miércoles, 18 de agosto de 2010

Huracán

La ciudad se cayó, más allá de lo físico, nadie pudo ser capaz de levantarse, de rearmarla, nadie lo intentó. Cuentan que hubo ayuda pero nunca llegó, por ello estoy aquí, por ello estoy escribiendo, para dejar cuenta de lo ocurrido y que quede como testamento estas hojas de la que fue mi voluntad, no quise más que hacer recuperar al vencido lo que le corresponde y ajusticiar a aquél que de nuestra desgracia se lucró. Aunque ¿por qué alguien deja a una ciudad perdida si tiene el poder de mostrarle el camino? No lo sé, ni entiendo por qué es posible ser tan ruin.

Nací el día de la catástrofe, fui el único bebé que sobrevivió, mi madre murió mientras paría, mi padre intentado sobrevivir mientras el huracán lo arroyaba. Familiares, desconozco si tengo, ya no me sirven de nada. Mis primeros meses tuve ayuda, una mujer me salvó, al parecer una amiga de una amiga de mi madre que asistió al parto, me alimentó como pudo y sobreviví. Sin embargo, cuando pasaron unos años, esta señora me dejó en el cementerio. Hay una razón (ilógica), mi madre estaba enterrada y sellada en su modesta tumba, a los poco años hubo una riada, el cementerio se inundó, muchos cuerpos salieron de sus hogares, uno de ellos el suyo. La mujer que me cuidaba quiso interpretarlo como una señal de que mi difunta madre me guardaría desde los cielos y que debía vivir allí con ella, con lo que quedaba de su cuerpo. Así que he crecido en la soledad, no tengo a nadie que desde entonces me haya acompañado. Cuando se dieron los hechos que vengo a relatar, apenas había cumplido los catorce años, llevaba solo nueve, sin haber asistido a colegios, aunque habiendo sido enseñado a leer y escribir antes de ser abandonado, allí practicaba a veces ojeando los nombres que están escritos en las sepulturas; hice un listado, se repetían más de mil apellidos. Por mi parte sigo sin saber cuál es el mío, no sé dónde se enterró mi madre, ni mi padre, sé poco.

Buscaba venganza; creía que me sería fácil conseguirla con ayuda, pero no me fío de las personas (las de mi pueblo estaban todas acobardadas), era un niño que no tenía auxilio y al que nadie se acercaba aun sabiendo de mi existencia, posición y estado, no merecían mi confianza, nunca se la habían ganado. Estuve unos meses reclutando animales, los adiestraba para que luego en un futuro me ayudaran en mis planes; se me ocurrió cuando los perros y gatos que deambulaban por los alrededores de mi hogar empezaron a seguirme a veces, otras a traerme huesos, pájaros, bichos, son muestras de lealtad, me habían cogido cariño, era el único ser humano que no llegaba, los acariciaba y los dejaba. Yo, siempre seguía estando allí.

No entendía por qué los vecinos no se levantaban en armas contra el alcalde ¿qué les haría? Lo desconozco ¿cuánto podrían ganar? Mucho, lo que les pertenecía. Él se había apropiado del dinero que países extranjeros dio para reconstruir el pueblo, sin embargo, las cosas iban cada vez a peor. Instalaciones no quedaban, un hospital y un colegio, sin administración, ni oficinas donde quejarse más que las que el ayuntamiento conservaba, para uso propio sobre todo. Alguna vez había ido a quejarme, pero al final no decía nada, era más divertido adelantarse en la cola, pasar y ver cómo los demás espetaban a la media docena de funcionarios que hay que en el pueblo ya no es posible vivir. Se sobrevive, apenas consiguen comida porque los campos se debilitaron y la eficiencia que había por la maquinaria se perdió con la tragedia. Casi todos los años sufren tempestades, no hay techos robustos bajo los que cobijarse; cuando llovía, yo me escondía en los huecos que han dejado las tumbas que se han salido.

