martes, 31 de agosto de 2010

Camino

Dios mío cómo va

Montado ahí borracho y sin dirección alguna, se va a caer


Que no se fije en mí


- Alberto ¿lo estás viendo? – dijo mientras indicaba con la mirada a un adulto que apenas podía sostenerse a si mismo y que además montaba en una bicicleta

Que no se fije en mí

- ¡Bueno! Cómo va ¿cuánto te apuestas a que no tarda ni un minuto en caerse

- ¡Ja! ¿tanto tiempo? ¿no recuerdas cuando Enrique se bebió una botella y luego quiso hacer surf? No aguantó ni diez segundos

- Sí, la tabla lo llevaba a él sin remedio

Que no se fije en mí


- Alberto ¿has visto a aquel tipo de allí? – lo señaló – el gordo de la chaqueta azul ¿te has fijado en la cara que lleva?

Que no se fije en mí

- Seguro que piensa que el borracho se le va a caer encima

El viento sobre mi pecho semidescubierto, el olor a mar que mi mente transmite aunque hayan pasado horas desde que lo dejara, el tacto incómodo del sillín de montar, los coches que me ciegan con su luz, todo ellos forma la vida que me rodea y que la siento a través de cada fibra sensible de mi cuerpo. Seguiré pedaleando hasta donde la bicicleta me lleve para así poder sentir un segundo más la maravilla del vivir


Luís, aquel señor embriagado por el alcohol se dirigió directo hasta la rotonda en la que no pudo parar de hacer círculos sobre ella y sobre si mismo. Empezó a marearse hasta tambalear y eludió varias veces la caída hasta que al final terminó golpeándose la cabeza contra el bordillo de la carretera y cayendo sobre lo que para él fue un mar azul de lo grande que percibió la chaqueta y al señor.

- ¡Joder! Al final se tuvo que caer encima mía.

El hombre de la chaqueta azul parecía un señor peculiar, calvo por la coronilla y con algo de pelo a ras de piel por el resto de su cabeza, lucía un mostacho que captaba toda la atención de quien lo mirara haciendo al observador no reparar en su gran nariz (a juego en proporciones con el anterior citado bigote) su faz se veía completada por un par de pequeños vivos ojos verdes, una prieta boca y un par de orejillas algo despegadas. Voluminoso de altura y anchura la chaqueta parecía un manto de las dimensiones que tenía. Difícilmente se puede disculpar su siguiente actuación se quitó al borracho sucio de encima y siguió su camino sin mirar atrás. Luís por su parte, antes de acabar inconsciente vio dos cosas, unos chavales que se acercaban entre risas y miedo gritando y la cara de una bella mujer de pelo rubio y ojos claros que a él le parecía que pedía auxilio.

Abrió los ojos y se despertó en una sala aséptica, blanca al completo. Lo primero en lo que reparó fue en que a su izquierda había una estructura de metal y ruedas con cortina que realizaba la función de separar el cuarto en dos y a su derecha un armario de contrachapado azul claro. Luego se vio sorprendido por un entrar y salir de personas para él incómodas en ese momento

¡Qué molesto! No sé dónde estoy, no dispongo de ninguna información sobre mis dolencias y además tengo que aguantar toda esa gente y ruido, una enfermera entra, a ver si me dice algo…

- ¡Shhh! – La enfermera se llevó el dedo índice a la boca y frunció el ceño, sorprendentemente llegó el silencio

- ¿Señorita? – dijo Luís pero la enfermera salió tan sólo mirándolo con gesto sorprendido

¿Qué habrá significado eso?
– se extrañó – Me duelen los brazos, las piernas, todo el cuerpo en sí. Tengo malestar general y ni siquiera sé si estoy medicado. Si lo supiera podría quizás coger la pastilla que llevo en mi cartera, pero… ¿dónde están mis pertenencias? Me las guardarían al llegar a la residencia claro ¿cuándo llegué? ¿Cuánto tiempo llevo? ¿Qué hora será?

Entró un médico al cuarto y se dirigió a él sin perder un segundo

- Está despierto

- ¿No lo ve? – balbuceó de manera ininteligible

- Espere, no haga esfuerzos, quédese tumbado y no intente hablar – sacó una linterna y empezó a examinarlo – Debe quedarse quieto, no se mueva ¿tiene algún familiar?

