lunes, 11 de octubre de 2010

¿Qué puedes enseñarme tú sobre el amor?

Un grito ahogado pudo ser percibido por los otros dos ocupantes de la casa. Pedro, con su boca mordiendo la almohada y acostado boca abajo con los ojos cerrados se lamentaba con gruñidos y maldiciones.

- ¡Mierda! ¡Joder! Asco de familia – alcanzaba a oírse entre los sollozos –

Al minuto, una señora entró y le preguntó cómo se encontraba:

- ¡Vete! – aulló éste.

Y ella, su madre, apenas se ofreció a llevarle alguna bebida y se escondió de nuevo al otro lado de la puerta.

- ¿Dónde habrán de estar mis padres? ¿Cuándo los perdí?

Se vistió, calzándose unos tenis blancos, vaqueros claros y camiseta turquesa, se miró al espejo trató de ordenarse un poco su pelo rubio provocando el efecto contrario al deseado y secándose los rastros de lágrimas que quedaban en sus ojos azules, salió de su habitación para abandonar aquella casa. Cerró dando un sonoro portazo y cuando ya había bajado las escaleras escuchó cómo ésta se abría y de ella salía de nuevo la voz de esa mujer “hijo ¿dónde vas? Vuelve, no te enfades” ”Déjalo Isabel” el eco de la voz de un señor sonó en el pasillo, pero el ya se había ido.

Con las manos en los bolsillos, reflexivo y ensimismado echó a andar. Pronto pensó que le faltaba un sudadera porque el otoño había llegado y en la calle refrescaba, sin embargo, aun con el frío impuesto no pensó en volver. Sacó el móvil y llamó a Elena:

- ¿Cómo estás nena?

- Bien ¿y tú? ¿estás en casa?

- No, la dejé hace poco; por mí no te preocupes, pero ¿te encuentras sola?

- Vente si quieres.

Con un rumbo determinado cruzó las calles como un rayo veloz sin detenerse ante nada. Al fin, llegó a unos pisos de color amarillo que se encontraba por el área sur. “3ºA” ilustraba un pequeño cartel al lado de un botón metálico, lo tocó:

- ¿Sí?

- Soy yo.

Acto seguido un ruidoso sonido emergió cercano al portalón de la entrada que le indicó que podía pasar. Empujó y se dirigió al ascensor, primer piso; acostumbraba a subir las escaleras pero en tardes como aquella, hasta este mínimo esfuerzo le costaba. Un interruptor, presión y din-don, puerta abierta y su chica querida apareció tras ésta, se dieron un fugaz beso y ella informó:

- Mi padre está aquí.

- ¿No me dijiste que estabas sola?

- Acaba de llegar.

- Vale, no pasa nada – juntaron de nuevo sus labios y Enrique, señor de cuarenta y cinco años casi totalmente calvo y vestido con una camiseta de tirantes blanca sucia que marcaba su abultada barriga junto con unos pantalones azules de trabajo (pies al aire para que transpiraran tras horas de llevar las botas del oficio), electricista y chapuzas a veces, vio desde el salón a través del gran cristal que había en la entrada el reflejo recortado de la pareja.

Su voz resonó en el hogar “¡para hacer eso id al cuarto por favor!” llevó la cerveza que había a su izquierda, en el reposabrazos del sofá, a los labios y siguió mirando el televisor sin enterarse de lo que éste mostraba; al menos, había arrancado una sonrisa en los jóvenes, que era su objetivo.

Un saludo por parte del invitado y luego guiados por la recomendación de su suegro, ella lo encaminó a través de un pasillo en el que varias puertas escondían los secretos de la casa. Excepto una, por la que iban a pasar. Atravesado el marco y cerrada ésta, habiendo pasado el último Pedro, ella lo empujó levemente hasta chocarlo contra el pomo y lo besó durante cortos (para su sensación) segundos. Él la apartó y la llevó hasta la cama donde echados (ella sobre él) siguieron algo más hasta que Elena paró.

- ¿Qué te pasa? – preguntó al haber apartado su rostro por el poco interés que impregnaba éste al acto -

- Estoy jodido – contestó Pedro.

- ¿Otra vez tu familia?

