miércoles, 27 de julio de 2011

22.07.11

Para Alejandro y Beethoven

Esta historia me ha llegado hace apenas unas horas a través del testimonio de un buen amigo, Alejandro. Este la última vez que nos vimos antes de que yo hoy emprendiera mi viaje a Algeciras, mi ciudad natal, y asimismo él a Alemania, me contó la impactante noticia que al parecer había conocido proveniente de fuentes sumamente notorias y fiables. Por mi parte no quiero ensombrecer su sinceridad ni honestidad porque acepto todo lo emitido por sus labios, en cambio si se me fuera permitido un asomo de duda apostaría que de lo que a continuación seréis conocedores es invención de su excitada imaginación, la cual tras tanto relato de aventuras, música y acción ha producido este cuentecillo:

El candil

Érase así pues una vez un bebé que nació atado a un candil. Bueno atado… unido, tan juntos que en lugar de mano derecha tenía dicho objeto metálico, algo así como una lámpara de aceite con una mecha. Esta historia, por cierto, toma lugar pongamos que en la Inglaterra de la primera Revolución Industrial, o sino aquí al fuego de la Revolución Francesa, puede que en la zona de Alemania durante la época de los grandes compositores de música clásica, aunque más posible es que se diera en la recién descubierta América, mas también es posible que en la rica España musulmana… ¿Quién sabe? ¿en la antigua civilización romana? Creo que también sería posible en la maravillosa Grecia de antes de Cristo, cuna del pensamiento occidental, aunque pudiera haber ocurrido paralelamente en Egipto, quizás en Mesopotamia o Babilonia, pero también es probable que no fuera en ninguna de las anteriores sino en algún instante de la larga historia de China. Todas las anteriores opciones son válidas, empero el aquí presente transcriptor se decanta por una bien distinta. Alejandro, el cuentacuentos original, al parecer obtuvo la información de un periódico, los cuales como sabemos publican noticias de distintos tiempos, incluido el presente, de manera que a mi parecer quizá lo que aquí yace pasó apenas hace unas horas, mientras realizábamos nuestras más comunes actividades.

Lo importante es que nació un niño que solo tenía una mano, la izquierda, y en el lugar que debía ocupar la derecha ostentaba el nombrado candil, que como objeto de uso práctico podía encenderse, alumbrar y dar calor. Sin embargo su mecanismo solo obedecía al joven, intentando otros muchos en numerosas ocasiones prender la mecha con distintos y potentes fuegos obteniendo siempre los mismo resultados decepcionantes. Por otra parte era muy sorprendente para los allegados cuando sin preverlo esta parte de su cuerpo se encendía; esto solía ocurrir cuando lloraba, ya el motivo fuera comida, caca o cualquier otra razón, o cuando su curiosidad era excitada por objetos o personas desconocidas y que llamaban su atención; nuevos estímulos atractivos. Esto hubo de darle muchos problemas desde su infancia debido a que cada pequeña necesidad que sentía la reclamaba, encendiéndose la llama y calentándose el cosido objeto a la muñeca. Imagínese ahora dar de mamar a un niño con ese objeto ardiente donde normalmente hay una mano; otras actividades como la lectura de un libro, la escucha de música o un paseo por zonas ignotas para él o de sumo placer transformaban su espíritu, que comenzaba a arder.

Con el paso del tiempo estas pequeñas incomodidades no se mitigaron y lo único que cambió fue las situaciones y los seres afectados, a excepción de uno que siempre lo experimentó sin posibilidad de escapatoria, él mismo. Durante los primeros años de vida nadie quería acercar su prole a él desde el suceso de la quemaduraza de la faz a otra igual. ¿Quién deseaba entregar conocimientos a un joven de mente absorbente al que los nuevos saberes satisfacían y alentaban? La preadolescencia solo supuso un aviso de las penurias que habría de soportar más tarde, estas anticipadas por los hechos del incendio de la zona donde acampó con unos compañeros y compañeras y donde recibió su primer beso. Luego inevitablemente llegó “la etapa confusa” y aunque logró hacer amistades, en parte atraídas en sumo grado por sus rarezas, estuvo cerca de morir quemado en su cama al ser imparable el ardor humano, más avivado aún a esta edad. Cerca de la veintena se marchó de casa, para alivio de sus familiares, y probó suerte tratando de hallar descanso en alguna zona retirada. Decidió vivir en un bosque, haciéndose él mismo su propia vivienda de madera y alimentándose de la caza (también en la modalidad pesquera) y la agricultura. Se bañaba en un río cercano, comenzando a conocer el reposo, la tranquilidad y el bienestar, siendo este último confundido con la felicidad al no haberla gozado nunca.

