jueves, 21 de octubre de 2010

Dolor de estomago

Sentado en la silla, el plato ha llegado. Tus tripas rugen y aun así lo miras preguntándote si podrás con él. Pruebas bocado y ¡Oh, no! Como un grito de socorro, buscando algo a lo que aferrarte, encuentras un mensaje en tu mente: ¡Quiero que exista el mundo de las ideas y que los reflejos entonces sean más parecidos!

Nunca había sentido tal necesidad, hasta ese momento no había empatizado con Platón pero en la desesperanza necesitas un resquicio a lo que acogerte ¿De verdad esto es real? ¿Habrá una idea que concuerde con lo que ante mí encuentro? ¿Acaso el cocinero no habrá realizado más que una de copia de la copia que él observo de otro?

Discretamente poso mi mirar en los que me acompañan. Con naturalidad, toman sus alimentos, con gracia charlan y ríen. Dos mesas más a la derecha veo que una persona toma lo mismo que yo; su cara no revela espanto ¿Se me notará a mí? ¿No estará tan malo? ¿Es que en realidad no tengo educado el paladar, o ese señor lleva una máscara?

Sigues comiendo, refutas tu percepción, está muy malo, entonces te libras de dudas: lleva una careta. Sin embargo, más y más llevas a la boca puesto que engulliendo no saboreas y por tanto te libras de tal horror. Va desapareciendo, pero ¡Joder! Tu mente protesta, tu boca se queja cada vez que ha de abrirse y cada nueva ingesta es como una losa que cae en el fondo de tu estómago ¿Podré con ello?

Planteas nuevas estrategias ¿Y si lo dejo un poco y luego vuelvo a por él? ¿Pero seré capaz de retomarlo? Si lo abandono durante mucho tiempo llamaré la atención y si declaro que no me gusta causaré mala impresión. Te decides, atacas, la constancia ha sido tu aliada y seguirá acompañándote, observas como apenas quedan dos o tres bocados, pero de repente, sin esperarlo te lanzan un dardo venenoso:

- ¿Te gusta?

Alzas la cabeza y diriges tu vista hacia la ocurrente emisora que dijo esa innecesaria pulla que te ha dañado, tratas de emular al enmascarado y dibujas en tu rostro una sonrisa:

- Está buenísimo – ya se la devolverás piensas.

Todos contentos cada uno sigue a lo suyo, sólo un poco más ¡Terminas! Recuperas la consciencia temporal y miras a tu alrededor, el restaurante está cerrando y tus acompañantes toman café.

- Lo has disfrutado eh, porque nos ha dado tiempo de ir a nuestras casas y volver.

- Sí, lo has degustado segundo a segundo.

- Podrías haber compartido para que probasemos tu placer.


Los miras y te hundes ¿Hablan en serio? Desconocen lo que has sufrido; sonriendo, te excusas y anuncias que vas al baño, vomitas lo digerido y observas el cuadro, váter salpicado y lleno de pota. Ahora tiene mejor pinta.


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Escrito por Fernando José Cabezón Arnaldos,
me reservo todos los derechos del escrito.

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