- ¿Qué tienes ahí?
- ¡Eh! ¡Fuera! – guardé la libreta donde garabateaba en mi ropaje
- Este sitio no es tuyo
- Pues yo creo que soy su mayor dueño – no había visto de dónde había aparecido aquella niña, tenía más o menos mi edad, iba vestida de un modo distinto, más limpio, ordenado, aunque esto era natural, yo sólo tenía dos vestimentas que debía lavar en el río, sin embargo a ella parecía que le cuidaban sus prendas – llevo aquí desde los cinco años, muchas personas vienen y van, pero ninguna se queda aquí constantemente
- Entonces ¿cuidas de los muertos?
- ¡No! – salté horrorizado - ¿Crees que me iba a encargar de esa tarea? De cuidar algo en este lugar, estaría ayudando a los perros y gatos que rondan a las afueras y por los interiores del cementerio
- ¿Me los puedes enseñar? Por favor – estas dos últimas palabras me decidieron a tener una actitud positiva con aquella chica –
- Para verlos me tendrás que dar tu nombre
- ¿Por qué?
- Necesito una muestra de lealtad hacia ellos y hacia mi ¿sabes? Te voy a mostrar a los animales más maravillosos que vas a conocer en tu vida
- María ¿el tuyo?
- Marcos, acompáñame

Eché a andar decidido y con la cabeza erguida, queriendo mostrar distanciamiento y además dejando claro que era ella quien sentía interés por mi, por lo que le podía dar

- ¿Está muy lejos?
- Eso no debe ser una preocupación, un chico debe estar preparado para enfrentarse a los retos más grandes sin vacilar
- No me has contestado
- Quizás no estén por lo que tendríamos que buscarlos, podríamos andar durante horas aunque intentaré llevarte por el camino más directo
- Gracias

Normalmente los perros se encontraban en un lugar cercano a la salida del cementerio, pero no por la principal, sino por una portezuela trasera que los habitantes del pueblo no conocían y por la que yo llegaba a ellos. En cuanto a los gatos, correteaban de manera más desordenada por todos los sepulcros, amaban esconderse en las tumbas y perseguir a los bichos que salían de un compartimento a otro, se les veía felices, de todas maneras, había una gran cripta en la que todas las noches se escondían para resguardarse de las bajas temperaturas, yo dormía con unos y con otros dependiendo del día. Simulando no encontrarlos debido a la gran libertad de la que gozaban, la tuve dando vueltas durante un par de horas. La llevé directamente fuera del cementerio, internándola en un bosque cercano, allí poco de lo que ella buscaba encontramos, aunque sí es bien cierto que vi a lo lejos a algunos canes que seguro habrían ido a cazar, por extraño que pareciera, los perros no perturbaban a los gatos, y éstos sólo llamaban su atención para corretear un rato, ambos animales sabían que compartían el cementerio y que éste los unía. En esos instantes en los que ella oteaba algún ser corriendo, iba tras él o daba una voz de alarma como si lo que hubiera visto fuera totalmente extraño en su mundo, en una de ellas por poco se cayó y le agarré la mano para evitarlo, me gustó la sensación, su piel más suave que la mía y el sentirme salvador, entonces quise seguir teniéndola aferrada a mi, pero rechazó entrelazar sus dedos con los míos:

- No soy una niña pequeña – esgrimió como rechazo a la proposición, no la negué y respeté la distancia –

Como sabía que se iba a impacientar, fui a enseñarle a los perros:

- No hagas mucho ruido – le dije en un susurro y con delicadeza – suelen estar muy tranquilos

Para mi pesar, nada más lejos de la realidad, cuando los descubrimos así si no fuera porque los conozco me hubiera asustado, en cambio ella sólo se quedó observándolos durante un rato, me creía que se había quedado perpleja y que querría salir de allí dándole vergüenza mostrarme su deseo, o simplemente que estaba paralizada, sin embargo, su tono de voz cuando se alzó fue una muestra de tranquilidad:

- Es tarde he de volver a casa, mañana volveré aquí sobre la misma hora, espero encontrarte.

¿Qué hora era? Lo desconozco aún, recuerdo que le pregunté si quería ser acompañada, me dijo que no la podían ver con un extraño, me quedé un rato pensando, creía ser conocido en todo el pueblo.

