me fui? De verdad.

Ligero terminó el plato y se dirigió con aquel señor. Un “dime” rápido, corto y seco inició la conversación entre padre e hijo, éste fue respondido por un “siéntate y charlamos un rato” “¿Qué vamos a hablar ya papá? ¿De la situación, de estos momentos? No tiene sentido darle más vueltas al asunto. Vosotros no vais a cambiar ni tratar de hacer las cosas como son”. Desenfundó las manos que llevaba atadas a los bolsillos de nuevo y dio un giro de noventa grados dirección puerta de salida con destino su cuarto “Las cosas no son tan sencillas” escuchó y no dio respuesta. Cerró las murallas que separaban su fuerte de aquella casa. Entonces se escucharon pasos que llegaron hasta la guarida. El padre aporreó la puerta y forcejeó con la cerradura “Abre ¿Quién crees que eres para irte y plantarme así?” Silencio “¡Vamos! ¡Ábreme!” “¿Qué habéis hecho mi madre y tú para no merecéroslo?” Un hombre cabizbajo y abatido se dio la vuelta y volvió al único lugar que creía que le pertenecía. Se sentó, puso las manos en sus rodillas, se quedó mirando sus cansados brazos, manos, piernas y luego alzó la cabeza y miró el televisor decidido a olvidar lo que había ocurrido.

A la mañana siguiente, cuando el sol aún no había salido, se despertó. Quitó el pestillo de su habitación y tras ducharse desayunó unas piezas de fruta y un par de tostadas acompañadas de leche y cacao. Cogió la mochila y se dirigió hasta su centro de estudio. En él pasó la mañana ignorando a sus profesores y viendo respetado su deseo de soledad manifestado además aquel día al sentarse solo en una de las mesas del fondo. Al llegar al recreo, con algunos compañeros salió del centro sin problemas. En un banco cercano a éste charlaron y fumaron. “¿Quieres?” le dijo uno “Yo de eso nada” respondió Pedro. Contaban que habían hecho el fin de semana “¿Y Tú Pedro? ¿Con la novia?” “La mayor parte del tiempo, para estar en casa tirado” entonó con resignación esto último “Pues anda que el de matemáticas te ha dejado por los suelos cuando has salido a la pizarra” “Asuntos menores” mostró una falsa sonrisa confiada. “Lo habéis hecho ya ¿no?” le preguntaron, “No es tu asunto chaval” “Tranquilo tío” respondió Miguel, un compañero, “Mira ¿quieres venirte pasado mañana a una fiesta?” “¿Dónde?” En casa de un amigo, habrá de todo. Y de paso me presentas a tu chica” “En unos días te contesto ¿cuánto dinero habría que llevar?” “En principio nada, es un colega pijo al que no le importa poner todo por delante” “Que así sea entonces” y de nuevo sus labios cambiaron hacia una mueca positiva.

Es una suerte que haya gilipollas como Miguel y capullos como sus amigos.

Terminó la jornada y sin parar por casa fue a la biblioteca. Allí, escondido y anónimo entre montones de libros y personas realizó un par de ejercicios y trató de estudiar aunque no terminaba de concentrarse. De todas formas al final de la tarde estuvo satisfecho con lo que había conseguido. Cenó, se encerró y ningún comentario respecto a la noche anterior. Oyó sus padres hablar entre ellos e imaginó que él era el tema central. De todas formas, no le dijeron nada.

Un nuevo día, el sol radiaba y la alegría lo inundaba por momentos. Llevaba más de un día sin escuchar una discusión y sin verse involucrado en una pelea entre sus padres.

¡Bien! – resonaba en su mente.

Tras las tres primeras horas de instituto llegó el descanso y una hora más libre porque el profesor había faltado. Así que le dio una llamada perdida a Elena y fue hasta su instituto, apenas a quince minutos del suyo. Llegó, tocó el interfono y abrieron la puerta. Un nuevo toque que informaba de su llegada y hasta el lugar donde solían sentarse ella y sus amigas se dirigió.

- ¿Qué haces aquí nene? – preguntó tras besarlo.

- Tenía ganas de verte. Estaba feliz y era buen momento para estar junto a ti.

- ¿Y eso? – sonrió - ¿Has aprobado algún examen complicado?

- ¡Qué va! Voy cuesta abajo, pero el silencio que ha reinado en mi casa llena mi alma.

- Qué profundo.

- Sí, lo leí en un libro – dijo con sorna - ¿Qué tal tu día?

- Bien, sin mucho ajetreo. Al parecer los profesores hoy han decidido descansar porque excusándose en que aprendiéramos a ser autónomos, alguno nos ha mandado tarea y casi se ha acostado sobre el escritorio.

- ¡Vaya! A eso lo llamo dar ejemplo.

“¿Los profesores son unos vagos” afirmó una chica con aguda y desagradable voz, siguió maldiciendo “sólo andan diciéndonos lo que tenemos que hacer y luego ellos no cumplen con sus obligaciones. Capullos” “Después de tantos años habiendo sufrido como alumno, lo único que quieren es devolvernos lo que ellos padecieron” contestó irónicamente Pedro, tono que la chica no captó “De verdad, con sus ropas de marca y maletines, de pie, mirándote por encima del hombro, creyéndose mejores que tú. No los soporto”

- ¿Cuántos exámenes lleva suspensos este curso? – susurró a Elena.

- Todos – contestó ella entre risas.

- Entiendo – y le devolvió el gesto junto con una mirada cómplice.

Ella tomó su mano y anunció que se iba con él. “Disfrutad” dijo la chica cuya voz sonaba como un silbato “No sabes cuanto” contestó él, a lo que su novia secundó con un nuevo beso cuando ya daban la espalda el resto de compañeras.

- ¿Sabes? No tengo ganas de dar clase.

- ¿Qué te toca?

- Lengua.

- Aburrida pero importante.

- Tengo cuatro horas a la semana, quizás si pierdo una, no pasa nada.

- Quizás – dijo en broma.

- Quizás prefiera estar contigo.

- Quizás simplemente fuera maravilloso.

- Entonces seamos libres.

Salieron del instituto sin necesidad de preocupaciones, la puerta se abría apenas alguien tiraba de ella. Cerca, un jardín se mostraba ante ellos, de modo que sobre la hierba se echaron abrazándose y perdiéndose en la compañía del otro.

- Como ves, sólo me hace faltas tú para estar a gusto.

- Esa frase podría ser mía – respondió ella.

- ¿En qué momento se pierde el amor?

- ¿Cuando el otro no tiene nada más que dar o mostrar? ¿cuándo la indiferencia hace acto de presencia?

- Y ¿por qué?

- Imagino que, las personas vamos evolucionando y si no cuidas el lazo que nos une, se rompe.

- Siempre te querré ¿vale?

- Me parece bien – dijo ella enérgicamente pero con un toque de humor.