Silencio, unos segundos corrieron.

- No lo recuerdo – no se le podía entender – No lo sé – unas lágrimas corrieron por sus mejillas y se echó a llorar.

***

Rapidez, brusquedad de movimiento, voces de alarma, frío, acción y luz fue lo último que percibió antes de despertar de nuevo. Cuando lo hizo estaba desnudo sobre una camilla metálica con una manta blanca tapando su cara y cuerpo. Antes de levantarse, llegó a él el recuerdo del rostro de aquella mujer que según le había parecido pidió auxilio cuando sufrió el accidente, esta vez la imagen quedó suspendida en su memoria durante unos segundos más, así la vio: pelo largo rubio que caía más allá de sus hombros pero dejaba su frente despejada, ojos grandes y verdes protegidos por largas pestañas y coronados por finas cejas. Una pequeña nariz helénica y unos bellos labios, redondeado por unas facciones dulces. Cuando el recuerdo se extinguió dudó un segundo en salir de aquella sala. Sin ropa, se anudó la manta a la altura de la cintura y corrió hasta la puerta, al abrirla se encontró ya fuera del recinto en una zona aparentemente en calma y rodeada sólo por algunos coches. Echó a andar y pronto dejó atrás el hospital sin sobresaltos. Desconocía dónde estaba y si en algún momento de su vida se había encontrado allí, siguió andando y dejó lo que a él le parecía la periferia (en la que presumiblemente se ubicaría el hospital) para llegar a zonas más céntricas. Entonces, vio al hombre de la chaqueta azul:

- ¡Eh! ¡Eh! – empezó a vociferar en medio de la calle - ¡Tú! ¡Para! – La chaqueta azul con el hombre debajo seguía en movimiento y ni una ni otro se detenían. De repente, la calle empezó a vaciarse, no supo cómo pero las personas que antes habían estado allí fueron desapareciendo. De manera que interpretándolo como un golpe de suerte al poder pasar sin ser visto, echó a correr cuanto pudo tras aquel familiar desconocido – Por favor pare – repitió con la mano alzada y doblándose por el tronco debido a la fatiga que le había producido el moverse a tal velocidad – pare – el señor se quedó quieto reflejándose sobre su coronilla los rayos del sol como si de un espejo se tratara, se dio la vuelta visiblemente molesto y esperó a que aquel hombre (lo había reconocido) le dijera lo que tuviera y fuera tan importante – Buenas – le dio la mano – Mi nombre es Luís ¿cómo se llama usted?

- Señor, no tengo tiempo para detenerme a conversar, me están esperando – dicho esto hizo el ademán de dar otro giro de ciento ochenta grados y seguir su camino pero la voz de su interlocutor lo detuvo –

- Mire, me disculpo de veras por lo ocurrido la otra noche, estaba borracho y aun no recuerdo de dónde conseguí la bicicleta con la que lo atropellé, tampoco tengo mis documentos de identidad ni ningún signo identificativo, sólo le haré una pregunta: ¿sabe algo de la mujer que me auxilió cuando tropecé con su cuerpo? – Ramón, el hombre de la chaqueta azul, detestaba que le hicieran perder el tiempo pero tanto como esto que lo vieran con un hombre que tenía pinta de lunático hablar por la calle, así que por esta razón salieron de su boca las siguientes palabras:

- Acompáñeme, lo ayudaré en lo que pueda

Ramón lo condujo por las calles menos concurridas que conocía y así lo pensó Luís que las descubrió desiertas.

- Es la ciudad menos poblada que en mi vida haya visto

- ¿De dónde es usted y en qué ciudades ha estado?

- No lo recuerdo

- Entonces ese calificativo no tiene méritos – habían llegado a un local que parecía cerrado, del bolsillo de su chaqueta se sacó una llave y abrió la puerta – vamos, entre – lo apremió, allí Luís adquirió ropa y se le ofreció comida y bebida pero extrañamente no le apetecía nada – ¿qué es lo que busca?

- Al ser más bello que mis ojos hayan conocido, la vi antes de caer inconsciente

- Sí, creí que había muerto en el acto, no le vi abrir los ojos

- ¿Y aun así escapó? – su voz se llenó de incredulidad –

- Tenía otros menesteres que atender.