Si llegó o no al siguiente día puntual lo ignoro (puesto que no sabía, repito, cuándo había llegado la primera vez que la vi) lo importante es que estuvo allí. Para mi sorpresa llevaba una mochila, le pregunté qué tenía dentro, me contestó que esperara. Me pidió que la llevara esta vez primero a ver los gatos, fuimos directamente a su hogar, se los veía tranquilos y felices contrastando con la imagen que habían dado sus supuestos enemigos naturales veinticuatro horas antes, alguno se perturbo, otro se acercó, pero sea como sea, finalmente todos compartieron una actitud cariñosa con ella, curiosamente olían y se acercaban a su maleta, la cual ella siguió manteniéndola cerrada y alejada de las patas de los felinos. Como un resorte que se activara en su interior, se levantó y me dijo que la llevara de nuevo a ver a los perros. He de reconocer en este punto que en aquel momento era yo el guía físico pero siempre dejándome llevar por su voluntad, perdiendo así lo que intentaba tener, seguridad, liderazgo y control de la situación. Llegamos a la zona y esta vez hubo menos alboroto aunque sí existía algún foco de violencia interior. Ella fue directamente donde se estaban peleando, la intenté detener tomando su brazo pero retiró con cuidado y firmeza mi mano y siguió su rumbo, abrió la mochila, tomó un puñado de algo que no logré identificar y se agachó un poco para mostrárselo a los combatientes, rápidamente no sólo se acercaron ellos (dejando de luchar), sino también los que se encontraban cinco metros a la redonda, así que se apartó para luego empezar a tirar esas pequeñas bolitas a puñados por todo el patio

- ¿Qué es eso? – no lo había visto en mi vida –
- Pienso, se pelean porque tienen hambre, están nerviosos, esto los alimentará y les devolverá la tranquilidad.
- ¿Cómo sabías que estaban hambrientos?
- ¿Cómo no darse cuenta? – señaló con un dedo sus costillas que eran perceptibles desde una torre a cien metros de distancia – era evidente, interrogué a mi jardinero sobre qué comían estos animales. A su vez me preguntó si estaban domesticados, le contesté que no, aun así me llenó una mochila con esta comida y me aseguró que no pondrían pegas para llevársela a la boca – la chica me sorprendió y me pareció la persona más lista que había conocido (básicamente por aquel entonces sólo sabía de mi mismo) .


Empezamos a vernos, tenía el pretexto de su interés por los animales, ella a su vez me enseñó cosas que desconocía, al parecer no era todo sufrimiento en aquel pueblo, había lugares por los que merecía la pena vivir. En la periferia se encontraba su casa, uno de aquellos sitios mágicos, me gustaba visitarla cada vez que podía, hasta que un día se mosqueó diciéndome que en realidad prefería pasar las tardes en su hogar antes que en su compañía (yo quería estar con los dos), por supuesto su afirmación era una exageración, pero es cierto que llegué hasta casi el punto de venerarla. Me gustó desde el primer momento que lo vi, toda daba sensación de elegancia y paz, detalle a detalle no encontraba ningún defecto. Tejado color tierra rojizo, grandes ventanales claros, en el centro de la fachada convergían unas barras metálicas que se enredaban entre sí en punta y que salían de los extremos de una gran puerta de dos hojas. Por la parte de atrás había un jardín inmenso, desde él me colaba para entrar y allí pasamos días enteros observando las plantas, jugando (siempre intentando no hacer mucho ruido, aunque se nos solía olvidar) o charlando. Era verano, por eso ella podía tenía siempre todo su tiempo libre, y yo podía disfrutar de su compañía. Allí, junto a ella, pasé los mejores momentos de mi vida.

Llegó Septiembre y como un viento que arrastra y va eliminando poco a poco lo que se ha creado con paciencia y labor, éste melló nuestra relación destruyéndola pedazo a pedazo, nos fuimos distanciando, yo no quise que esto pasara e insistí en verla, pero debido al inicio del curso, las obligaciones, las actividades extraescolares, junto con los tiempos que debía pasar con su familia, lo que tuvimos se extinguió. Por mi parte soñaba amargamente a veces, con dulzor otras todos los momentos que había pasado con ella y me arrepentía de no poder tenerlos de nuevo, de traerlos al momento presente. Ella se había convertido en mi ser más querido, cuando dejé de tenerla, retomé mis intereses anteriores: animales, y hacer justicia, con renovada dedicación. Pero ¿en qué consistía la justicia para mí cuando tenía catorce años y nada había vivido? Sólo el dolor interno por verme solo, abandonado, y la envidia que como un ácido corría por mis venas cada vez que mi vista cazaba a una familia sonriendo, disfrutando los unos de los otros (lo que yo había conseguido con María). La venganza para un chaval como yo, era la muerte, aunque no atrevía a reconocérmelo a mi mismo, asesinato, más dolor, sabía que en realidad eso no llevaba a ninguna parte pero era la única manera que se me ocurría de compensar el daño que aquel hombre había dejado correr sin repararlo. Así que en mi total ignorancia, empecé como pude a entrenar a mis animales y a mi mismo, salimos a correr, intenté aumentar su agilidad, fuerza pero ni me gustaba realizar esa tarea ni sabía cómo, cayendo en la cuenta de que debía dejarlo y simplemente atacar aunque no tuviera armas contundentes con las que hacer daño ni luego un escudo con el que defenderme. Manos y piernas, patas, bocas y zarpas, esos eran mis elementos a favor, todo lo demás en contra, aun así, organicé el golpe.