El tiempo se les agotó y de mutuo acuerdo decidieron volver a sus clases. Cuando llegó a penúltima hora se enteró de que finalmente habían podido adelantar la última a cuarta con lo que tras la que iban a recibir podrían ir a casa. El hecho de perder una hora no le molestaba en exceso, pero que ésta hubiera sido con su tutor el cual los trataba como críos de primer año de instituto sí que le preocupaba. Era capaz de hasta llamar a sus padres.

Efectivamente, cuando hizo acto de presencia el ambiente lo notó enrarecido. Su madre aquella no trabajaría porque había alegado un dolor de cabeza y su padre se daría la tarde libre. De manera que comieron en silencio supuestamente alegres porque podrían pasar aquellas horas juntas de forma inesperada. El preludio a lo que más tarde tuviera que aguantar llegó en forma de pregunta “¿Qué tal las clases hijo?” preguntó su madre con demasiada inocencia “Bien” mientras engullía una cantidad excesiva de espaguetis trataba de responder de manera comprensible “Un profesor ha faltado” “Pero al final habéis dado clase ¿no?” Él cabeceó arriba y abajo debido a que era una forma más fácil y directa de mantener la conversación “quiero decir han, porque tú no estabas me ha dicho tu tutor” “Sí” su voz emergió de la caverna y por poco se atraganta con una nueva ración demasiada grande “toma agua y mastica antes de contestar Pedro” su padre el práctico había hablado, y de hecho tras obedecerle la comunicación fue más fluida “me dijeron que no se iba a poder adelantar la clase y por eso me fui” “pero tu deber es estar allí hijo mío, no puedes irte sin que lo sepa el centro, tu padre o yo ¿y si te hubiera pasado algo?” Pedro escuchaba incrédulo, empezaba a sentir que había vuelto a la infancia y debía ir acompañado de la mano con algún mayor por la calle “además ¿dónde has ido?” siguió su madre con aquel pequeño interrogatorio “visité a Elena” “Elena” repitió ella y pronunció aquel nombre como si una pesada losa hubiera caído sobre su cuerpo “pero hijo, ella también tendría clases” él la miró fijamente y simplemente no contestó “a ver” el padre de nuevo hacía acto de presencia “tu madre te quiere decir que si quieres arruinar tu vida sin ir a clases vale; pero si tanto quieres a tu nena” dijo aquella última palabra con desdén “mejor no la molestes entre clases ¿no?” “Ella al igual que yo, es mayor para saber qué le conviene” “no, te equivocas” contestó su padre. Pedro se levantó de la mesa con su plato acabado y mientras lo dejaba en el fregadero contestó: “precisamente no sois vosotros quienes tenéis que hablar como si dierais ejemplo”

A no ser que la cobardía se haya convertido en una virtud – añadió en su mente.

Fue hasta su habitación y en ella, tras mirarse un par de veces en un pequeño espejo que tenía, intentar peinarse, y hacer un reconocimiento exhaustivo de su cara, decidió dejar su cuerpo reposar en la cama, con el efecto posterior de que al notarla tan mullida, cómoda y agradable se quedó dormido.

Pum, pum pum “¡Abre” se alzó una voz “¡Abre” ahora en tono confidencial a su mujer “tenemos que quitar la cadena ésta que no nos deja entrar”, el chico abrió los ojos, miró el reloj y se encontró que Morfeo lo había hecho descansar durante tres horas y media. Algo molesto por ser despertado de una manera tan desagradable fue a quitar el sofisticado sistema de seguridad (comprado en una tienda de chinos, antiguo cien pesetas) que restringía el acceso a sus padres. “Buenas tardes hijo ¿te preparo la merienda? Entonó dulcemente su madre “sería un placer” contestó algo estupefacto.

A la mesa de la cocina otra vez, como si ésta fuera el punto en común para coincidir todos y tocar los temas importantes. Su padre, sentado en una silla de plástico negro, apoyada contra la pared, observaba el ir y venir de su esposa eludiendo así el contacto visual con su hijo, muy peligroso a su parecer. Por otra parte, su madre estaba muy aliviada porque haciendo las tostadas y calentándole la leche se mantenía ocupada y no tenía que tener una conversación fluida escondida tras su ocupación. Alta, delgada con un par de ojos grandes morenos con el pelo de este mismo color y que le caía hasta los hombros con graciosos bucles, era atractiva aun con su edad y manteniendo una bella sonrisa y una aparente actitud positiva y servicial hacia los demás, conseguía salvarse de numerosos problemas. En aquellos momentos silbaba tratando de añadir naturalidad y alegría a la escena. “Toma hijo” ante sí, unas tostadas con mantequilla y mermelada de melocotón y un vaso de leche con cacao. Desconcertado, empezó a comer sin ánimo de empezar a hablar (esto lo compartían los tres). Sin embargo, el silencio fue roto “Pedro, tu madre y yo queremos hablar contigo” él alzó la vista dirigiéndola a uno y a otro y terminando por posarla en el hombre, miró con inocencia tratando de aportar relax “estamos viviendo una situación complicada y me cuesta tratar contigo sobre el tema, sin embargo, eres mayor y debes saber exactamente cómo están las cosas. Tu madre y yo, nos queremos, pero, las cosas no son tan fáciles. Ahora, ella no siente los mismo que antes” “no sentimos” dijo ella, a lo que su pareja la miró con resignación tras luego volver a dirigir la palabra a su hijo “ella no siente el mismo amor” “no hables como si no estuviera” “es innecesaria esta discusión, mamá” replicó en tono duro Pedro “el caso, es que has tenido que sufrir nuestras discusiones y malestar, provocándote tristeza. Sólo quiero decirte que debes asumir este hecho, aunque nos queremos ya no somos la pareja que antes fuimos” “Pero, no lo entiendo ¿por qué seguiréis entonces viviendo bajo el mismo techo? ¿por qué aparentaréis amaros si ya no lo hacéis?” su madre tomó la palabra ahora “hijo, la vida no esta sumamente sencilla como tú crees. Has vivido bajo el manto de protección que tu padre y yo te hemos dado y por eso no lo has visto. Pero, no es sólo el amor lo que la conforma y no es éste el aspecto más importante, hay relaciones sociales más allá de las que tienes con tu pareja, también está el dinero el bienestar de saber que tienes una casa y puedes acudir a ella. Imagínanos a cualquiera de los dos solos; ahora, con cuarenta años, con un sueldo ajustado el de ambos si tuviéramos que pagar el alquiler de un piso, malviviendo, es mejor que las cosas fluyan por este cauce, el uno con el otro, aunque separados” “¿Piensas de la misma manera papá?” Por respuesta un sí corto, bajo y cas en susurros. Pedro se levantó de aquella mesa sin apenas haber probado bocado, cogió una chaqueta que tenía en la entrada y salió a perderse por las calles de la ciudad. Pensó en llamar a Elena pero prefirió no molestarla porque debía estar estudiando para un examen que iba a tener el próximo día. Fue hasta el centro y bajó hasta la plaza mayor donde en uno de sus numerosos bancos se sentó y tomó una napolitana de chocolate que había comprado de camino en una pastelería. Tras terminarla se protegió abrazándose a si mismo y cabeza abajo se puso a no pensar. Sobre las nueve de la noche cuando las bajas temperaturas hacían acto de presencia decidió volver.