El sol fue vidente de la tragedia. Una mañana acudió a lavarse a su lugar habitual, se desnudó y entonces tras haber entrado vio que una pastorcilla se encontraba en la orilla opuesta sin ropa, tomando asimismo un baño. Él sintió una atracción voraz hacia la joven de bello cuerpo y esta le correspondió. Además el joven tuvo la fortuna de en un primer momento de estar su candil bajo agua, apenas encendiéndose la llama. Se acercaron, se besaron, se juntaron, caminaron, fueron a la cabaña, se unieron, se amaron, descubrieron la felicidad. Su cuerpo empezó a arder, con él la cama, la cual en contacto con el suelo y de algunas briznas que traspasaban las tablas de madera se incendiaron. Su pequeño hogar se hizo cenizas, arrasando el fuego el bosque y llevándose la vida de ese hombre y esa mujer.

Aquí termina los hechos contrastados de esta historia, sin embargo corre el rumor de que antes de morir el joven dijo: “El fuego que arde en mi candil es aquel que abrasa el interior de todos los hombres”.

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Escrito por Fernando José Cabezón Arnaldos,
me reservo todos los derechos del escrito.

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miércoles, 13 de julio de 2011

Discurso de graduación bachiller promoción 2009-11

Buenas tardes señoras y señores:

Para ser franco, una gota de sudor frío recorrió mi rostro cuando me hicieron el encargo de realizar un discurso. Discurso ¿discurso? ¿cómo? Nadie me enseñó a hacer uno; ante mi ignorancia hube de leer y buscar entre los grandes y reconocidos oradores, de Cicerón a Kennedy pasando por Gandhi y Churchill, pero he de reconocer que los suyos, aunque excelentes, no me sirvieron para esta ocasión.

Cuando llegamos éramos jóvenes ignorantes sobre lo que se desplegaba ante nosotros ¿Instituto? Aterrorizados nos hallábamos. Luego, con el paso del tiempo, descubrimos que lo relevante en él no eran ni las prisas, ni los agobios, ni los exámenes; sino la convivencia y el conocimiento.

Me alegro especialmente de la convivencia, la comunidad, la unión; no hubiera sido igual con otros compañeros o profesores. Destaco fugazmente a los dos tutores que nos han acompañado este último curso: Joaquín, poeta, e Isabel, emprendedora que nos ha enseñado que la realización de un sueño es posible; también a Mª Eulalia que se nos va… pero realmente cada uno de los que ha estado con nosotros es especial.

Por otro lado me siento orgulloso del conocimiento adquirido pues ¿qué sería sin él? Un hombre a la deriva; de hecho, por la enseñanza el joven temeroso ha pasado a ser un valiente guerrero que se siente capaz de luchar contra todo aquello que tenga enfrente.

Podemos así pues considerar el instituto como la escalada de una escarpada montaña para la cual hemos necesitado la ayuda de unas herramientas, el conocimiento; entregadas por los expertos, profesores que etapa tras etapa nos auxiliaban tanto como les era posible; pudiéndose realizar gracias a la disposición del terreno y sus elementos, el centro y la junta directiva.

Ahora todos los compañeros juntos hemos llegado a la cima; oteamos el horizonte: algunos tendrán que volver a intentar superar esta última y dura fase, otros tendremos que echar a volar dando un valiente salto, tras el cual no sabremos si nuestras alas serán lo suficientemente fuertes como para mantenernos en el aire.

¿Qué hacer? Íbamos de la mano, pero el siguiente paso lo daremos solos. Cruzamos miradas temerosas unos con otros, aun con toda la educación obtenida nadie se atreve a ir a descubrir qué habrá más allá, pero de repente alguien salta y comprobamos que es capaz de permanecer en lo alto y más aún, de volar.

Miramos atrás y caemos en la cuenta de que cuando empezamos esta senda necesitábamos de esfuerzo, constancia y pasión; a estas, en el momento presente, hay que agregarles valentía, coraje y una pizca de locura.

Es ahora cuando somos los protagonistas. Los temores y el refugio de la adolescencia han pasado, dejamos de ser niños para convertirnos en las mujeres y hombres no del mañana, sino del presente.

Muchas gracias.

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Escrito por Fernando José Cabezón Arnaldos,
me reservo todos los derechos del escrito.

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