- Sí, ellos – se bajó de su cuerpo y se colocó junto a él, tendidos los dos sobre la cama mirando al techo y con las manos entrelazadas –

- ¿Ha ocurrido algo nuevo?

- Han discutido, el uno reprochaba a la otra esta vez. No puedo con los dos – ella se volvió para mirarlo y acariciar su cara –

- Déjalos; trata de olvidarlos.

- ¿Cómo hacerlo cuando vives pared con pared y una mínima alteración del tono se escucha a través de los finos muros? – como respuesta ella suspiró y afirmó:

- Me tienes a mí chico.

- Lo sé, y eso es lo que me salva – despejó la frente de sus cabellos y allí colocó un beso, luego volvió a su postura y ella viró hasta abrazarlo.

No dejaron más que correr un rato el tiempo, disfrutando el uno del otro y observando la temprana llegada de la noche a través de la ventana del cuarto. Él rompió el silencio:

- Pero es que no los aguanto – siguió con el tema. Y ella suspiró mentalmente además de fruncir el ceño. Quería y deseaba escucharlo para que se desahogara, pero odiaba notarlo frustrado, irritado, dolido.


- Vente a vivir conmigo – Pedro escuchó su comentario pero lo dejó pesar manifestando que lo había recogido besándola de nuevo en la cabeza.

- Si no se quieren ¿Por qué siguen juntos? – su voz se tornaba dolida - ¿No entienden que sólo se hacen daño? ¿que me hieren a mí?

- No puedes hacer nada al respecto, trata de que te afecte lo menos posible – él la escuchaba suspirando, habían hablado de lo mismo con similares respuestas durante semanas – además, como siempre te digo, éste es tu último año. Luego, libre – pronunció la última palabra con un tono optimista, feliz y luminoso, acompañándolo con una gran sonrisa –

- Luego libre – repitió las últimas palabras de su novia – ¿y adónde ir?

- Estudias alguna carrera.

- ¿Fuera de esta ciudad?

- A ser posible.

- ¿Y quién me lo paga? - ella calló la respuesta que rondaba su cabeza (- tus padres) y lo abrazó más fuerte – Sólo permitirán que me quede aquí, con ellos. Querrán que acabe a su manera.

- El año que viene tienes dieciocho, hacemos un hueco en mi casa y te estableces conmigo.

- Lo dices resuelta, como si no hubiera problemas en el asunto. En ese casual no habría estudios y tendría que empezar a trabajar.

- Lo sé.

- Ya… y tú sí cursarías una carrera y te quedarías con el paleto de tu novio o me dejarías tras descubrir lo ancho y largo que es el mundo. Quiero darte algo más chica, no me gustaría ser un cualquiera.

- No tienes por qué acabar así – dijo arada – además, no serías uno más ya que a diferencia de otros vivirás tu vida como quieres y serás feliz a mi lado.

- Seguiría sin ser suficiente para ti.

- Al parecer no me conoces – se mosqueaba –

- Espera, para – dijo él en voz baja y seria mientras miraba sus ojos – que ellos no perturben lo que tengo contigo – tomó su barbilla con los dedos. Observó su rostro, su despejada y limpia faz. De pelo castaño y blanca piel, cejas despejadas, ojos pequeños pero penetrantes, una nariz de proporciones medianas y una boquita con labios rosados. Se enamoró por trigésima vez desde que se habían conocido, acercó sus labios, abrieron sus bocas, se besaron.

***

La puerta de su casa cedió y pasó sin anunciar su llegada “¡Hijo! Tu madre ha dejado la cena en el microondas. Cuando termines ven al salón”.

¿No ha despegado el culo del sofá desde que me fui? De verdad.

