lunes, 13 de septiembre de 2010

Nubes

Mi único motivo fue pensar que mi vida era una mierda, para lo que a su vez tengo mis propias razones, merezco morir o mejor sufrir ya que si me llega la muerte puede que me produzca bien, aunque ¿estando atado para la eternidad alguien puede conocer la felicidad?

Tengo veintisiete años en el momento en el que agarro el bolígrafo, ayer, como casi todos los días cogí un vuelo (soy azafata). Durante el trayecto tomé un paracaídas, abrí una de las puertas del avión y salté, provocando daños en el aeroplano y haciéndole finalizar su trayecto con cuarenta y dos muertes ¿Por qué? Quería conocer el tacto de las nubes, me parecía un buen motivo para hacerlo. Cuando caía, tiré de la cuerda que accionaba del paracaídas pero éste no se accionó de manera que casi sin darme cuenta llegué hasta una nube y la atravesé, faltó poco para que me ahogase y como consecuencia de lo anterior perdí el conocimiento. Cuando desperté me encontraba sobre una superficie firme, agradable y cómoda, palpé para descubrir sobre qué me asentaba, abrí los ojos y tenía ante mí un techo blanco miré el suelo y era del mismo color, en realidad parecían estar hechos del mismo material. Noté frío, me incorporé, oteé el horizonte y el hallazgo me sorprendió, estaba encima de una nube.

Pueden no creerme y lo cierto es que no tiene sentido, pero si siguen leyendo sepan que los hechos se vuelven más inverosímiles. Me quité el paracaídas, lo dejé en aquella superficie y eché a andar, quería conocer aquel nuevo lugar, a lo lejos pronto vi cómo una figura se me acercaba, no venía andando, simplemente se desplazaba por la nube como un ente sin levantar los pies (los cuales no veía) se movía como si una suave brisa empujara todo su ser y él se dejara llevar.

- Bienvenida – me dijo cuando estuvo frente a mi, parecía estar hecho de la composición de las nubes pero mostraba aspecto de hombre. Me dio la impresión de que sería un muchacho de diecinueve años, sus vestiduras apenas parecían harapos, eran: una camiseta fina de mangas largas y cuello de pico y unos pantalones piratas también muy ligeros de algodón ambas prendas y color marrón. Llevaba el pelo largo y desordenado teniendo aspecto en su totalidad de mendigo, pero ¿quién podría catalogar así a un ser que “camina” por las nubes?

- Hola ¿Dónde nos encontramos?

- Puede que estés algo desconcertada, pero en este caso la respuesta obvia es la acertada, no hay trampa ni cartón, estamos sobre una nube, mi hogar – se movió curvándose a izquierda y derecha invitándome ver la inmensidad de su territorio - ¿sorprendida? – sus ojos pícaros brillaban – has tenido mucha suerte de caer sobre esta nube otra no te hubiera recogido pero ésta la manejo yo.

- ¿Tú? – pregunté incrédula – pareces el menos indicado por la edad que aparentas

- ¿Y quién es capaz de parar la fuerza de la juventud? – me miró desafiándome – tú misma, intenta derribarme – sonreí y me abalancé contra él, lo traspasé, caí y empecé a reír –

- ¡Qué tonta he sido! Si eres una nube, estás hecho de nada – escuchándome se puso muy serio –

- No te equivoques, ni eres tonta porque podrías haber deducido que si la nube sobre la que te encuentras es sólida, yo también lo soy, ni las nubes estamos compuestas de vacío.

- Entonces ¿por qué tú has sido como un espejismo?

- Porque puedo endurecerme o hacerme desaparecer, has cerrado los ojos y no has visto que me he esfumado un segundo.

- Sorprendente ¿Qué más puedes mostrarme?

- Las siete maravillas, acompáñame – me levanté, lo seguí, me tendió la mano y la tomé, así me demostró que podía ser sólido, echamos a andar y lo que veía era el firmamento desde el mismo cielo, paseando por él, era demasiado bello, irreal.

- Tengo frío – sin contestación verbal pero como respuesta un trozo de nube se puso a mi alrededor protegiéndome de las bajas temperaturas – gracias, así mejor – me miró con sus ojos que respiraban vida y me enamoraban y quise seguirlo adonde me llevara.

