viernes, 24 de diciembre de 2010

Mi regalo de navidad

La verdad y la mentira

Un día se encontraron la verdad y la mentira, el tiempo era esplendido. Ambas caminaban por unas bellas colinas verdes que dejaban ver cuando subías a su cima, a un lado, más y más bajos montes, al otro, el inmenso mar. El sol brillaba sobre sus seres, este se encontraba rodeado del reflejo liso del mar a su alrededor. Sin embargo la mentira estaba muy triste, de lo que la verdad se percató.

- ¿Qué te pasa? – preguntó la verdad interesada.

- ¿A mí? – a la mentira le sorprendió que se preocuparan con ella; rápidamente asumió una pose segura y fuerte – nada, de hecho hoy me encuentro especialmente bien ¿Y tú?

- Yo también, sólo me había parecido verte un tanto desanimada.

- Oh, no. Las cosas no podrían irme mejor. Cada día soy más popular y querida que el anterior, lo que hace que la consideración positiva hacia mí aumente.

- Ah, qué pena – suspiró la verdad.

- Sin embargo a ti no te va tan bien si no me equivoco; me he enterado de que tras utilizarte, las personas se sienten extrañas porque los que están con ellos los miran raros.

- Bueno, yo me encuentro tranquila. Quienes quieren ser partícipes de mí son siempre bienvenidos. Es cierto que de un tiempo a acá las cosas han estado cambiando, menos personas embellecen sus actos y palabras con mi presencia. Pero en realidad lo que ocurre es que una vez que, por casualidad o adrede, alguien viene a mi lado, luego no se va. Se siente cómoda, libre.

- ¡No! – mintió la mentira – las cosas no son así – y atrapada en su mentira, huyó sin más.

Al siguiente día la verdad se bañaba, jugaba con las olas, hablaba con la espuma y descubría en las entrañas del mar lugares antes desconocidos. A lo lejos, en la arena, la verdad vio que la mentira, a ratos se echaba sobre una toalla, a ratos se erguía y miraba la inmensidad que tenía en frente. El mar también se percató de la presencia de esta; como consecuencia su interior empezó a agitarse hasta embravecer y rugir.

- ¿Qué te pasa? – preguntó gritando la verdad.

- Es ella, no me gusta verla por aquí.

- ¿Por qué? - se extrañó.

- Cuando me toca me mancha. Además siempre está deseando entrar en mí, pero no flota, hundiéndose y teniendo que ir alguno de mis amigos a buscarla. Sin embargo ella sigue viniendo y mirando con deseo.

- ¡Ah! Pobrecita ¿no?

- A veces me compadezco, en otras ocasiones sólo quiero que desaparezca.

La verdad, apenada por lo que acababa de escuchar, ligera salió de aquel bello espacio y llegó hasta la toalla donde la mentira se encontraba recostada.

- Me tapas el sol.

- Ups, lo siento. Estoy mojada ¿tienes una toalla más?

- No – pero la verdad vio que la mentira apoyaba su cuello sobre otra.

- Jo ¿te apetece bañarte? el mar hoy está esplendido, radiante; verás, cada día que pasa lo encuentro más apetecible que el anterior ¿puede ser así? – la verdad se perdió en sus pensamientos.

- Quizás estaría bien – respondió la mentira.

- ¿Qué?

- Bañarnos.

- ¡Ah! De acuerdo, pero luego me prestas la otra toalla que tienes ahí.

- Vale - contestó con cierto grado de verosimilitud, aunque quizás sólo fuera un reflejo-

El mar no daba crédito; la mentira, acompañada de la verdad, andaba hacia su ser. Acto seguido ambas se introducían en él, sentía una extraña sensación de seguridad y desapego. Amaba a la verdad y detestaba a la mentira. Deseaba al mismo tiempo enviarles una ola para que se divirtieran y mandarles un maremoto para que se hundieran.

Los peces que rodeaban a la mentira trataban escapar o fallecían, los vegetales se marchitaban y la arena oscurecía. Mas todo el mar al sentir que a la mentira la acompañaba la verdad, se estremecía menos.

- ¿Qué tal? ¿No te dije que era maravilloso? – expresó la verdad.

Y de hecho, aun sintiendo las malas vibraciones que producía el mar; al ir junto a la verdad estaba siendo recibida mejor que nunca. Empezó hasta a esbozar una sonrisa, pero no como las que solía dibujar en su rostro, sino una producida por la bondad. Las compañeras continuaron sumergiéndose hasta que inevitablemente la mentira se hundió. Presurosa la verdad fue a auxiliarla y pensando que esto era lo mejor, la llevó fuera del amor, que como no podía ser de otra manera, no podía haber sido capaz de soportar el peso de la mentira.

Al fin en tierra firme y recuperada la mentira, corrió hasta su toalla para alejarse de la verdad. Se sentía peor que antes de haberse encontrado con su opuesto. La verdad arribó hasta su ser y la mentira sin mirarla le tendió la prometida toalla. Alegre la verdad al comprobar que su compañera cumplía con su palabra, se dispuso a tomarla. Entonces aquella, rabiosa, la llenó de arena.

- ¡Cógela si quieres! – la verdad sin saber qué contestar, se quedó simplemente observando a su amiga. Esta incómoda continuó reprochándole - ¿estás ahora contenta? Después de haberme humillado y por poco ahogado.

- Yo no quería que…

- ¡Calla mentirosa!

- Pero…

- ¿Qué?

- Quizás si mintieras menos podrías disfrutar del mar.

- ¿Acaso es este tan importante? No es más que una inmensidad ingrata, un club selecto al que sólo unos pocos pueden entrar.

- Te equivocas.

- Estúpida – espetó la mentira y tomando sus toallas se alejó.

La verdad se sentó sobre la arena y jugó con ella. Tomaba un puñado, lo apretaba y esta se le escapaba, mas unos granos se quedaban con ella. Esto le alegro y pensó durante un rato que sus acciones valían la pena. Sin embargo no podía olvidarse de la mentira, sola y triste, la mentira sabía que la utilizaban para luego deshacerse de ella, la olvidaban hasta que de nuevo acudían a ella. La mentira mil veces se hubiera deshecho de los mentirosos, mas sin ellos no podía existir.

La mentira se mentía diciéndose que en realidad era apreciada, pero hasta ella sabía que la querida era la verdad.

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Escrito por Fernando José Cabezón Arnaldos,
me reservo todos los derechos del escrito.

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