Ligero terminó el plato y se dirigió con aquel señor. Un “dime” rápido, corto y seco inició la conversación entre padre e hijo, éste fue respondido por un “siéntate y charlamos un rato” “¿Qué vamos a hablar ya papá? ¿De la situación, de estos momentos? No tiene sentido darle más vueltas al asunto. Vosotros no vais a cambiar ni tratar de hacer las cosas como son”. Desenfundó las manos que llevaba atadas a los bolsillos de nuevo y dio un giro de noventa grados dirección puerta de salida con destino su cuarto “Las cosas no son tan sencillas” escuchó y no dio respuesta. Cerró las murallas que separaban su fuerte de aquella casa. Entonces se escucharon pasos que llegaron hasta la guarida. El padre aporreó la puerta y forcejeó con la cerradura “Abre ¿Quién crees que eres para irte y plantarme así?” Silencio “¡Vamos! ¡Ábreme!” “¿Qué habéis hecho mi madre y tú para no merecéroslo?” Un hombre cabizbajo y abatido se dio la vuelta y volvió al único lugar que creía que le pertenecía. Se sentó, puso las manos en sus rodillas, se quedó mirando sus cansados brazos, manos, piernas y luego alzó la cabeza y miró el televisor decidido a olvidar lo que había ocurrido.

A la mañana siguiente, cuando el sol aún no había salido, se despertó. Quitó el pestillo de su habitación y tras ducharse desayunó unas piezas de fruta y un par de tostadas acompañadas de leche y cacao. Cogió la mochila y se dirigió hasta su centro de estudio. En él pasó la mañana ignorando a sus profesores y viendo respetado su deseo de soledad manifestado además aquel día al sentarse solo en una de las mesas del fondo. Al llegar al recreo, con algunos compañeros salió del centro sin problemas. En un banco cercano a éste charlaron y fumaron. “¿Quieres?” le dijo uno “Yo de eso nada” respondió Pedro. Contaban que habían hecho el fin de semana “¿Y Tú Pedro? ¿Con la novia?” “La mayor parte del tiempo, para estar en casa tirado” entonó con resignación esto último “Pues anda que el de matemáticas te ha dejado por los suelos cuando has salido a la pizarra” “Asuntos menores” mostró una falsa sonrisa confiada. “Lo habéis hecho ya ¿no?” le preguntaron, “No es tu asunto chaval” “Tranquilo tío” respondió Miguel, un compañero, “Mira ¿quieres venirte pasado mañana a una fiesta?” “¿Dónde?” En casa de un amigo, habrá de todo. Y de paso me presentas a tu chica” “En unos días te contesto ¿cuánto dinero habría que llevar?” “En principio nada, es un colega pijo al que no le importa poner todo por delante” “Que así sea entonces” y de nuevo sus labios cambiaron hacia una mueca positiva.

Es una suerte que haya gilipollas como Miguel y capullos como sus amigos.

Terminó la jornada y sin parar por casa fue a la biblioteca. Allí, escondido y anónimo entre montones de libros y personas realizó un par de ejercicios y trató de estudiar aunque no terminaba de concentrarse. De todas formas al final de la tarde estuvo satisfecho con lo que había conseguido. Cenó, se encerró y ningún comentario respecto a la noche anterior. Oyó sus padres hablar entre ellos e imaginó que él era el tema central. De todas formas, no le dijeron nada.

Un nuevo día, el sol radiaba y la alegría lo inundaba por momentos. Llevaba más de un día sin escuchar una discusión y sin verse involucrado en una pelea entre sus padres.

¡Bien! – resonaba en su mente.

Tras las tres primeras horas de instituto llegó el descanso y una hora más libre porque el profesor había faltado. Así que le dio una llamada perdida a Elena y fue hasta su instituto, apenas a quince minutos del suyo. Llegó, tocó el interfono y abrieron la puerta. Un nuevo toque que informaba de su llegada y hasta el lugar donde solían sentarse ella y sus amigas se dirigió.

- ¿Qué haces aquí nene? – preguntó tras besarlo.

- Tenía ganas de verte. Estaba feliz y era buen momento para estar junto a ti.

- ¿Y eso? – sonrió - ¿Has aprobado algún examen complicado?

- ¡Qué va! Voy cuesta abajo, pero el silencio que ha reinado en mi casa llena mi alma.

- Qué profundo.

- Sí, lo leí en un libro – dijo con sorna - ¿Qué tal tu día?

- Bien, sin mucho ajetreo. Al parecer los profesores hoy han decidido descansar porque excusándose en que aprendiéramos a ser autónomos, alguno nos ha mandado tarea y casi se ha acostado sobre el escritorio.