¿Cómo de importante es el amor actualmente? Al parecer, es mejor protegerse sobre la cómoda apariencia a redescubrir de nuevo la soledad, la inseguridad o indefensión ¿Nos pasará lo mismo a Elena y a mí? ¿Llegará un momento en que por las razones pertinentes prefiramos escondernos el uno tras el otro engañándonos y haciéndonos daño? ¿No se dan cuenta que camina hacia la infelicidad? Cada día que pasen serán más condenadamente desgraciados y así me harán si no me separo de ellos a tiempo”

Abrió la puerta de su casa y tomó la media pizza que le habían dejado hecha en el microondas, su padre veía la tele y su madre estaría preparándose para dormir. Luego cada uno iría a su lecho, él en su cuarto y su padre junto con su mujer.

El amor ha muerto entre ellos y lo degradan comportándose de esta manera.

Se acostó.

Por la mañana instituto y respuesta afirmativa a Miguel respecto la fiesta. Pasó todo el día como un zombi contestando sólo a una de las numerosas llamadas perdidas que su novia le había echado. En casa, ninguna comunicación con sus padres. Al anochecer, en el puente de los desafortunados se había citado con su compañero. Desde allí, echaron a andar y fue informado de que la fiesta en una casa había sido cambiada por una botellona “¿Un miércoles?” preguntó a Miguel extrañado “sí, sus padres al final no le han dejado la casa. Y normal porque ya verás todo el alcohol y drogas que circulará” “¿en cuanto a pagar ha cambiado algo?” “no”

Al menos bebida gratis.

Llegaron a un gran parque abierto iluminado a trozos por unas farolas muy útiles para los que no habían hecho los deberes en casa y tenía que liarse sus cigarrillos. También para los emparejados que quisieran comprobar con algo de luz si se habían equivocado en exceso al elegir a una persona determinada para pasar un rato aquella noche. Pedro vio como Miguel pagaba con diez euros a su “amigo” y pensó que aquellas relaciones de conveniencia con estúpidos como aquel eran desde luego muy útiles. Tomó un vaso de cubata y se lo rellenaron con vodka y fanta de limón, ése fue el primero que tomó con ese contenido, brindó con su colega del miércoles y tras seguirlo durante un rato para tratar de conocer algo de gente, se estableció al resguardo de un gran árbol en el que se apoyó y tenía miedo de abandonar fuera a perder su comodidad. Había al menos sesenta personas y estaban haciendo ruido. Varias chicas se le acercaron que según les apeteciera escuchaban sus penas o se iban a otro lugar más divertido. Al final, una tal María, lo acompañó el resto del tiempo e iba a traerle nuevos cócteles. “Vodka rojo y limón” “ron y cola”. De repente, una sirena de la policía se escuchó a lo lejos y todos (los que podían) empezaron a correr. Él, tomando la mano de la chica y siendo guiado por ésta fue capaz de escapar del enemigo. Empezó a llover y trataron de refugiarse pero sus cuerpos se mojaron antes de ponerse a resguardo. Entonces, ella lo abrazó y miró, él sin padecer ni sentir, en un remoto lugar de su consciencia sabía lo que ocurriría, pero era incapaz de pararlo. Ella acercó sus labios y durante apenas segundos se besaron, pero éste tratando interiormente de alejarse y no seguir, creó tal malestar en su cuerpo que junto con el alcohol que llevaba encima le provocó nauseas. Se apartó y bajo la lluvia empezó a vomitar. Cuando volvió donde antes se encontraban ella ya no estaba, no le importó y echó a caminar calándose por completo. Sin saber cómo, llegó a su hogar. El portal estaba entreabierto y sólo tuvo que empujar la puerta. Subió hasta el primer piso y sacó las llaves, tanteó pero no pudo y acabó llamando a la puerta.

- Tú – apenas balbuceó tras verla - ¿qué haces en mi casa? – Elena preocupada pero con una sonrisa en los labios tras haber escuchado su ocurrencia lo hizo pasar hasta su cuarto.

Aún escuchaba los ronquidos de su padre y madre, así que si no hacían ruido no habría problemas. Lo llevó primero a su cuarto en el que le pasó una toalla para secarlo y le quitó la ropa. Luego cuando vio que aún tenía fatiga lo condujo hasta el cuarto de baño y lo ayudó a devolver todo el líquido que había tomado. Tras esto, se duchó con él y le dio su toalla, tomando ella la de su madre. Le proporcionó un cepillo de dientes que tenían todavía sin estrenar y éste a medias se limpió la boca. La pareja de nuevo en su castillo se echó en la cama. Ella pensó en tratar de conversar con él, pero éste mostraba tal cansancio e indisposición que pensó que no sería una buena idea. Se secó, lo secó, se vistió, lo vistió (le puso unos calzoncillos de su padre) y se acostaron juntos bajo las sábanas alimentándose mutuamente. A las siete sonó su despertador y salió de la cama sin que Pedro se enterara, en la habitación las ropas de su novio estaban sobre la silla para que su familia no las encontrara. Tomó el desayuno y fue al instituto. A éste le dejó un bocadillo con mantequilla y jamón cocido preparado sobre su escritorio. Atrancó la puerta tras irse para que si sus padres quisieran entrar les costara y no la abrieran. Llegó al mediodía y tras comer frugalmente y comprobar que sus padres no se habían enterado (un comentario dicho por su padre de que otra vez su puerta se había encasillado le bastó), volvió con Pedro que ya estaba despierto.

- He tratado de no hacer ruido, siento de veras haber venido a tu casa y ponerte en este aprieto.

- ¿Dónde ibas a estar mejo? De hecho creías haber llegado a la otra casa puesto que quisiste abrir con tus llaves – le sonrió - pero a cambio tendrás que contarme qué te ha pasado y por qué no contestaste a mis llamadas.

Habló dolido y punto por punto le dijo lo ocurrido, ella con los oídos bien abiertos lo escuchó. Al final del relato se disculpó y empezó a llorar desconsoladamente. Ella cambió la silla del escritorio por la cama junto a él y lo abrazó y besó.

- Tranquilo - le susurró.

- Mierda – sollozaba – no he podido cagarla más. Y encima te estoy jodiendo a ti que eres la única persona que quiero de verdad y me quiere.

- Shh – lo acariciaba y besaba en la cabeza – no te equivoques, tú los quieres y ellos a ti, lo que pasa es que ahora estás dolido.

- Lo siento, de verdad – decía él.

- No hace falta que sientas nada. Aquí estamos los dos, el uno por el otro, cuando yo te hago falta estoy ahí y a la inversa. Nuestro amor es un vínculo que no se podrá romper fácilmente y que perdurará para protegernos y hacernos felices. Llevándonos a descubrir nuevas sensaciones y emociones inalcanzables para aquellos que no son capaces de amar. Te quiero.

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Escrito por Fernando José Cabezón Arnaldos,
me reservo todos los derechos del escrito.

