martes, 31 de agosto de 2010

Camino

Dios mío cómo va

Montado ahí borracho y sin dirección alguna, se va a caer


Que no se fije en mí


- Alberto ¿lo estás viendo? – dijo mientras indicaba con la mirada a un adulto que apenas podía sostenerse a si mismo y que además montaba en una bicicleta

Que no se fije en mí

- ¡Bueno! Cómo va ¿cuánto te apuestas a que no tarda ni un minuto en caerse

- ¡Ja! ¿tanto tiempo? ¿no recuerdas cuando Enrique se bebió una botella y luego quiso hacer surf? No aguantó ni diez segundos

- Sí, la tabla lo llevaba a él sin remedio

Que no se fije en mí


- Alberto ¿has visto a aquel tipo de allí? – lo señaló – el gordo de la chaqueta azul ¿te has fijado en la cara que lleva?

Que no se fije en mí

- Seguro que piensa que el borracho se le va a caer encima

El viento sobre mi pecho semidescubierto, el olor a mar que mi mente transmite aunque hayan pasado horas desde que lo dejara, el tacto incómodo del sillín de montar, los coches que me ciegan con su luz, todo ellos forma la vida que me rodea y que la siento a través de cada fibra sensible de mi cuerpo. Seguiré pedaleando hasta donde la bicicleta me lleve para así poder sentir un segundo más la maravilla del vivir


Luís, aquel señor embriagado por el alcohol se dirigió directo hasta la rotonda en la que no pudo parar de hacer círculos sobre ella y sobre si mismo. Empezó a marearse hasta tambalear y eludió varias veces la caída hasta que al final terminó golpeándose la cabeza contra el bordillo de la carretera y cayendo sobre lo que para él fue un mar azul de lo grande que percibió la chaqueta y al señor.

- ¡Joder! Al final se tuvo que caer encima mía.

El hombre de la chaqueta azul parecía un señor peculiar, calvo por la coronilla y con algo de pelo a ras de piel por el resto de su cabeza, lucía un mostacho que captaba toda la atención de quien lo mirara haciendo al observador no reparar en su gran nariz (a juego en proporciones con el anterior citado bigote) su faz se veía completada por un par de pequeños vivos ojos verdes, una prieta boca y un par de orejillas algo despegadas. Voluminoso de altura y anchura la chaqueta parecía un manto de las dimensiones que tenía. Difícilmente se puede disculpar su siguiente actuación se quitó al borracho sucio de encima y siguió su camino sin mirar atrás. Luís por su parte, antes de acabar inconsciente vio dos cosas, unos chavales que se acercaban entre risas y miedo gritando y la cara de una bella mujer de pelo rubio y ojos claros que a él le parecía que pedía auxilio.

Abrió los ojos y se despertó en una sala aséptica, blanca al completo. Lo primero en lo que reparó fue en que a su izquierda había una estructura de metal y ruedas con cortina que realizaba la función de separar el cuarto en dos y a su derecha un armario de contrachapado azul claro. Luego se vio sorprendido por un entrar y salir de personas para él incómodas en ese momento

¡Qué molesto! No sé dónde estoy, no dispongo de ninguna información sobre mis dolencias y además tengo que aguantar toda esa gente y ruido, una enfermera entra, a ver si me dice algo…

- ¡Shhh! – La enfermera se llevó el dedo índice a la boca y frunció el ceño, sorprendentemente llegó el silencio

- ¿Señorita? – dijo Luís pero la enfermera salió tan sólo mirándolo con gesto sorprendido

¿Qué habrá significado eso?
– se extrañó – Me duelen los brazos, las piernas, todo el cuerpo en sí. Tengo malestar general y ni siquiera sé si estoy medicado. Si lo supiera podría quizás coger la pastilla que llevo en mi cartera, pero… ¿dónde están mis pertenencias? Me las guardarían al llegar a la residencia claro ¿cuándo llegué? ¿Cuánto tiempo llevo? ¿Qué hora será?

Entró un médico al cuarto y se dirigió a él sin perder un segundo

- Está despierto

- ¿No lo ve? – balbuceó de manera ininteligible

- Espere, no haga esfuerzos, quédese tumbado y no intente hablar – sacó una linterna y empezó a examinarlo – Debe quedarse quieto, no se mueva ¿tiene algún familiar?

Silencio, unos segundos corrieron.

- No lo recuerdo – no se le podía entender – No lo sé – unas lágrimas corrieron por sus mejillas y se echó a llorar.