- ¡Vaya! A eso lo llamo dar ejemplo.

“¿Los profesores son unos vagos” afirmó una chica con aguda y desagradable voz, siguió maldiciendo “sólo andan diciéndonos lo que tenemos que hacer y luego ellos no cumplen con sus obligaciones. Capullos” “Después de tantos años habiendo sufrido como alumno, lo único que quieren es devolvernos lo que ellos padecieron” contestó irónicamente Pedro, tono que la chica no captó “De verdad, con sus ropas de marca y maletines, de pie, mirándote por encima del hombro, creyéndose mejores que tú. No los soporto”

- ¿Cuántos exámenes lleva suspensos este curso? – susurró a Elena.

- Todos – contestó ella entre risas.

- Entiendo – y le devolvió el gesto junto con una mirada cómplice.

Ella tomó su mano y anunció que se iba con él. “Disfrutad” dijo la chica cuya voz sonaba como un silbato “No sabes cuanto” contestó él, a lo que su novia secundó con un nuevo beso cuando ya daban la espalda el resto de compañeras.

- ¿Sabes? No tengo ganas de dar clase.

- ¿Qué te toca?

- Lengua.

- Aburrida pero importante.

- Tengo cuatro horas a la semana, quizás si pierdo una, no pasa nada.

- Quizás – dijo en broma.

- Quizás prefiera estar contigo.

- Quizás simplemente fuera maravilloso.

- Entonces seamos libres.

Salieron del instituto sin necesidad de preocupaciones, la puerta se abría apenas alguien tiraba de ella. Cerca, un jardín se mostraba ante ellos, de modo que sobre la hierba se echaron abrazándose y perdiéndose en la compañía del otro.

- Como ves, sólo me hace faltas tú para estar a gusto.

- Esa frase podría ser mía – respondió ella.

- ¿En qué momento se pierde el amor?

- ¿Cuando el otro no tiene nada más que dar o mostrar? ¿cuándo la indiferencia hace acto de presencia?

- Y ¿por qué?

- Imagino que, las personas vamos evolucionando y si no cuidas el lazo que nos une, se rompe.

- Siempre te querré ¿vale?

- Me parece bien – dijo ella enérgicamente pero con un toque de humor.

El tiempo se les agotó y de mutuo acuerdo decidieron volver a sus clases. Cuando llegó a penúltima hora se enteró de que finalmente habían podido adelantar la última a cuarta con lo que tras la que iban a recibir podrían ir a casa. El hecho de perder una hora no le molestaba en exceso, pero que ésta hubiera sido con su tutor el cual los trataba como críos de primer año de instituto sí que le preocupaba. Era capaz de hasta llamar a sus padres.

Efectivamente, cuando hizo acto de presencia el ambiente lo notó enrarecido. Su madre aquella no trabajaría porque había alegado un dolor de cabeza y su padre se daría la tarde libre. De manera que comieron en silencio supuestamente alegres porque podrían pasar aquellas horas juntas de forma inesperada. El preludio a lo que más tarde tuviera que aguantar llegó en forma de pregunta “¿Qué tal las clases hijo?” preguntó su madre con demasiada inocencia “Bien” mientras engullía una cantidad excesiva de espaguetis trataba de responder de manera comprensible “Un profesor ha faltado” “Pero al final habéis dado clase ¿no?” Él cabeceó arriba y abajo debido a que era una forma más fácil y directa de mantener la conversación “quiero decir han, porque tú no estabas me ha dicho tu tutor” “Sí” su voz emergió de la caverna y por poco se atraganta con una nueva ración demasiada grande “toma agua y mastica antes de contestar Pedro” su padre el práctico había hablado, y de hecho tras obedecerle la comunicación fue más fluida “me dijeron que no se iba a poder adelantar la clase y por eso me fui” “pero tu deber es estar allí hijo mío, no puedes irte sin que lo sepa el centro, tu padre o yo ¿y si te hubiera pasado algo?” Pedro escuchaba incrédulo, empezaba a sentir que había vuelto a la infancia y debía ir acompañado de la mano con algún mayor por la calle “además ¿dónde has ido?” siguió su madre con aquel pequeño interrogatorio “visité a Elena” “Elena” repitió ella y pronunció aquel nombre como si una pesada losa hubiera caído sobre su cuerpo “pero hijo, ella también tendría clases” él la miró fijamente y simplemente no contestó “a ver” el padre de nuevo hacía acto de presencia “tu madre te quiere decir que si quieres arruinar tu vida sin ir a clases vale; pero si tanto quieres a tu nena” dijo aquella última palabra con desdén “mejor no la molestes entre clases ¿no?” “Ella al igual que yo, es mayor para saber qué le conviene” “no, te equivocas” contestó su padre. Pedro se levantó de la mesa con su plato acabado y mientras lo dejaba en el fregadero contestó: “precisamente no sois vosotros quienes tenéis que hablar como si dierais ejemplo”