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martes, 28 de septiembre de 2010

Extraños

En algún planeta de la galaxia, de cuyo nombre no quiero acordarme, un hombre que no cesaba de crecer (metafórica y literalmente, porque estaba en la edad) advirtió la dulzura de sus ojos, labios, dientes, nariz y en conjunto su rostro no por primera vez y decidió lanzarse al ataque. Así como el proyectil de una catapulta no desfallece hasta legar a su objetivo, él arribó al espacio personal de la chica.

- Buenas noches ¿nos conocemos de antes? - el desplazamiento lo había realizado con decisión, la conquista de castillo era un nuevo reto y su voz denotaba los pocos lances que había vivido.

- No nos han presentado que yo recuerde –contestó ella – aunque a decir verdad, me suena tu cara

- Sí, verás es que te he visto algunas veces por ahí, las calles, la ciudad…

- Como lo pintas parece que haya sido de manera fortuita… ¿acaso me sigues? – esbozó una sonrisa a la que él correspondió con el mismo gesto -.

- El azar, la coincidencia o los horarios parecidos junto con gustos similares han hecho que te vea más de un par de veces.

- ¿Dónde? – Media uno sesenta aproximadamente y era morena. Podía decirse que tenía una cabeza de proporciones coquetas y pequeñita; en ella lucía una melena tan larga que sobrepasaba la mitad de su espalda sin llegar aún al trasero, ésta además era muy rizada y rubia. Sus ojos grandes y marrones delataban en el momento en que formulaba la pregunta un creciente interés por su nuevo interlocutor. Nariz chica y algo levantada; completando el rostro unos labios rosados de poca anchura -.

- En la biblioteca sobre todo-.

- Mmm...… - se quedó pensativa mirando el techo mientras daba un sorbo a su batido frío de fresa y plátano – ¿en qué lugar más?

- A veces cuando vuelvo de correr, hay una rotonda con figuras de bailarines, desde ella puedes llegar a un jardín, en el que practico deporte, o al centro.

- Ya veo, sí. Respecto a la biblioteca pues…pfff...… estudio y de hecho estoy tramitando una tarjeta VIP para ver si así me dejan coger más artículos o puedo estar más horas… ¿quizás una llave para entrar y estudiar? – enunció en tono cómico – Me paso la vida en ella desde que entré en la universidad ¿Tú qué haces allí? ¿estudias, ocio?

- Estudio, pero normalmente en mi casa; prefiero ir a la biblioteca para tomar algunos artículos en préstamo. Como acabo de empezar el primer año en el campus, aún no sé si me hará falta dejarme la vida por ese paraje para realizar dicha acción.

- Hombre, dejarte la vida… tampoco, pero aprobar es más complicado que nunca y se necesita echarle horas. No soy de aquí y vivo en un piso con otros jóvenes por lo que el concentrarse a veces es muy complicado; es estúpido tener que planear mis tardes dependiendo de cómo vayan a comportarse mis compañeros, mejor tomar la vía directa e ir a un lugar donde puedas realizar la actividad que quieres de la manera más óptima.

“La vía directa, tomar cartas en el asunto” – pensaba Salvador – “he venido aquí donde te he encontrado y a diez centímetros me he establecido precisamente para ello, sin embargo… es complicado, salgamos a respirar algo de aire fresco”

- Te invito a tomar algo – dijo a la vez que ambos terminaban sus bebidas, él un batido de macedonia – y a cambio te vienes conmigo a dar un paseo – la chica miró a sus amigas y luego a él-.

- Discúlpame unos segundos – acto seguido abandonó la barra en la que en realidad sólo había ido a pedir pero en la que finalmente había apurado su copa y se dirigió a un pequeño grupo de chicas que en su ausencia había sido abordado por otros chavales de la misma edad –.

- ¿Quién es? – preguntó a su oído una de las chicas tras haber escuchado la perorata de la recién llegada, ésta última señaló al chico - ¿es majo? - Como respuesta un cabeceo afirmativo – pero ¿cuánto has hablado con él? – miró el reloj de pulsera – ¿diez minutos?… a ver, nosotras vamos a estar aquí, si nos movemos te doy un toque para que lo sepas y no vengas. Si quisieras volver tras haber recibido la llamada me respondes y te digo. Si te aburres o no te gusta, vuelve. Id a algún lugar con más gente, otro bar, la plaza… - se quedó pensativa – ya sabes, no te alejes mucho y… – Sofía escuchaba el discurso como una hija obediente que trata de recordar cada palabra que sale por la boca de su madre - te quiero, no lo olvides. Llámame cuando llegues a casa para ver qué tal.

- Sí mamá – contestó en un cómico falso tono de sumisión; aunque a decir verdad, la había escuchado y tenido en cuenta-.

- ¿Vamos? – dijo él cuando la vio regresar-.

- ¿Cómo te llamas? lo primero.

- Salvador ¿tú?

- Sofía.

- En marcha pues.

Movidos por el viento de la aventura, el descubrimiento, el amor; en definitiva, de la vida, mantuvieron conversaciones que los hicieron reír, querer llorar y estremecerse. Así pudieron ser encontrados en un banco abrazados e ignorando el distanciamiento propio de la desconfianza basada en el desconocimiento mutuo, entonces, en ese momento él se acercó a sus labios y… ¡No! Lo importante no es como algo termina sino el desarrollo y hemos saltado del inicio al final como un canguro sobre los yermos terrenos por los que hace su vida.

Retomemos la acción donde la abandonamos y demos más datos sobre esta pareja común. Salvador, era un año menor que Sofía aunque aparentemente podían perfectamente compartir el año de nacimiento. Medía un metro ochenta y pesaba setenta kilogramos, como antes comentó a su compañera aquella noche corría, siempre entre semana además y agregando que le gustaba porque sentía que su cabeza se desamueblaba y despejaba, perdiendo peso y ganando un vacío clarividente a la vez. Considerado guapo por los cánones establecidos de belleza en aquel momento, lucía un par de ojos grandes y expresivos desaprovechados a veces por una larga cabellera (hasta los hombros) que parecía tratar de ocultar la vida que éstos transmitía. En su rostro una nariz del mismo estilo que Sofía y una boca algo más grande tanto en grosor de labios como en horizontalidad, sin llegar a desencajar ni parecer excesiva. Solía mostrar un rostro serio y atento en actitud de oyente activo alerta de lo que ocurría a su alrededor. Cuerpo delgado y equilibrado, no destacaba en esto ni en bienes ni males. En invierno su piel lucía un blanco mate que daría envidia a las pin ups del planeta Tierra. Vestía un jersey negro de cuello alto y sobre éste una chaqueta marrón, vaqueros azul oscuro y zapatos del color de la chaqueta y a juego en tonalidad con los pantalones.