- Bah ¿puede ayudarme a encontrar a la mujer?

- Sinceramente desconozco si alguna rondaba en el momento del accidente, a mi parecer no había ninguna ¿podría ayudarte en otra cosa? – Luís se tomó unos segundos para pensar –

- Creo que me vendría bien algo de dinero suelto para utilizar en alguna cabina y el teléfono del hospital en el que estuve – finalmente salió de aquel lugar con un pequeño saco de monedas y tres teléfonos apuntados en una cuartilla de papel.

Sin rumbo y sin determinación para enfrentarse a la extraña realidad que estaba viviendo, decidió caminar sin un destino concreto guiándose para llegar a algún punto por su instinto. Sentía su cuerpo ligero y sus pies andaban veloces como sin frenos, sin embargo, sentía cierta fatiga. Su alrededor se le presentaba extraño ya que bajando por las calles que recorría, la gente que lo rodeaba parecía esfumarse sin más como si no pertenecieran a ese mundo, en cambio, vio un grupo de cuatro chavales que cruzaron la avenida entera y no desaparecieron.

Veremos si me pueden ayudar


- Hostias el borracho – dijo uno de ellos y todos empezaron a reír - ¿cómo anda hombre? ¿se mantiene ahora bien en pie? Nos preocupamos mucho por usted en su momento

- ¿Me conocen?

- Veamos, usted seguro que no se acuerda, pero fuimos los primeros en ayudarlo cuando se golpeó contra el suelo – carcajadas de nuevo – es normal que debido al estado en el que se encontraba ahora no se acuerde de nosotros

- Y ¿no vieron a una mujer que pidió auxilio?

- ¿Mujeres? No había ninguna a cincuenta metros a la redonda, créame, las hubiéramos visto. Además ¿quién se le iba a acercar en ese momento aparte de nosotros? Tenía un aspecto penoso, pelo sucio, enmarañado, lleno de arena, vestido entero de negro pero con la ropa descuidada, lleno de arena por todas partes y con un aspecto de alcohólico fácilmente reconocible.

- Bien, bien, los entiendo una cosa más ¿sabéis al hospital al que me llevaron?

- Me parece que… no, ni idea.

- Gracias de todas formas

- Espere señor, esto se le cayó el día del accidente – el chiquillo con el que había hablado le entregó una cartera, en ella al abrirla encontró unas pocas tarjetas y nada de dinero

Las dos personas a las que he interrogado niegan la presencia de alguna mujer cuando ocurrió el accidente, me parece raro, estaba casi seguro, bueno, voy a llamar a los hospitales.

Se dirigió a una cabina y marcó uno a uno los tres números que tenía apuntados. En dos de las llamadas el teléfono fue descolgado al otro lado, él preguntó por su propio ingreso unos días atrás y nadie respondió. En el tercero sí recibió contestación pero le pusieron trabas para darle la información, de manera que decidió acercarse. Cogió un taxi con el dinero que le quedaba sobrándole al fin del trayecto aun algunas monedas, llegó a la residencia y en recepción repitió la pregunta. La persona que allí estaba recordó la corta conversación telefónica que habían tenido y pidiéndole el nombre (que ahora conocía por los documentos que obtuvo de su billetera) miró en los registros del hospital, su mueca se tornó en un gesto extraño, seguido a esto lo envió a la sala de espera y llamó por megafonía a un médico (Luís imaginó que sería el mismo que lo atendió en su estancia en el hospital), éste llegó y habló con el hombre de la entrada provocando en el médico una ligera sonrisa.

- Debe ser una broma muchacho – llegó a captar él de las palabras que se cruzaron-

Se dio la vuelta y vio a Luís, acto seguido volvió sobre sus pasos con cara de espanto y tomó la dirección opuesta a la que él se encontraba

No entiendo esta situación, no sólo no me han atendido sino que han huido de mí.