***

Rapidez, brusquedad de movimiento, voces de alarma, frío, acción y luz fue lo último que percibió antes de despertar de nuevo. Cuando lo hizo estaba desnudo sobre una camilla metálica con una manta blanca tapando su cara y cuerpo. Antes de levantarse, llegó a él el recuerdo del rostro de aquella mujer que según le había parecido pidió auxilio cuando sufrió el accidente, esta vez la imagen quedó suspendida en su memoria durante unos segundos más, así la vio: pelo largo rubio que caía más allá de sus hombros pero dejaba su frente despejada, ojos grandes y verdes protegidos por largas pestañas y coronados por finas cejas. Una pequeña nariz helénica y unos bellos labios, redondeado por unas facciones dulces. Cuando el recuerdo se extinguió dudó un segundo en salir de aquella sala. Sin ropa, se anudó la manta a la altura de la cintura y corrió hasta la puerta, al abrirla se encontró ya fuera del recinto en una zona aparentemente en calma y rodeada sólo por algunos coches. Echó a andar y pronto dejó atrás el hospital sin sobresaltos. Desconocía dónde estaba y si en algún momento de su vida se había encontrado allí, siguió andando y dejó lo que a él le parecía la periferia (en la que presumiblemente se ubicaría el hospital) para llegar a zonas más céntricas. Entonces, vio al hombre de la chaqueta azul:

- ¡Eh! ¡Eh! – empezó a vociferar en medio de la calle - ¡Tú! ¡Para! – La chaqueta azul con el hombre debajo seguía en movimiento y ni una ni otro se detenían. De repente, la calle empezó a vaciarse, no supo cómo pero las personas que antes habían estado allí fueron desapareciendo. De manera que interpretándolo como un golpe de suerte al poder pasar sin ser visto, echó a correr cuanto pudo tras aquel familiar desconocido – Por favor pare – repitió con la mano alzada y doblándose por el tronco debido a la fatiga que le había producido el moverse a tal velocidad – pare – el señor se quedó quieto reflejándose sobre su coronilla los rayos del sol como si de un espejo se tratara, se dio la vuelta visiblemente molesto y esperó a que aquel hombre (lo había reconocido) le dijera lo que tuviera y fuera tan importante – Buenas – le dio la mano – Mi nombre es Luís ¿cómo se llama usted?

- Señor, no tengo tiempo para detenerme a conversar, me están esperando – dicho esto hizo el ademán de dar otro giro de ciento ochenta grados y seguir su camino pero la voz de su interlocutor lo detuvo –

- Mire, me disculpo de veras por lo ocurrido la otra noche, estaba borracho y aun no recuerdo de dónde conseguí la bicicleta con la que lo atropellé, tampoco tengo mis documentos de identidad ni ningún signo identificativo, sólo le haré una pregunta: ¿sabe algo de la mujer que me auxilió cuando tropecé con su cuerpo? – Ramón, el hombre de la chaqueta azul, detestaba que le hicieran perder el tiempo pero tanto como esto que lo vieran con un hombre que tenía pinta de lunático hablar por la calle, así que por esta razón salieron de su boca las siguientes palabras:

- Acompáñeme, lo ayudaré en lo que pueda

Ramón lo condujo por las calles menos concurridas que conocía y así lo pensó Luís que las descubrió desiertas.

- Es la ciudad menos poblada que en mi vida haya visto

- ¿De dónde es usted y en qué ciudades ha estado?

- No lo recuerdo

- Entonces ese calificativo no tiene méritos – habían llegado a un local que parecía cerrado, del bolsillo de su chaqueta se sacó una llave y abrió la puerta – vamos, entre – lo apremió, allí Luís adquirió ropa y se le ofreció comida y bebida pero extrañamente no le apetecía nada – ¿qué es lo que busca?

- Al ser más bello que mis ojos hayan conocido, la vi antes de caer inconsciente

- Sí, creí que había muerto en el acto, no le vi abrir los ojos

- ¿Y aun así escapó? – su voz se llenó de incredulidad –

- Tenía otros menesteres que atender.

- Bah ¿puede ayudarme a encontrar a la mujer?

- Sinceramente desconozco si alguna rondaba en el momento del accidente, a mi parecer no había ninguna ¿podría ayudarte en otra cosa? – Luís se tomó unos segundos para pensar –

- Creo que me vendría bien algo de dinero suelto para utilizar en alguna cabina y el teléfono del hospital en el que estuve – finalmente salió de aquel lugar con un pequeño saco de monedas y tres teléfonos apuntados en una cuartilla de papel.

Sin rumbo y sin determinación para enfrentarse a la extraña realidad que estaba viviendo, decidió caminar sin un destino concreto guiándose para llegar a algún punto por su instinto. Sentía su cuerpo ligero y sus pies andaban veloces como sin frenos, sin embargo, sentía cierta fatiga. Su alrededor se le presentaba extraño ya que bajando por las calles que recorría, la gente que lo rodeaba parecía esfumarse sin más como si no pertenecieran a ese mundo, en cambio, vio un grupo de cuatro chavales que cruzaron la avenida entera y no desaparecieron.