A no ser que la cobardía se haya convertido en una virtud – añadió en su mente.

Fue hasta su habitación y en ella, tras mirarse un par de veces en un pequeño espejo que tenía, intentar peinarse, y hacer un reconocimiento exhaustivo de su cara, decidió dejar su cuerpo reposar en la cama, con el efecto posterior de que al notarla tan mullida, cómoda y agradable se quedó dormido.

Pum, pum pum “¡Abre” se alzó una voz “¡Abre” ahora en tono confidencial a su mujer “tenemos que quitar la cadena ésta que no nos deja entrar”, el chico abrió los ojos, miró el reloj y se encontró que Morfeo lo había hecho descansar durante tres horas y media. Algo molesto por ser despertado de una manera tan desagradable fue a quitar el sofisticado sistema de seguridad (comprado en una tienda de chinos, antiguo cien pesetas) que restringía el acceso a sus padres. “Buenas tardes hijo ¿te preparo la merienda? Entonó dulcemente su madre “sería un placer” contestó algo estupefacto.

A la mesa de la cocina otra vez, como si ésta fuera el punto en común para coincidir todos y tocar los temas importantes. Su padre, sentado en una silla de plástico negro, apoyada contra la pared, observaba el ir y venir de su esposa eludiendo así el contacto visual con su hijo, muy peligroso a su parecer. Por otra parte, su madre estaba muy aliviada porque haciendo las tostadas y calentándole la leche se mantenía ocupada y no tenía que tener una conversación fluida escondida tras su ocupación. Alta, delgada con un par de ojos grandes morenos con el pelo de este mismo color y que le caía hasta los hombros con graciosos bucles, era atractiva aun con su edad y manteniendo una bella sonrisa y una aparente actitud positiva y servicial hacia los demás, conseguía salvarse de numerosos problemas. En aquellos momentos silbaba tratando de añadir naturalidad y alegría a la escena. “Toma hijo” ante sí, unas tostadas con mantequilla y mermelada de melocotón y un vaso de leche con cacao. Desconcertado, empezó a comer sin ánimo de empezar a hablar (esto lo compartían los tres). Sin embargo, el silencio fue roto “Pedro, tu madre y yo queremos hablar contigo” él alzó la vista dirigiéndola a uno y a otro y terminando por posarla en el hombre, miró con inocencia tratando de aportar relax “estamos viviendo una situación complicada y me cuesta tratar contigo sobre el tema, sin embargo, eres mayor y debes saber exactamente cómo están las cosas. Tu madre y yo, nos queremos, pero, las cosas no son tan fáciles. Ahora, ella no siente los mismo que antes” “no sentimos” dijo ella, a lo que su pareja la miró con resignación tras luego volver a dirigir la palabra a su hijo “ella no siente el mismo amor” “no hables como si no estuviera” “es innecesaria esta discusión, mamá” replicó en tono duro Pedro “el caso, es que has tenido que sufrir nuestras discusiones y malestar, provocándote tristeza. Sólo quiero decirte que debes asumir este hecho, aunque nos queremos ya no somos la pareja que antes fuimos” “Pero, no lo entiendo ¿por qué seguiréis entonces viviendo bajo el mismo techo? ¿por qué aparentaréis amaros si ya no lo hacéis?” su madre tomó la palabra ahora “hijo, la vida no esta sumamente sencilla como tú crees. Has vivido bajo el manto de protección que tu padre y yo te hemos dado y por eso no lo has visto. Pero, no es sólo el amor lo que la conforma y no es éste el aspecto más importante, hay relaciones sociales más allá de las que tienes con tu pareja, también está el dinero el bienestar de saber que tienes una casa y puedes acudir a ella. Imagínanos a cualquiera de los dos solos; ahora, con cuarenta años, con un sueldo ajustado el de ambos si tuviéramos que pagar el alquiler de un piso, malviviendo, es mejor que las cosas fluyan por este cauce, el uno con el otro, aunque separados” “¿Piensas de la misma manera papá?” Por respuesta un sí corto, bajo y cas en susurros. Pedro se levantó de aquella mesa sin apenas haber probado bocado, cogió una chaqueta que tenía en la entrada y salió a perderse por las calles de la ciudad. Pensó en llamar a Elena pero prefirió no molestarla porque debía estar estudiando para un examen que iba a tener el próximo día. Fue hasta el centro y bajó hasta la plaza mayor donde en uno de sus numerosos bancos se sentó y tomó una napolitana de chocolate que había comprado de camino en una pastelería. Tras terminarla se protegió abrazándose a si mismo y cabeza abajo se puso a no pensar. Sobre las nueve de la noche cuando las bajas temperaturas hacían acto de presencia decidió volver.