Sin ganas de más por ese día, se fue sin pedir explicaciones de lo ocurrido, tomando el mismo camino que por la mañana lo había llevado hasta el hombre de la chaqueta azul

Muerte

De nuevo apareció el rostro de la bella mujer

- Ven conmigo, ése no es tu lugar – le susurró a sus pensamientos

Mareado y sintiéndose débil llegó al local donde Ramón lo había llevado a mediodía, de allí salió éste

- Tú de nuevo ¿qué es lo que te ha pasado? – Luís estaba pálido

Muerte

Imágenes de un funeral que él había organizado, gente a su alrededor llorando, playa y mar, llanto, confusión y alcohol. Una bicicleta frente a él, la toma y empieza a pedalear con una botella en la mano, llora, la termina de golpe, la tira y se golpea en la cabeza con su mano libre, grita, se tambalea pero se mantiene sin caerse, piensa en la muerte ¡Qué bella podía ser! Llega a una rotonda, un hombre con chaqueta azul parece querer eludirlo, él trata de llegar hasta éste para contarle su fatal día, pierde el control, su cabeza choca contra el bordillo de la acera, el rostro de la mujer, dice algo pero no está pidiendo auxilio como él creyó, ella no puede, murió también, antes que él, ella era la ocupante del ataúd del funeral que había organizado. La sala donde se despertó la segunda vez era, la morgue.


Cuando se despertó en la camilla y tapado por una manta Luís no tenía recuerdos, había quedado atrapado en este mundo y hasta que no fue consciente de su situación no pudo partir hacia donde le correspondía. Ya había terminado todo. El hombre de la chaqueta azul también se evaporaba, el mundo material que antes había sido su realidad desapareció. Ahora, se encontraba él en otro lugar y en otro estado, la vio, sonriendo lo esperaba. La muerte le había llegado y qué dulce era estando allí con ella.
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Escrito por Fernando José Cabezón Arnaldos,
me reservo todos los derechos del escrito.

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miércoles, 18 de agosto de 2010

Huracán

La ciudad se cayó, más allá de lo físico, nadie pudo ser capaz de levantarse, de rearmarla, nadie lo intentó. Cuentan que hubo ayuda pero nunca llegó, por ello estoy aquí, por ello estoy escribiendo, para dejar cuenta de lo ocurrido y que quede como testamento estas hojas de la que fue mi voluntad, no quise más que hacer recuperar al vencido lo que le corresponde y ajusticiar a aquél que de nuestra desgracia se lucró. Aunque ¿por qué alguien deja a una ciudad perdida si tiene el poder de mostrarle el camino? No lo sé, ni entiendo por qué es posible ser tan ruin.

Nací el día de la catástrofe, fui el único bebé que sobrevivió, mi madre murió mientras paría, mi padre intentado sobrevivir mientras el huracán lo arroyaba. Familiares, desconozco si tengo, ya no me sirven de nada. Mis primeros meses tuve ayuda, una mujer me salvó, al parecer una amiga de una amiga de mi madre que asistió al parto, me alimentó como pudo y sobreviví. Sin embargo, cuando pasaron unos años, esta señora me dejó en el cementerio. Hay una razón (ilógica), mi madre estaba enterrada y sellada en su modesta tumba, a los poco años hubo una riada, el cementerio se inundó, muchos cuerpos salieron de sus hogares, uno de ellos el suyo. La mujer que me cuidaba quiso interpretarlo como una señal de que mi difunta madre me guardaría desde los cielos y que debía vivir allí con ella, con lo que quedaba de su cuerpo. Así que he crecido en la soledad, no tengo a nadie que desde entonces me haya acompañado. Cuando se dieron los hechos que vengo a relatar, apenas había cumplido los catorce años, llevaba solo nueve, sin haber asistido a colegios, aunque habiendo sido enseñado a leer y escribir antes de ser abandonado, allí practicaba a veces ojeando los nombres que están escritos en las sepulturas; hice un listado, se repetían más de mil apellidos. Por mi parte sigo sin saber cuál es el mío, no sé dónde se enterró mi madre, ni mi padre, sé poco.

Buscaba venganza; creía que me sería fácil conseguirla con ayuda, pero no me fío de las personas (las de mi pueblo estaban todas acobardadas), era un niño que no tenía auxilio y al que nadie se acercaba aun sabiendo de mi existencia, posición y estado, no merecían mi confianza, nunca se la habían ganado. Estuve unos meses reclutando animales, los adiestraba para que luego en un futuro me ayudaran en mis planes; se me ocurrió cuando los perros y gatos que deambulaban por los alrededores de mi hogar empezaron a seguirme a veces, otras a traerme huesos, pájaros, bichos, son muestras de lealtad, me habían cogido cariño, era el único ser humano que no llegaba, los acariciaba y los dejaba. Yo, siempre seguía estando allí.