- ¿Sabes? Quise estudiar en Madrid

- No eres el primero. La que te habla también hubiera preferido la capital, pero era más sencillo y económico abandonar este proyecto y acabar en esta ciudad en la que comparto algo de familia. Sobre todo cuando dependes de capital extranjero – él la miró con cara de extraño y sorpresa que buscaba más explicaciones, ella mostró sus blancos dientes como gesto espontáneo de diversión – me refería a dinero ajeno, de mis padres, no lo controlo ni gestiono por mi misma.

- ¡Ah! Pues anda que así era más fácil decirlo

- Sí, y menos divertido.

- ¿Qué estudias?

- Periodismo... – se abstrajo unos segundos – opté por el bachillerato de sociales y como la economía e informar me atraen ¿Quién sabe? Quizás acabe en Wall Street realizando reportajes sobre la subida y alza de ésta ¿Y tú?

- Filología Inglesa, puede que me dedique a… bueno tengo pocas opciones seré a o z, te devuelvo el acertijo.

- Quieres decir quizás que – pensó durante unos minutos – o impartes clases de inglés en España o enseñas castellano en el extranjero ¿no?

- Ya te vale, lo has pillado ¿Eres hija única?

- No, tengo hermanas mayores y uno menor, aunque hace tiempo que no los veo.

- ¿Los echas de menos?

- A veces, aunque su recuerdo se difumina y olvida la mayor parte del tiempo rodeada de trabajo, personas y proyectos. Además, siempre he preferido no recordar a lamentar lo que no tengo.

- ¿Entiendes así la melancolía, el echar de menos? Considero que tener este sentimiento no significa estrictamente algo negativo, sino que, a veces, simplemente trae al presente lo que dejas atrás. No has de entristecerte por que ya no estén.

- Si no pienso en ellos, tiempo que gano y dedico a otras cosas.

- Ni pierdes; recordándolos a veces, no los olvidarás. Puedes llegar a tal punto de abandono al pasado que no por indiferencia sino por dejadez dejes de tener las relaciones que tuviste.

- Mi familia seguirá estando ahí.

- Los lazos quedarán pero no la vida que había en ellos – tras unos segundos de silencio prosiguió -. En cualquier caso el aquí presente no es el más indicado, hace meses que no sabe nada de su familia, ni los ve, ni habla con ellos – “espiritualmente” afirmó en su interior

- ¿Cómo es así? Y ¿con qué cara me das entonces el sermón? – enunció la primera en tono expectante y la otra de manera jocosa –

- Murieron –sonrío amargamente – hace mucho tiempo, e ir a verlos no me trae buenos recuerdos. Me retracto – afirmó de repente enérgicamente – he confundido como tú la melancolía con mal. Sí que soy capaz de evocar grandes momentos pero el hacerlo puede medrar mi corazón. En cualquier caso no caerán en el olvido.

- ¿Qué harás para ello?

- Escribiré un libro – sonrió – si a alguien le interesa será distinto.

- Lo leeré – apoyó entre seria y con una fina línea ascendente y reconfortante en sus labios – ¿Son famosos?

- Sí, cada uno de los que cayeron tuvieron su momento de reconocimiento, pero yo era pequeño y no estuve presente. En mi obra quiero dignificar su memoria, trayendo la inocencia, ignorancia y valentía que tuvieron al subir al metro.

- ¿Inocencia?

- No fomentaron el sufrimiento de los terroristas.

- ¿Ignorancia?

- Ninguno de los afectados supo qué iba a pasar.

- ¿Valentía?

- La que demostramos cada uno al embarcarnos por caminos que no sabremos dónde nos llevarán. Sólo así se explica tu audacia al venir a esta capital sin apenas apoyo o al estar aquí conmigo esta noche. O mi pequeña acción que para mí es un triunfo de dirigirte la palabra esta noche. O la de toda persona, hombre o mujer, que escoge vivir sin miedos y realizar sus propósitos sin juzgar a los demás.

Un trueno sonó acompañado de un rayo que cruzó el cielo, una tromba de agua se dejó caer recorriendo con sus gotas cada edificio, persona y calle. Ellos huyendo del inesperado incidente, se resguardaron bajo una callejuela que se encontraba tapada por un bajo arco. Involuntariamente Sofía se acostó sobre Salvador y apoyó su cabeza en su pecho. La lluvia sonaba con fuerza y pasados unos minutos ella habló:

- ¿Me das tu número de teléfono?

- Sí, espera – sacó de su bolsillo derecho una libreta y un bolígrafo, lo apuntó junto con su nombre y la fecha de aquel día 29.09.2011; acto seguido le tendió la nota que ella prendió –.

- Gracias, lo guardaré de todas maneras en el móvil.

- Vale, te lo di por escrito para que así lo tuvieras de las dos maneras. No vaya a ser que porque se pierda un numero yo te deje pasar – la lluvia cesó, aunque las nubes seguían en el cielo -.

- Vayamos a la plaza y comprémonos algo.

- Me parece bien – contestó él-.

Ambos tomaron un helado y se sentaron en los largos bancos resguardados por ficus que se encuentran en aquel lugar. Hablaron más, sobre música, cine, gente conocida, formas de pensar y actuar. Así poco le faltó para que el alba los descubriera. A medida que la conversación se desarrollaba ella cogió su mano y él la entrelazó entre las suyas. Fueron acercándose hasta que los dos extraños se convirtieron en familia. Las gotas recogidas por los árboles que los cubrían caían sobre ellos como testimonio de lo ocurrido y preludio de la nueva agua que llegaría. Un manto de lluvia fino los envolvió entonces, pero no les importaba, acercaron sus rostros hasta encontrarse de nuevo, mirándose y llegando a redescubrirse. Menos lejanía significó más unión cuando sus labios se tocaron y fundieron en un beso.

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Escrito por Fernando José Cabezón Arnaldos,
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lunes, 13 de septiembre de 2010

Nubes

Mi único motivo fue pensar que mi vida era una mierda, para lo que a su vez tengo mis propias razones, merezco morir o mejor sufrir ya que si me llega la muerte puede que me produzca bien, aunque ¿estando atado para la eternidad alguien puede conocer la felicidad?

Tengo veintisiete años en el momento en el que agarro el bolígrafo, ayer, como casi todos los días cogí un vuelo (soy azafata). Durante el trayecto tomé un paracaídas, abrí una de las puertas del avión y salté, provocando daños en el aeroplano y haciéndole finalizar su trayecto con cuarenta y dos muertes ¿Por qué? Quería conocer el tacto de las nubes, me parecía un buen motivo para hacerlo. Cuando caía, tiré de la cuerda que accionaba del paracaídas pero éste no se accionó de manera que casi sin darme cuenta llegué hasta una nube y la atravesé, faltó poco para que me ahogase y como consecuencia de lo anterior perdí el conocimiento. Cuando desperté me encontraba sobre una superficie firme, agradable y cómoda, palpé para descubrir sobre qué me asentaba, abrí los ojos y tenía ante mí un techo blanco miré el suelo y era del mismo color, en realidad parecían estar hechos del mismo material. Noté frío, me incorporé, oteé el horizonte y el hallazgo me sorprendió, estaba encima de una nube.