¿Cómo de importante es el amor actualmente? Al parecer, es mejor protegerse sobre la cómoda apariencia a redescubrir de nuevo la soledad, la inseguridad o indefensión ¿Nos pasará lo mismo a Elena y a mí? ¿Llegará un momento en que por las razones pertinentes prefiramos escondernos el uno tras el otro engañándonos y haciéndonos daño? ¿No se dan cuenta que camina hacia la infelicidad? Cada día que pasen serán más condenadamente desgraciados y así me harán si no me separo de ellos a tiempo”

Abrió la puerta de su casa y tomó la media pizza que le habían dejado hecha en el microondas, su padre veía la tele y su madre estaría preparándose para dormir. Luego cada uno iría a su lecho, él en su cuarto y su padre junto con su mujer.

El amor ha muerto entre ellos y lo degradan comportándose de esta manera.

Se acostó.

Por la mañana instituto y respuesta afirmativa a Miguel respecto la fiesta. Pasó todo el día como un zombi contestando sólo a una de las numerosas llamadas perdidas que su novia le había echado. En casa, ninguna comunicación con sus padres. Al anochecer, en el puente de los desafortunados se había citado con su compañero. Desde allí, echaron a andar y fue informado de que la fiesta en una casa había sido cambiada por una botellona “¿Un miércoles?” preguntó a Miguel extrañado “sí, sus padres al final no le han dejado la casa. Y normal porque ya verás todo el alcohol y drogas que circulará” “¿en cuanto a pagar ha cambiado algo?” “no”

Al menos bebida gratis.

Llegaron a un gran parque abierto iluminado a trozos por unas farolas muy útiles para los que no habían hecho los deberes en casa y tenía que liarse sus cigarrillos. También para los emparejados que quisieran comprobar con algo de luz si se habían equivocado en exceso al elegir a una persona determinada para pasar un rato aquella noche. Pedro vio como Miguel pagaba con diez euros a su “amigo” y pensó que aquellas relaciones de conveniencia con estúpidos como aquel eran desde luego muy útiles. Tomó un vaso de cubata y se lo rellenaron con vodka y fanta de limón, ése fue el primero que tomó con ese contenido, brindó con su colega del miércoles y tras seguirlo durante un rato para tratar de conocer algo de gente, se estableció al resguardo de un gran árbol en el que se apoyó y tenía miedo de abandonar fuera a perder su comodidad. Había al menos sesenta personas y estaban haciendo ruido. Varias chicas se le acercaron que según les apeteciera escuchaban sus penas o se iban a otro lugar más divertido. Al final, una tal María, lo acompañó el resto del tiempo e iba a traerle nuevos cócteles. “Vodka rojo y limón” “ron y cola”. De repente, una sirena de la policía se escuchó a lo lejos y todos (los que podían) empezaron a correr. Él, tomando la mano de la chica y siendo guiado por ésta fue capaz de escapar del enemigo. Empezó a llover y trataron de refugiarse pero sus cuerpos se mojaron antes de ponerse a resguardo. Entonces, ella lo abrazó y miró, él sin padecer ni sentir, en un remoto lugar de su consciencia sabía lo que ocurriría, pero era incapaz de pararlo. Ella acercó sus labios y durante apenas segundos se besaron, pero éste tratando interiormente de alejarse y no seguir, creó tal malestar en su cuerpo que junto con el alcohol que llevaba encima le provocó nauseas. Se apartó y bajo la lluvia empezó a vomitar. Cuando volvió donde antes se encontraban ella ya no estaba, no le importó y echó a caminar calándose por completo. Sin saber cómo, llegó a su hogar. El portal estaba entreabierto y sólo tuvo que empujar la puerta. Subió hasta el primer piso y sacó las llaves, tanteó pero no pudo y acabó llamando a la puerta.