No entendía por qué los vecinos no se levantaban en armas contra el alcalde ¿qué les haría? Lo desconozco ¿cuánto podrían ganar? Mucho, lo que les pertenecía. Él se había apropiado del dinero que países extranjeros dio para reconstruir el pueblo, sin embargo, las cosas iban cada vez a peor. Instalaciones no quedaban, un hospital y un colegio, sin administración, ni oficinas donde quejarse más que las que el ayuntamiento conservaba, para uso propio sobre todo. Alguna vez había ido a quejarme, pero al final no decía nada, era más divertido adelantarse en la cola, pasar y ver cómo los demás espetaban a la media docena de funcionarios que hay que en el pueblo ya no es posible vivir. Se sobrevive, apenas consiguen comida porque los campos se debilitaron y la eficiencia que había por la maquinaria se perdió con la tragedia. Casi todos los años sufren tempestades, no hay techos robustos bajo los que cobijarse; cuando llovía, yo me escondía en los huecos que han dejado las tumbas que se han salido.

- ¿Qué tienes ahí?
- ¡Eh! ¡Fuera! – guardé la libreta donde garabateaba en mi ropaje
- Este sitio no es tuyo
- Pues yo creo que soy su mayor dueño – no había visto de dónde había aparecido aquella niña, tenía más o menos mi edad, iba vestida de un modo distinto, más limpio, ordenado, aunque esto era natural, yo sólo tenía dos vestimentas que debía lavar en el río, sin embargo a ella parecía que le cuidaban sus prendas – llevo aquí desde los cinco años, muchas personas vienen y van, pero ninguna se queda aquí constantemente
- Entonces ¿cuidas de los muertos?
- ¡No! – salté horrorizado - ¿Crees que me iba a encargar de esa tarea? De cuidar algo en este lugar, estaría ayudando a los perros y gatos que rondan a las afueras y por los interiores del cementerio
- ¿Me los puedes enseñar? Por favor – estas dos últimas palabras me decidieron a tener una actitud positiva con aquella chica –
- Para verlos me tendrás que dar tu nombre
- ¿Por qué?
- Necesito una muestra de lealtad hacia ellos y hacia mi ¿sabes? Te voy a mostrar a los animales más maravillosos que vas a conocer en tu vida
- María ¿el tuyo?
- Marcos, acompáñame

Eché a andar decidido y con la cabeza erguida, queriendo mostrar distanciamiento y además dejando claro que era ella quien sentía interés por mi, por lo que le podía dar

- ¿Está muy lejos?
- Eso no debe ser una preocupación, un chico debe estar preparado para enfrentarse a los retos más grandes sin vacilar
- No me has contestado
- Quizás no estén por lo que tendríamos que buscarlos, podríamos andar durante horas aunque intentaré llevarte por el camino más directo
- Gracias

Normalmente los perros se encontraban en un lugar cercano a la salida del cementerio, pero no por la principal, sino por una portezuela trasera que los habitantes del pueblo no conocían y por la que yo llegaba a ellos. En cuanto a los gatos, correteaban de manera más desordenada por todos los sepulcros, amaban esconderse en las tumbas y perseguir a los bichos que salían de un compartimento a otro, se les veía felices, de todas maneras, había una gran cripta en la que todas las noches se escondían para resguardarse de las bajas temperaturas, yo dormía con unos y con otros dependiendo del día. Simulando no encontrarlos debido a la gran libertad de la que gozaban, la tuve dando vueltas durante un par de horas. La llevé directamente fuera del cementerio, internándola en un bosque cercano, allí poco de lo que ella buscaba encontramos, aunque sí es bien cierto que vi a lo lejos a algunos canes que seguro habrían ido a cazar, por extraño que pareciera, los perros no perturbaban a los gatos, y éstos sólo llamaban su atención para corretear un rato, ambos animales sabían que compartían el cementerio y que éste los unía. En esos instantes en los que ella oteaba algún ser corriendo, iba tras él o daba una voz de alarma como si lo que hubiera visto fuera totalmente extraño en su mundo, en una de ellas por poco se cayó y le agarré la mano para evitarlo, me gustó la sensación, su piel más suave que la mía y el sentirme salvador, entonces quise seguir teniéndola aferrada a mi, pero rechazó entrelazar sus dedos con los míos:

- No soy una niña pequeña – esgrimió como rechazo a la proposición, no la negué y respeté la distancia –

Como sabía que se iba a impacientar, fui a enseñarle a los perros:

- No hagas mucho ruido – le dije en un susurro y con delicadeza – suelen estar muy tranquilos

Para mi pesar, nada más lejos de la realidad, cuando los descubrimos así si no fuera porque los conozco me hubiera asustado, en cambio ella sólo se quedó observándolos durante un rato, me creía que se había quedado perpleja y que querría salir de allí dándole vergüenza mostrarme su deseo, o simplemente que estaba paralizada, sin embargo, su tono de voz cuando se alzó fue una muestra de tranquilidad:

- Es tarde he de volver a casa, mañana volveré aquí sobre la misma hora, espero encontrarte.

¿Qué hora era? Lo desconozco aún, recuerdo que le pregunté si quería ser acompañada, me dijo que no la podían ver con un extraño, me quedé un rato pensando, creía ser conocido en todo el pueblo.

Si llegó o no al siguiente día puntual lo ignoro (puesto que no sabía, repito, cuándo había llegado la primera vez que la vi) lo importante es que estuvo allí. Para mi sorpresa llevaba una mochila, le pregunté qué tenía dentro, me contestó que esperara. Me pidió que la llevara esta vez primero a ver los gatos, fuimos directamente a su hogar, se los veía tranquilos y felices contrastando con la imagen que habían dado sus supuestos enemigos naturales veinticuatro horas antes, alguno se perturbo, otro se acercó, pero sea como sea, finalmente todos compartieron una actitud cariñosa con ella, curiosamente olían y se acercaban a su maleta, la cual ella siguió manteniéndola cerrada y alejada de las patas de los felinos. Como un resorte que se activara en su interior, se levantó y me dijo que la llevara de nuevo a ver a los perros. He de reconocer en este punto que en aquel momento era yo el guía físico pero siempre dejándome llevar por su voluntad, perdiendo así lo que intentaba tener, seguridad, liderazgo y control de la situación. Llegamos a la zona y esta vez hubo menos alboroto aunque sí existía algún foco de violencia interior. Ella fue directamente donde se estaban peleando, la intenté detener tomando su brazo pero retiró con cuidado y firmeza mi mano y siguió su rumbo, abrió la mochila, tomó un puñado de algo que no logré identificar y se agachó un poco para mostrárselo a los combatientes, rápidamente no sólo se acercaron ellos (dejando de luchar), sino también los que se encontraban cinco metros a la redonda, así que se apartó para luego empezar a tirar esas pequeñas bolitas a puñados por todo el patio

- ¿Qué es eso? – no lo había visto en mi vida –
- Pienso, se pelean porque tienen hambre, están nerviosos, esto los alimentará y les devolverá la tranquilidad.
- ¿Cómo sabías que estaban hambrientos?
- ¿Cómo no darse cuenta? – señaló con un dedo sus costillas que eran perceptibles desde una torre a cien metros de distancia – era evidente, interrogué a mi jardinero sobre qué comían estos animales. A su vez me preguntó si estaban domesticados, le contesté que no, aun así me llenó una mochila con esta comida y me aseguró que no pondrían pegas para llevársela a la boca – la chica me sorprendió y me pareció la persona más lista que había conocido (básicamente por aquel entonces sólo sabía de mi mismo) .


Empezamos a vernos, tenía el pretexto de su interés por los animales, ella a su vez me enseñó cosas que desconocía, al parecer no era todo sufrimiento en aquel pueblo, había lugares por los que merecía la pena vivir. En la periferia se encontraba su casa, uno de aquellos sitios mágicos, me gustaba visitarla cada vez que podía, hasta que un día se mosqueó diciéndome que en realidad prefería pasar las tardes en su hogar antes que en su compañía (yo quería estar con los dos), por supuesto su afirmación era una exageración, pero es cierto que llegué hasta casi el punto de venerarla. Me gustó desde el primer momento que lo vi, toda daba sensación de elegancia y paz, detalle a detalle no encontraba ningún defecto. Tejado color tierra rojizo, grandes ventanales claros, en el centro de la fachada convergían unas barras metálicas que se enredaban entre sí en punta y que salían de los extremos de una gran puerta de dos hojas. Por la parte de atrás había un jardín inmenso, desde él me colaba para entrar y allí pasamos días enteros observando las plantas, jugando (siempre intentando no hacer mucho ruido, aunque se nos solía olvidar) o charlando. Era verano, por eso ella podía tenía siempre todo su tiempo libre, y yo podía disfrutar de su compañía. Allí, junto a ella, pasé los mejores momentos de mi vida.