Amaneció y los animales estaban listos, sabían, conocían mi necesidad de ellos, y sin más echaron a andar conmigo, quería hacerlo una mañana. No pensaba en esconderme, mi intención era que las personas vieran que el sistema que se había instalado en nuestro pueblo era vulnerable, a base de violencia, no conocía otro método. Llegué a las puertas de tan magno edificio y eché una ojeada, estaba nervioso. Como todos los días una cola de personas (¿por qué no se cansaban de protestar oralmente y pasaban a la acción?¿denunciar ante otros organismos que no estuvieran manipulados?) esperaba impaciente a que las puertas del ayuntamiento se abrieran. Me personé y todos me miraron, natural, un chaval (ese chaval del cementerio) junto con una treintena de gatos y perros en una actitud no demasiado amistosa. Las bisagras cedieron, me adelanté, entramos los primeros, una marea de seres crearon un micro torbellino por donde pasó. Mesas, sillas, mostradores, lámparas, primer piso, destrozado casi al completo, de reojo divisaba el estado en el que se encontraban los trabajadores, acobardados, acostumbrados a no tener que pelear ni por supuesto ni por la tarea que realizaban cada día, no se esperaban eso, nadie estaba preparado. Segundo piso, sala cultural, me acordé de María, no le hubiera gustado que rompiera ese material, hice lo que pude por no maltratarlo, pero detrás mía llegaron descontrolados una horda de mis amigos los animales que no se frenaron, daños colaterales. Subo unas escaleras, las últimas, tensión, voy completamente solo, cuatro salas en aquel piso, dos en la pared de la derecha con un escritorio delante, observo los interiores, básicamente una contiene documentación sobre lo que imagino que serán datos del pueblo y gestión del ayuntamiento y en la siguiente una fotocopiadora junto a una máquina de café. Voy a darme la vuelta y sobre mi cabeza cae una lámpara, caigo, pierdo el sentido.

Me despierto en casa de María, la tengo a mi lado sentada en una silla cerca mía, me mira con cara de cansancio y tristeza, le pregunto la hora (no quería olvidar el momento en el que nos reencontramos) no tenía reloj, no importaba, así mejor, es lo que tiene los momentos mágicos que no se pueden medir. Le pregunto por lo que ha pasado, me contesta que su padre es el alcalde y él fue quien me golpeó. Los animales en un principio los mandaron a la perrera para luego a petición suya devolverlos al cementerio, se había acercado un par de veces a alimentarlos y había encargado al jardinero que repitiera esta tarea al menos dos veces al día, por lo que se mostraban sanos y contentos. Se echa a llorar, me pregunta por qué no le conté lo que iba a hacer, ahora su padre está en un aprieto. Le contesto que no sabía quién era el alcalde, mucho menos la relación que tenían pero que llevaba tiempo diciéndome que debía hacer algo y por ello había actuado, ella era importante para mi y entre otras cosas por eso no había conocido mis intenciones puesto que implicaban peligro. Ella a su vez responde que se tiene que ir de casa, van a mudarse a otra ciudad y quizás tengan que cambiar de estado, su padre estaba furioso y yo sólo había recibido atención médica porque ella lo había pedido. El pueblo al ver mi actuación había definitivamente denunciado a organismos estatales el drama que estaban viviendo y éstos no habían pasado por alto la demanda. Tendríamos que decirnos adiós, todo había terminado, sin querer, sin saberlo, había renunciado a la cosa que más quería por ellos, desde luego era lo que debía hacer, pero, en ese momento, sólo sentía tristeza. Ahora ésta se ha aplacado pero ¿volvería a actuar de la misma manera conociendo las consecuencias? No lo creo.
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Escrito por Fernando José Cabezón Arnaldos,
me reservo todos los derechos del escrito.

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