Veremos si me pueden ayudar


- Hostias el borracho – dijo uno de ellos y todos empezaron a reír - ¿cómo anda hombre? ¿se mantiene ahora bien en pie? Nos preocupamos mucho por usted en su momento

- ¿Me conocen?

- Veamos, usted seguro que no se acuerda, pero fuimos los primeros en ayudarlo cuando se golpeó contra el suelo – carcajadas de nuevo – es normal que debido al estado en el que se encontraba ahora no se acuerde de nosotros

- Y ¿no vieron a una mujer que pidió auxilio?

- ¿Mujeres? No había ninguna a cincuenta metros a la redonda, créame, las hubiéramos visto. Además ¿quién se le iba a acercar en ese momento aparte de nosotros? Tenía un aspecto penoso, pelo sucio, enmarañado, lleno de arena, vestido entero de negro pero con la ropa descuidada, lleno de arena por todas partes y con un aspecto de alcohólico fácilmente reconocible.

- Bien, bien, los entiendo una cosa más ¿sabéis al hospital al que me llevaron?

- Me parece que… no, ni idea.

- Gracias de todas formas

- Espere señor, esto se le cayó el día del accidente – el chiquillo con el que había hablado le entregó una cartera, en ella al abrirla encontró unas pocas tarjetas y nada de dinero

Las dos personas a las que he interrogado niegan la presencia de alguna mujer cuando ocurrió el accidente, me parece raro, estaba casi seguro, bueno, voy a llamar a los hospitales.

Se dirigió a una cabina y marcó uno a uno los tres números que tenía apuntados. En dos de las llamadas el teléfono fue descolgado al otro lado, él preguntó por su propio ingreso unos días atrás y nadie respondió. En el tercero sí recibió contestación pero le pusieron trabas para darle la información, de manera que decidió acercarse. Cogió un taxi con el dinero que le quedaba sobrándole al fin del trayecto aun algunas monedas, llegó a la residencia y en recepción repitió la pregunta. La persona que allí estaba recordó la corta conversación telefónica que habían tenido y pidiéndole el nombre (que ahora conocía por los documentos que obtuvo de su billetera) miró en los registros del hospital, su mueca se tornó en un gesto extraño, seguido a esto lo envió a la sala de espera y llamó por megafonía a un médico (Luís imaginó que sería el mismo que lo atendió en su estancia en el hospital), éste llegó y habló con el hombre de la entrada provocando en el médico una ligera sonrisa.

- Debe ser una broma muchacho – llegó a captar él de las palabras que se cruzaron-

Se dio la vuelta y vio a Luís, acto seguido volvió sobre sus pasos con cara de espanto y tomó la dirección opuesta a la que él se encontraba

No entiendo esta situación, no sólo no me han atendido sino que han huido de mí.

Sin ganas de más por ese día, se fue sin pedir explicaciones de lo ocurrido, tomando el mismo camino que por la mañana lo había llevado hasta el hombre de la chaqueta azul

Muerte

De nuevo apareció el rostro de la bella mujer

- Ven conmigo, ése no es tu lugar – le susurró a sus pensamientos

Mareado y sintiéndose débil llegó al local donde Ramón lo había llevado a mediodía, de allí salió éste

- Tú de nuevo ¿qué es lo que te ha pasado? – Luís estaba pálido

Muerte

Imágenes de un funeral que él había organizado, gente a su alrededor llorando, playa y mar, llanto, confusión y alcohol. Una bicicleta frente a él, la toma y empieza a pedalear con una botella en la mano, llora, la termina de golpe, la tira y se golpea en la cabeza con su mano libre, grita, se tambalea pero se mantiene sin caerse, piensa en la muerte ¡Qué bella podía ser! Llega a una rotonda, un hombre con chaqueta azul parece querer eludirlo, él trata de llegar hasta éste para contarle su fatal día, pierde el control, su cabeza choca contra el bordillo de la acera, el rostro de la mujer, dice algo pero no está pidiendo auxilio como él creyó, ella no puede, murió también, antes que él, ella era la ocupante del ataúd del funeral que había organizado. La sala donde se despertó la segunda vez era, la morgue.


Cuando se despertó en la camilla y tapado por una manta Luís no tenía recuerdos, había quedado atrapado en este mundo y hasta que no fue consciente de su situación no pudo partir hacia donde le correspondía. Ya había terminado todo. El hombre de la chaqueta azul también se evaporaba, el mundo material que antes había sido su realidad desapareció. Ahora, se encontraba él en otro lugar y en otro estado, la vio, sonriendo lo esperaba. La muerte le había llegado y qué dulce era estando allí con ella.
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Escrito por Fernando José Cabezón Arnaldos,
me reservo todos los derechos del escrito.

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