Llegó Septiembre y como un viento que arrastra y va eliminando poco a poco lo que se ha creado con paciencia y labor, éste melló nuestra relación destruyéndola pedazo a pedazo, nos fuimos distanciando, yo no quise que esto pasara e insistí en verla, pero debido al inicio del curso, las obligaciones, las actividades extraescolares, junto con los tiempos que debía pasar con su familia, lo que tuvimos se extinguió. Por mi parte soñaba amargamente a veces, con dulzor otras todos los momentos que había pasado con ella y me arrepentía de no poder tenerlos de nuevo, de traerlos al momento presente. Ella se había convertido en mi ser más querido, cuando dejé de tenerla, retomé mis intereses anteriores: animales, y hacer justicia, con renovada dedicación. Pero ¿en qué consistía la justicia para mí cuando tenía catorce años y nada había vivido? Sólo el dolor interno por verme solo, abandonado, y la envidia que como un ácido corría por mis venas cada vez que mi vista cazaba a una familia sonriendo, disfrutando los unos de los otros (lo que yo había conseguido con María). La venganza para un chaval como yo, era la muerte, aunque no atrevía a reconocérmelo a mi mismo, asesinato, más dolor, sabía que en realidad eso no llevaba a ninguna parte pero era la única manera que se me ocurría de compensar el daño que aquel hombre había dejado correr sin repararlo. Así que en mi total ignorancia, empecé como pude a entrenar a mis animales y a mi mismo, salimos a correr, intenté aumentar su agilidad, fuerza pero ni me gustaba realizar esa tarea ni sabía cómo, cayendo en la cuenta de que debía dejarlo y simplemente atacar aunque no tuviera armas contundentes con las que hacer daño ni luego un escudo con el que defenderme. Manos y piernas, patas, bocas y zarpas, esos eran mis elementos a favor, todo lo demás en contra, aun así, organicé el golpe.

Amaneció y los animales estaban listos, sabían, conocían mi necesidad de ellos, y sin más echaron a andar conmigo, quería hacerlo una mañana. No pensaba en esconderme, mi intención era que las personas vieran que el sistema que se había instalado en nuestro pueblo era vulnerable, a base de violencia, no conocía otro método. Llegué a las puertas de tan magno edificio y eché una ojeada, estaba nervioso. Como todos los días una cola de personas (¿por qué no se cansaban de protestar oralmente y pasaban a la acción?¿denunciar ante otros organismos que no estuvieran manipulados?) esperaba impaciente a que las puertas del ayuntamiento se abrieran. Me personé y todos me miraron, natural, un chaval (ese chaval del cementerio) junto con una treintena de gatos y perros en una actitud no demasiado amistosa. Las bisagras cedieron, me adelanté, entramos los primeros, una marea de seres crearon un micro torbellino por donde pasó. Mesas, sillas, mostradores, lámparas, primer piso, destrozado casi al completo, de reojo divisaba el estado en el que se encontraban los trabajadores, acobardados, acostumbrados a no tener que pelear ni por supuesto ni por la tarea que realizaban cada día, no se esperaban eso, nadie estaba preparado. Segundo piso, sala cultural, me acordé de María, no le hubiera gustado que rompiera ese material, hice lo que pude por no maltratarlo, pero detrás mía llegaron descontrolados una horda de mis amigos los animales que no se frenaron, daños colaterales. Subo unas escaleras, las últimas, tensión, voy completamente solo, cuatro salas en aquel piso, dos en la pared de la derecha con un escritorio delante, observo los interiores, básicamente una contiene documentación sobre lo que imagino que serán datos del pueblo y gestión del ayuntamiento y en la siguiente una fotocopiadora junto a una máquina de café. Voy a darme la vuelta y sobre mi cabeza cae una lámpara, caigo, pierdo el sentido.