- ¿Sabes qué es lo bueno de ser nube?

- No

- Descubres cosas que antes habían sido vedadas en tu vida por las condiciones que te rodeaban

- ¿Cuál es la otra cara de la moneda? – contesté

- Estás atado eternamente

- Vaya

- Aún no he conocido el final de mi condena porque no lo habrá, pero no me canso de conocer nuevos lugares – de mutuo acuerdo el silencio se impuso por unos minutos, quería escucharlo, respirar y sanarme, al final yo misma lo rompí:

- ¿Cómo consigue uno ser nube?

- Comportándose mal

- ¿Es una recompensa?

- Es un castigo muy duro

- ¿Por qué? Estás en este paraíso, viajas y te desprendes de todo lo que realmente te ata: posesiones, lazos, te deshaces de ese amor dañino, lo olvidas y simplemente respiras

- ¿Te olvidas del amor? ¿Te deshaces de él? ¿Te desprendes? – se exaltó - ¿Crees que hay elección? Que uno decide venir aquí, ¿acaso cuando uno está allá abajo sabe dónde llegará cuando muera? –silencio por unos segundos - ¿olvidarme del amor? – dibujó una sonrisa amarga en sus labios – seguramente eso sería un alivio, estoy castigado a ver cómo cada minuto miles de parejas día y noche se entregan los unos a los otros; padres, madres e hijos que se cuidan entre sí, animales con sus dueños, desconocidos unidos que luchan y se protegen por este vínculo. Estoy castigado solamente a contemplar, es cierto, no tienes las largas y frágiles cadenas que se pueden romper mientras vives sino que te atan unas cortas, pesadas e inquebrantables ¿a qué me dedico yo? A ver la vida pasar

- Como miles de personas en la tierra – lo interrumpió ella

- Por propia elección, ellos pueden decir basta, yo no soy dueño de mi propio camino.

- Me gustaría vivir aquí – él le devolvió una mirada profunda y decepcionada –

- ¿En qué consiste tu vida para desear una pena infinita?

- Muerte quizás, puede que por mi culpa muchas personas hayan perdido su vida

- Entonces chica no te preocupes – sonrió – seguro que consigues lo que deseas, es muy posible que llegues aquí. Pero antes de acoger la muerte te recomendaría que vivieras lo que te queda, amando cada segundo porque lo que llegara con ésta no será más que impotencia, no tendrás un propio futuro ni ninguna libertad.

- ¿Entonces tú moriste ya? – él cabeceó arriba y abajo – deslumbras vida – con una sonrisa en sus labios contestó:

- El deslumbrar quizás se me haya pegado del sol, la vida no ha dejado de acompañarme.

- ¿Ésta definitivamente es la otra vida?

- No para todos

- ¿Y dónde están los otros?

- Lo desconozco - contestó, pasearon nuevamente en silencio – creo que es hora de que vuelvas

- Allí no tengo nada – se obstinaba

- Abajo está la vida que has de disfrutar, la que merece nuestro agradecimiento por tenerla

- ¿Cómo bajaré? El paracaídas no funcionó

- Te daré un empujoncito – dijo con gracia – no, te dije que capitaneaba esta nube, arreglaremos el asunto bajándola un poco, agárrate a mí fuerte – aquel sorprendente transporte empezó a desviar poco a poco su rumbo, acercándose cada vez más a la superficie –

- Vaya forma de llamar la atención – dijo ella –

- Allá habrá niebla, nadie te verá

- No voy a olvidarte

- Yo tampoco, esperaré tu regreso - habíamos llegado al final del trayecto – baja

- Te voy a querer para toda la vida

- No, pero vendrás a mí cuando ésta termine.

***

¿Qué hacer ahora es mi dilema? No debo morir, he de seguir adelante y aguantar lo que me aguarda, perspectiva nada prometedora ¿Alguna condena? No lo sé, quizás lo mejor fuera morir para sufrir sólo una vez un castigo ¡Qué pena tan inmensa! o ¡Qué alegría inabarcable! Volver a las nubes y estar con el hombre que me hizo caminar por las alturas

---
Escrito por Fernando José Cabezón Arnaldos,
me reservo todos los derechos del escrito.

Creative Commons License
Camino is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License.

No hay comentarios:

Publicar un comentario