Pueden no creerme y lo cierto es que no tiene sentido, pero si siguen leyendo sepan que los hechos se vuelven más inverosímiles. Me quité el paracaídas, lo dejé en aquella superficie y eché a andar, quería conocer aquel nuevo lugar, a lo lejos pronto vi cómo una figura se me acercaba, no venía andando, simplemente se desplazaba por la nube como un ente sin levantar los pies (los cuales no veía) se movía como si una suave brisa empujara todo su ser y él se dejara llevar.

- Bienvenida – me dijo cuando estuvo frente a mi, parecía estar hecho de la composición de las nubes pero mostraba aspecto de hombre. Me dio la impresión de que sería un muchacho de diecinueve años, sus vestiduras apenas parecían harapos, eran: una camiseta fina de mangas largas y cuello de pico y unos pantalones piratas también muy ligeros de algodón ambas prendas y color marrón. Llevaba el pelo largo y desordenado teniendo aspecto en su totalidad de mendigo, pero ¿quién podría catalogar así a un ser que “camina” por las nubes?

- Hola ¿Dónde nos encontramos?

- Puede que estés algo desconcertada, pero en este caso la respuesta obvia es la acertada, no hay trampa ni cartón, estamos sobre una nube, mi hogar – se movió curvándose a izquierda y derecha invitándome ver la inmensidad de su territorio - ¿sorprendida? – sus ojos pícaros brillaban – has tenido mucha suerte de caer sobre esta nube otra no te hubiera recogido pero ésta la manejo yo.

- ¿Tú? – pregunté incrédula – pareces el menos indicado por la edad que aparentas

- ¿Y quién es capaz de parar la fuerza de la juventud? – me miró desafiándome – tú misma, intenta derribarme – sonreí y me abalancé contra él, lo traspasé, caí y empecé a reír –

- ¡Qué tonta he sido! Si eres una nube, estás hecho de nada – escuchándome se puso muy serio –

- No te equivoques, ni eres tonta porque podrías haber deducido que si la nube sobre la que te encuentras es sólida, yo también lo soy, ni las nubes estamos compuestas de vacío.

- Entonces ¿por qué tú has sido como un espejismo?

- Porque puedo endurecerme o hacerme desaparecer, has cerrado los ojos y no has visto que me he esfumado un segundo.

- Sorprendente ¿Qué más puedes mostrarme?

- Las siete maravillas, acompáñame – me levanté, lo seguí, me tendió la mano y la tomé, así me demostró que podía ser sólido, echamos a andar y lo que veía era el firmamento desde el mismo cielo, paseando por él, era demasiado bello, irreal.

- Tengo frío – sin contestación verbal pero como respuesta un trozo de nube se puso a mi alrededor protegiéndome de las bajas temperaturas – gracias, así mejor – me miró con sus ojos que respiraban vida y me enamoraban y quise seguirlo adonde me llevara.

- ¿Sabes qué es lo bueno de ser nube?

- No

- Descubres cosas que antes habían sido vedadas en tu vida por las condiciones que te rodeaban

- ¿Cuál es la otra cara de la moneda? – contesté

- Estás atado eternamente

- Vaya

- Aún no he conocido el final de mi condena porque no lo habrá, pero no me canso de conocer nuevos lugares – de mutuo acuerdo el silencio se impuso por unos minutos, quería escucharlo, respirar y sanarme, al final yo misma lo rompí:

- ¿Cómo consigue uno ser nube?

- Comportándose mal

- ¿Es una recompensa?

- Es un castigo muy duro

- ¿Por qué? Estás en este paraíso, viajas y te desprendes de todo lo que realmente te ata: posesiones, lazos, te deshaces de ese amor dañino, lo olvidas y simplemente respiras

- ¿Te olvidas del amor? ¿Te deshaces de él? ¿Te desprendes? – se exaltó - ¿Crees que hay elección? Que uno decide venir aquí, ¿acaso cuando uno está allá abajo sabe dónde llegará cuando muera? –silencio por unos segundos - ¿olvidarme del amor? – dibujó una sonrisa amarga en sus labios – seguramente eso sería un alivio, estoy castigado a ver cómo cada minuto miles de parejas día y noche se entregan los unos a los otros; padres, madres e hijos que se cuidan entre sí, animales con sus dueños, desconocidos unidos que luchan y se protegen por este vínculo. Estoy castigado solamente a contemplar, es cierto, no tienes las largas y frágiles cadenas que se pueden romper mientras vives sino que te atan unas cortas, pesadas e inquebrantables ¿a qué me dedico yo? A ver la vida pasar

- Como miles de personas en la tierra – lo interrumpió ella

- Por propia elección, ellos pueden decir basta, yo no soy dueño de mi propio camino.

- Me gustaría vivir aquí – él le devolvió una mirada profunda y decepcionada –

- ¿En qué consiste tu vida para desear una pena infinita?

- Muerte quizás, puede que por mi culpa muchas personas hayan perdido su vida

- Entonces chica no te preocupes – sonrió – seguro que consigues lo que deseas, es muy posible que llegues aquí. Pero antes de acoger la muerte te recomendaría que vivieras lo que te queda, amando cada segundo porque lo que llegara con ésta no será más que impotencia, no tendrás un propio futuro ni ninguna libertad.

- ¿Entonces tú moriste ya? – él cabeceó arriba y abajo – deslumbras vida – con una sonrisa en sus labios contestó:

- El deslumbrar quizás se me haya pegado del sol, la vida no ha dejado de acompañarme.

- ¿Ésta definitivamente es la otra vida?

- No para todos

- ¿Y dónde están los otros?

- Lo desconozco - contestó, pasearon nuevamente en silencio – creo que es hora de que vuelvas

- Allí no tengo nada – se obstinaba

- Abajo está la vida que has de disfrutar, la que merece nuestro agradecimiento por tenerla

- ¿Cómo bajaré? El paracaídas no funcionó

- Te daré un empujoncito – dijo con gracia – no, te dije que capitaneaba esta nube, arreglaremos el asunto bajándola un poco, agárrate a mí fuerte – aquel sorprendente transporte empezó a desviar poco a poco su rumbo, acercándose cada vez más a la superficie –

- Vaya forma de llamar la atención – dijo ella –

- Allá habrá niebla, nadie te verá

- No voy a olvidarte

- Yo tampoco, esperaré tu regreso - habíamos llegado al final del trayecto – baja

- Te voy a querer para toda la vida

- No, pero vendrás a mí cuando ésta termine.