Me despierto en casa de María, la tengo a mi lado sentada en una silla cerca mía, me mira con cara de cansancio y tristeza, le pregunto la hora (no quería olvidar el momento en el que nos reencontramos) no tenía reloj, no importaba, así mejor, es lo que tiene los momentos mágicos que no se pueden medir. Le pregunto por lo que ha pasado, me contesta que su padre es el alcalde y él fue quien me golpeó. Los animales en un principio los mandaron a la perrera para luego a petición suya devolverlos al cementerio, se había acercado un par de veces a alimentarlos y había encargado al jardinero que repitiera esta tarea al menos dos veces al día, por lo que se mostraban sanos y contentos. Se echa a llorar, me pregunta por qué no le conté lo que iba a hacer, ahora su padre está en un aprieto. Le contesto que no sabía quién era el alcalde, mucho menos la relación que tenían pero que llevaba tiempo diciéndome que debía hacer algo y por ello había actuado, ella era importante para mi y entre otras cosas por eso no había conocido mis intenciones puesto que implicaban peligro. Ella a su vez responde que se tiene que ir de casa, van a mudarse a otra ciudad y quizás tengan que cambiar de estado, su padre estaba furioso y yo sólo había recibido atención médica porque ella lo había pedido. El pueblo al ver mi actuación había definitivamente denunciado a organismos estatales el drama que estaban viviendo y éstos no habían pasado por alto la demanda. Tendríamos que decirnos adiós, todo había terminado, sin querer, sin saberlo, había renunciado a la cosa que más quería por ellos, desde luego era lo que debía hacer, pero, en ese momento, sólo sentía tristeza. Ahora ésta se ha aplacado pero ¿volvería a actuar de la misma manera conociendo las consecuencias? No lo creo.
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Escrito por Fernando José Cabezón Arnaldos,
me reservo todos los derechos del escrito.

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lunes, 16 de agosto de 2010

Bienvenidos

Buenas a todos y todas, estaba sentado pensando y he terminado cambiando el objetivo de este blog. Iba a tener en primer momento como contenidos principales una batiburrilo desordenado de cosas que me interesaran con algunos relatos que escribiera de tarde en tarde. Sin embargo, lo que en realidad me apetece es que mis cortos escritos sean puesto a examen, y qué mejor dictamen que el de toda pequeña voz (subjetiva y objetiva) que se encuentra en internet, descubriendo, desentrañando, mirando, intentando satisfacerse para o darse cuenta que no le es suficiente lo encontrado o maravillarse ante el hallazgo que acaba realizar. Muchos pasarán de largo y otros se quedarán sólo por curiosidad, espero engancharlos a todos aunque esto me cueste cierto tiempo, quizás, sea posible.

Bienvenidos, como no tengo ningún relato preparado aun os dejo con una pequeña historia personal que me envuelve y que os hará conocerme un poco, fue escrito el 14 de Agosto de 2010:

Porque llevo contigo conviviendo dos semanas he de escribir sobre ti. Llegaste a mi ser de una manera fortuita, un choque, jugando al fútbol, corriendo, dedo contra talón, salió perdiendo el más débil. Así que te fracturaste (y también tuviste una fisura) postrándome en teoría a llevar unos días de aburrimiento (que no relax).

Sin embargo decidí obviar lo ocurrido y seguir con mis actividades sin preocuparme demasiado de ti. No fue la actitud más madura ya que ignorarte no era la solución.

Me sueles traer de cabeza cuando estoy solo porque me siento algo inútil, entonces me pongo de mal humor y parece que en vez de ser sólo un dedo lo que está roto, es la pierna entera y no me puedo mover.

Y cuando estoy reunido con más personas parece que éstas actúan como bálsamo curándome al completo (llegando al punto de echar una carrera como si no tuviera nada); en esos momentos vuelvo a encontrarme en un estado de bienestar, paz y tranquilidad.

Mi relación contigo va a mejorar, no consiste en olvidarte o enfadarme, sino de aceptarte, así hasta ese punto caminaremos (con ayuda de unas muletas)

Debido a los días que llevo contigo, ha nacido este tablón, se puede considerar una dedicatoria a la rotura, un guiño hacia mi persona o una expresión de mi estado hecha escrito (hecha realidad) compartida con los demás.