- Tú – apenas balbuceó tras verla - ¿qué haces en mi casa? – Elena preocupada pero con una sonrisa en los labios tras haber escuchado su ocurrencia lo hizo pasar hasta su cuarto.

Aún escuchaba los ronquidos de su padre y madre, así que si no hacían ruido no habría problemas. Lo llevó primero a su cuarto en el que le pasó una toalla para secarlo y le quitó la ropa. Luego cuando vio que aún tenía fatiga lo condujo hasta el cuarto de baño y lo ayudó a devolver todo el líquido que había tomado. Tras esto, se duchó con él y le dio su toalla, tomando ella la de su madre. Le proporcionó un cepillo de dientes que tenían todavía sin estrenar y éste a medias se limpió la boca. La pareja de nuevo en su castillo se echó en la cama. Ella pensó en tratar de conversar con él, pero éste mostraba tal cansancio e indisposición que pensó que no sería una buena idea. Se secó, lo secó, se vistió, lo vistió (le puso unos calzoncillos de su padre) y se acostaron juntos bajo las sábanas alimentándose mutuamente. A las siete sonó su despertador y salió de la cama sin que Pedro se enterara, en la habitación las ropas de su novio estaban sobre la silla para que su familia no las encontrara. Tomó el desayuno y fue al instituto. A éste le dejó un bocadillo con mantequilla y jamón cocido preparado sobre su escritorio. Atrancó la puerta tras irse para que si sus padres quisieran entrar les costara y no la abrieran. Llegó al mediodía y tras comer frugalmente y comprobar que sus padres no se habían enterado (un comentario dicho por su padre de que otra vez su puerta se había encasillado le bastó), volvió con Pedro que ya estaba despierto.

- He tratado de no hacer ruido, siento de veras haber venido a tu casa y ponerte en este aprieto.

- ¿Dónde ibas a estar mejo? De hecho creías haber llegado a la otra casa puesto que quisiste abrir con tus llaves – le sonrió - pero a cambio tendrás que contarme qué te ha pasado y por qué no contestaste a mis llamadas.

Habló dolido y punto por punto le dijo lo ocurrido, ella con los oídos bien abiertos lo escuchó. Al final del relato se disculpó y empezó a llorar desconsoladamente. Ella cambió la silla del escritorio por la cama junto a él y lo abrazó y besó.

- Tranquilo - le susurró.

- Mierda – sollozaba – no he podido cagarla más. Y encima te estoy jodiendo a ti que eres la única persona que quiero de verdad y me quiere.

- Shh – lo acariciaba y besaba en la cabeza – no te equivoques, tú los quieres y ellos a ti, lo que pasa es que ahora estás dolido.

- Lo siento, de verdad – decía él.

- No hace falta que sientas nada. Aquí estamos los dos, el uno por el otro, cuando yo te hago falta estoy ahí y a la inversa. Nuestro amor es un vínculo que no se podrá romper fácilmente y que perdurará para protegernos y hacernos felices. Llevándonos a descubrir nuevas sensaciones y emociones inalcanzables para aquellos que no son capaces de amar. Te quiero.

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Escrito por Fernando José Cabezón Arnaldos,
me reservo todos los derechos del escrito.

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