***

¿Qué hacer ahora es mi dilema? No debo morir, he de seguir adelante y aguantar lo que me aguarda, perspectiva nada prometedora ¿Alguna condena? No lo sé, quizás lo mejor fuera morir para sufrir sólo una vez un castigo ¡Qué pena tan inmensa! o ¡Qué alegría inabarcable! Volver a las nubes y estar con el hombre que me hizo caminar por las alturas

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Escrito por Fernando José Cabezón Arnaldos,
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martes, 31 de agosto de 2010

Camino

Dios mío cómo va

Montado ahí borracho y sin dirección alguna, se va a caer


Que no se fije en mí


- Alberto ¿lo estás viendo? – dijo mientras indicaba con la mirada a un adulto que apenas podía sostenerse a si mismo y que además montaba en una bicicleta

Que no se fije en mí

- ¡Bueno! Cómo va ¿cuánto te apuestas a que no tarda ni un minuto en caerse

- ¡Ja! ¿tanto tiempo? ¿no recuerdas cuando Enrique se bebió una botella y luego quiso hacer surf? No aguantó ni diez segundos

- Sí, la tabla lo llevaba a él sin remedio

Que no se fije en mí


- Alberto ¿has visto a aquel tipo de allí? – lo señaló – el gordo de la chaqueta azul ¿te has fijado en la cara que lleva?

Que no se fije en mí

- Seguro que piensa que el borracho se le va a caer encima

El viento sobre mi pecho semidescubierto, el olor a mar que mi mente transmite aunque hayan pasado horas desde que lo dejara, el tacto incómodo del sillín de montar, los coches que me ciegan con su luz, todo ellos forma la vida que me rodea y que la siento a través de cada fibra sensible de mi cuerpo. Seguiré pedaleando hasta donde la bicicleta me lleve para así poder sentir un segundo más la maravilla del vivir


Luís, aquel señor embriagado por el alcohol se dirigió directo hasta la rotonda en la que no pudo parar de hacer círculos sobre ella y sobre si mismo. Empezó a marearse hasta tambalear y eludió varias veces la caída hasta que al final terminó golpeándose la cabeza contra el bordillo de la carretera y cayendo sobre lo que para él fue un mar azul de lo grande que percibió la chaqueta y al señor.

- ¡Joder! Al final se tuvo que caer encima mía.

El hombre de la chaqueta azul parecía un señor peculiar, calvo por la coronilla y con algo de pelo a ras de piel por el resto de su cabeza, lucía un mostacho que captaba toda la atención de quien lo mirara haciendo al observador no reparar en su gran nariz (a juego en proporciones con el anterior citado bigote) su faz se veía completada por un par de pequeños vivos ojos verdes, una prieta boca y un par de orejillas algo despegadas. Voluminoso de altura y anchura la chaqueta parecía un manto de las dimensiones que tenía. Difícilmente se puede disculpar su siguiente actuación se quitó al borracho sucio de encima y siguió su camino sin mirar atrás. Luís por su parte, antes de acabar inconsciente vio dos cosas, unos chavales que se acercaban entre risas y miedo gritando y la cara de una bella mujer de pelo rubio y ojos claros que a él le parecía que pedía auxilio.

Abrió los ojos y se despertó en una sala aséptica, blanca al completo. Lo primero en lo que reparó fue en que a su izquierda había una estructura de metal y ruedas con cortina que realizaba la función de separar el cuarto en dos y a su derecha un armario de contrachapado azul claro. Luego se vio sorprendido por un entrar y salir de personas para él incómodas en ese momento

¡Qué molesto! No sé dónde estoy, no dispongo de ninguna información sobre mis dolencias y además tengo que aguantar toda esa gente y ruido, una enfermera entra, a ver si me dice algo…

- ¡Shhh! – La enfermera se llevó el dedo índice a la boca y frunció el ceño, sorprendentemente llegó el silencio

- ¿Señorita? – dijo Luís pero la enfermera salió tan sólo mirándolo con gesto sorprendido

¿Qué habrá significado eso?
– se extrañó – Me duelen los brazos, las piernas, todo el cuerpo en sí. Tengo malestar general y ni siquiera sé si estoy medicado. Si lo supiera podría quizás coger la pastilla que llevo en mi cartera, pero… ¿dónde están mis pertenencias? Me las guardarían al llegar a la residencia claro ¿cuándo llegué? ¿Cuánto tiempo llevo? ¿Qué hora será?

Entró un médico al cuarto y se dirigió a él sin perder un segundo

- Está despierto

- ¿No lo ve? – balbuceó de manera ininteligible

- Espere, no haga esfuerzos, quédese tumbado y no intente hablar – sacó una linterna y empezó a examinarlo – Debe quedarse quieto, no se mueva ¿tiene algún familiar?

Silencio, unos segundos corrieron.

- No lo recuerdo – no se le podía entender – No lo sé – unas lágrimas corrieron por sus mejillas y se echó a llorar.

***

Rapidez, brusquedad de movimiento, voces de alarma, frío, acción y luz fue lo último que percibió antes de despertar de nuevo. Cuando lo hizo estaba desnudo sobre una camilla metálica con una manta blanca tapando su cara y cuerpo. Antes de levantarse, llegó a él el recuerdo del rostro de aquella mujer que según le había parecido pidió auxilio cuando sufrió el accidente, esta vez la imagen quedó suspendida en su memoria durante unos segundos más, así la vio: pelo largo rubio que caía más allá de sus hombros pero dejaba su frente despejada, ojos grandes y verdes protegidos por largas pestañas y coronados por finas cejas. Una pequeña nariz helénica y unos bellos labios, redondeado por unas facciones dulces. Cuando el recuerdo se extinguió dudó un segundo en salir de aquella sala. Sin ropa, se anudó la manta a la altura de la cintura y corrió hasta la puerta, al abrirla se encontró ya fuera del recinto en una zona aparentemente en calma y rodeada sólo por algunos coches. Echó a andar y pronto dejó atrás el hospital sin sobresaltos. Desconocía dónde estaba y si en algún momento de su vida se había encontrado allí, siguió andando y dejó lo que a él le parecía la periferia (en la que presumiblemente se ubicaría el hospital) para llegar a zonas más céntricas. Entonces, vio al hombre de la chaqueta azul:

- ¡Eh! ¡Eh! – empezó a vociferar en medio de la calle - ¡Tú! ¡Para! – La chaqueta azul con el hombre debajo seguía en movimiento y ni una ni otro se detenían. De repente, la calle empezó a vaciarse, no supo cómo pero las personas que antes habían estado allí fueron desapareciendo. De manera que interpretándolo como un golpe de suerte al poder pasar sin ser visto, echó a correr cuanto pudo tras aquel familiar desconocido – Por favor pare – repitió con la mano alzada y doblándose por el tronco debido a la fatiga que le había producido el moverse a tal velocidad – pare – el señor se quedó quieto reflejándose sobre su coronilla los rayos del sol como si de un espejo se tratara, se dio la vuelta visiblemente molesto y esperó a que aquel hombre (lo había reconocido) le dijera lo que tuviera y fuera tan importante – Buenas – le dio la mano – Mi nombre es Luís ¿cómo se llama usted?

- Señor, no tengo tiempo para detenerme a conversar, me están esperando – dicho esto hizo el ademán de dar otro giro de ciento ochenta grados y seguir su camino pero la voz de su interlocutor lo detuvo –

- Mire, me disculpo de veras por lo ocurrido la otra noche, estaba borracho y aun no recuerdo de dónde conseguí la bicicleta con la que lo atropellé, tampoco tengo mis documentos de identidad ni ningún signo identificativo, sólo le haré una pregunta: ¿sabe algo de la mujer que me auxilió cuando tropecé con su cuerpo? – Ramón, el hombre de la chaqueta azul, detestaba que le hicieran perder el tiempo pero tanto como esto que lo vieran con un hombre que tenía pinta de lunático hablar por la calle, así que por esta razón salieron de su boca las siguientes palabras:

- Acompáñeme, lo ayudaré en lo que pueda

Ramón lo condujo por las calles menos concurridas que conocía y así lo pensó Luís que las descubrió desiertas.

- Es la ciudad menos poblada que en mi vida haya visto

- ¿De dónde es usted y en qué ciudades ha estado?

- No lo recuerdo

- Entonces ese calificativo no tiene méritos – habían llegado a un local que parecía cerrado, del bolsillo de su chaqueta se sacó una llave y abrió la puerta – vamos, entre – lo apremió, allí Luís adquirió ropa y se le ofreció comida y bebida pero extrañamente no le apetecía nada – ¿qué es lo que busca?

- Al ser más bello que mis ojos hayan conocido, la vi antes de caer inconsciente

- Sí, creí que había muerto en el acto, no le vi abrir los ojos

- ¿Y aun así escapó? – su voz se llenó de incredulidad –

- Tenía otros menesteres que atender.

- Bah ¿puede ayudarme a encontrar a la mujer?

- Sinceramente desconozco si alguna rondaba en el momento del accidente, a mi parecer no había ninguna ¿podría ayudarte en otra cosa? – Luís se tomó unos segundos para pensar –

- Creo que me vendría bien algo de dinero suelto para utilizar en alguna cabina y el teléfono del hospital en el que estuve – finalmente salió de aquel lugar con un pequeño saco de monedas y tres teléfonos apuntados en una cuartilla de papel.

Sin rumbo y sin determinación para enfrentarse a la extraña realidad que estaba viviendo, decidió caminar sin un destino concreto guiándose para llegar a algún punto por su instinto. Sentía su cuerpo ligero y sus pies andaban veloces como sin frenos, sin embargo, sentía cierta fatiga. Su alrededor se le presentaba extraño ya que bajando por las calles que recorría, la gente que lo rodeaba parecía esfumarse sin más como si no pertenecieran a ese mundo, en cambio, vio un grupo de cuatro chavales que cruzaron la avenida entera y no desaparecieron.

Veremos si me pueden ayudar


- Hostias el borracho – dijo uno de ellos y todos empezaron a reír - ¿cómo anda hombre? ¿se mantiene ahora bien en pie? Nos preocupamos mucho por usted en su momento

- ¿Me conocen?

- Veamos, usted seguro que no se acuerda, pero fuimos los primeros en ayudarlo cuando se golpeó contra el suelo – carcajadas de nuevo – es normal que debido al estado en el que se encontraba ahora no se acuerde de nosotros

- Y ¿no vieron a una mujer que pidió auxilio?

- ¿Mujeres? No había ninguna a cincuenta metros a la redonda, créame, las hubiéramos visto. Además ¿quién se le iba a acercar en ese momento aparte de nosotros? Tenía un aspecto penoso, pelo sucio, enmarañado, lleno de arena, vestido entero de negro pero con la ropa descuidada, lleno de arena por todas partes y con un aspecto de alcohólico fácilmente reconocible.

- Bien, bien, los entiendo una cosa más ¿sabéis al hospital al que me llevaron?

- Me parece que… no, ni idea.

- Gracias de todas formas

- Espere señor, esto se le cayó el día del accidente – el chiquillo con el que había hablado le entregó una cartera, en ella al abrirla encontró unas pocas tarjetas y nada de dinero

Las dos personas a las que he interrogado niegan la presencia de alguna mujer cuando ocurrió el accidente, me parece raro, estaba casi seguro, bueno, voy a llamar a los hospitales.

Se dirigió a una cabina y marcó uno a uno los tres números que tenía apuntados. En dos de las llamadas el teléfono fue descolgado al otro lado, él preguntó por su propio ingreso unos días atrás y nadie respondió. En el tercero sí recibió contestación pero le pusieron trabas para darle la información, de manera que decidió acercarse. Cogió un taxi con el dinero que le quedaba sobrándole al fin del trayecto aun algunas monedas, llegó a la residencia y en recepción repitió la pregunta. La persona que allí estaba recordó la corta conversación telefónica que habían tenido y pidiéndole el nombre (que ahora conocía por los documentos que obtuvo de su billetera) miró en los registros del hospital, su mueca se tornó en un gesto extraño, seguido a esto lo envió a la sala de espera y llamó por megafonía a un médico (Luís imaginó que sería el mismo que lo atendió en su estancia en el hospital), éste llegó y habló con el hombre de la entrada provocando en el médico una ligera sonrisa.

- Debe ser una broma muchacho – llegó a captar él de las palabras que se cruzaron-

Se dio la vuelta y vio a Luís, acto seguido volvió sobre sus pasos con cara de espanto y tomó la dirección opuesta a la que él se encontraba

No entiendo esta situación, no sólo no me han atendido sino que han huido de mí.

Sin ganas de más por ese día, se fue sin pedir explicaciones de lo ocurrido, tomando el mismo camino que por la mañana lo había llevado hasta el hombre de la chaqueta azul

Muerte

De nuevo apareció el rostro de la bella mujer

- Ven conmigo, ése no es tu lugar – le susurró a sus pensamientos

Mareado y sintiéndose débil llegó al local donde Ramón lo había llevado a mediodía, de allí salió éste

- Tú de nuevo ¿qué es lo que te ha pasado? – Luís estaba pálido

Muerte

Imágenes de un funeral que él había organizado, gente a su alrededor llorando, playa y mar, llanto, confusión y alcohol. Una bicicleta frente a él, la toma y empieza a pedalear con una botella en la mano, llora, la termina de golpe, la tira y se golpea en la cabeza con su mano libre, grita, se tambalea pero se mantiene sin caerse, piensa en la muerte ¡Qué bella podía ser! Llega a una rotonda, un hombre con chaqueta azul parece querer eludirlo, él trata de llegar hasta éste para contarle su fatal día, pierde el control, su cabeza choca contra el bordillo de la acera, el rostro de la mujer, dice algo pero no está pidiendo auxilio como él creyó, ella no puede, murió también, antes que él, ella era la ocupante del ataúd del funeral que había organizado. La sala donde se despertó la segunda vez era, la morgue.


Cuando se despertó en la camilla y tapado por una manta Luís no tenía recuerdos, había quedado atrapado en este mundo y hasta que no fue consciente de su situación no pudo partir hacia donde le correspondía. Ya había terminado todo. El hombre de la chaqueta azul también se evaporaba, el mundo material que antes había sido su realidad desapareció. Ahora, se encontraba él en otro lugar y en otro estado, la vio, sonriendo lo esperaba. La muerte le había llegado y qué dulce era estando allí con ella.
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Escrito por Fernando José Cabezón Arnaldos,
me reservo todos los derechos del escrito.

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