domingo, 21 de agosto de 2011

Distancia

"- Voy a contarte una historia:

Érase una vez un hombre que escribía metros, más aún, pensaba metros. Quiero decir que lo único que pasaba por su mente era las distancias de un lugar a otro. De esta manera él, sin pretenderlo, continuamente calculaba lo restante entre un lugar y otro, llegando a obtener mayor precisión que esos punteros láser que con su luz roja tratan de medir automáticamente y sin esfuerzo para mayor comodidad de las personas. Él era mejor.

Pensaba pues, ciento veinte metros hasta ese edificio que tienes sesenta de altura y que está a quince de su derecha, superando a este último por tres y teniendo ambos cuarenta de ancho. Su actividad preferida implicaba a los objetos móviles: animales y personas especialmente, ya que los objetos manejados por el hombre acostumbran a soportar una velocidad que superaba su capacidad. Le era interesante, sin embargo, medir distancias con humanos, precisamente porque estos no estaban quietos: gesticulaban, hablaban, andaban etc. Siempre le había seducido la perspectiva de "atrapar" a aquellos que corrían o se movían, mas en su infancia o ahora cuando ya se encontraba cansado, comenzaba con aquellos que estaban sentados en bancos o en alguna superficie. La mayor dificultad cuando se trata de este modo de juego, pensamiento, era elegir cuál sería el punto de referencia a la hora de establecer la medición, si sería uno más quieto (cabeza normalmente...) o más movido (manos, piernas) e ir cambiando repentinamente, aumentando la dificultad del asunto.

A este señor, próximo a la cincuentena, le gusta complicar las cosas y alterar de la manera más rápida los posibles puntos de cálculo o, incluso, añadir cada vez más componentes al reto, midiendo así la lejanía entre ellos mismos, luego respecto a sí y con otro objetos, móvil o fijo; terrestre, marítimo o aéreo. Mas, puede complicarse todavía más su vida en presencia de mujeres. Pongámonos en el caso de que nos encontramos en un bar, en que el sujeto A, medidor, ha arribado con los sujetos B y C, amigos ambos del anterior. B y C toman cervezas mientras que A es acompañado por un botellín de agua. Como A y B están solteros echan todos juntos un vistazo a su alrededor y, sentados están a una mesa, piden al medidor la distancia respecto a otras mujeres, apuntando la longitud en un papel. Tras esto uno de los divertimentos comienza con el calentamiento. Los tres, especialmente B y C, hablan de las chicas que les gustan, cómo abordarlas en una conversación, si mirar o eludir sus ojos, predicciones de personalidad y demás; comportamiento sin dudas adolescente. Después piden de nuevo a A que use su habilidad sobre los mismos puntos, siguiendo la mayoría en sus ubicaciones anteriores, y es ahora cuando descubren cuáles agradan al medidor, debido a que él desvirtúa totalmente la realidad dando cifras ilógicas, de manera que la que antes se hallaba a, por ejemplo, cuatro metros, ahora a podido mudarse, sin haberse movido, a veinte; y la de siete sin haberse desplazado está en treinta y ocho. Aquella que proporcionalmente se ha alejado más respecto a las otras chicas es aquella que más agrada a A. Suelen llegar los fallos motivados por la pasión hasta los cien metros, pero en una ocasión particular llegó al kilómetro, produciéndose una discusión entre los parlamentarios. A dijo:

- ¿Habéis visto sus cabellos, la ondulación que grácilmente cae sobre sus hombros; la luz que irradian en esta noche y el brillo deslumbrante a una distancia tan grande como la que nos separa? Y sus ojos, tiernos trozos de alma. Está a mil y un metros de mí, los cuales se componen por formas verdes y azules, avistando entre ellos el manantial de la vida, suministrado por el aire que respira y al que se accede a través de esos labios, los cuales llamaría una y otra vez para que me dejaran entrar. Todo esto acompañado de su bella y tersa piel morena, su rostro fino, un cuerpo ligero y a la vez fuerte...

C, ducho en estos campos, contestó:

- Pero nunca vas a estar con ella mientras sigas mirándola. Pasarán años en los que la contemples y ella, de reparar en ti, pensará que eres un trozo frío de piedra.

- Porque no conocerá mis sentimientos - replicó A.

- Sí, dado que solo la admiras. Ella se convierte en un objeto distante que mitificas y ensalzas. Amigo mío, esto no lo desea una mujer, ella necesita sentirse querida y acompañada.

- ¡No hay otro como el amor que yo puedo dar! - protestó.

- Busca sentirse realmente querido, con un hombre caminando a su lado; sin la lejanía propia, ya sea física o psíquica, habida entre la relación de admirador y objeto admirado.

Mientras, B se acercó a la susodicha y le pidió el número de teléfono en nombre de A, pero no lo consiguió:

- ¡Loco, es una musa! - lo amonestó este último.

Aquí se cierra el episodio. En la ocasión presente los amigos de A, como siempre hacían, lo animaron para que se acercara a una chica que se encontrara a una distancia no demasiado grande, este se negó y en un inusitado acceso de valentía se acercó a aquella cuya lejanía más se había prolongado.

A considera que el mejor momento que puede darse en una persona es aquel en el que se une con aquella que la atrae, sobre todo si existe el amor como vínculo interno. Cuando A distingue parejas besándose no puede pensar distancia entre ellos, esta tampoco existe cuando las personas practican el sexo. Por otro lado el hombre y la mujer puede crear un vínculo indestructible y que los sobrevivirá, el hijo.

De manera, mujer, que he llegado a tu lado y, como mi mente es domindada por los metros, esto es lo único que se me ha ocurrido contarte, mi realidad. Solo deseo que la distancia entre tú y yo se acorte ¿de acuerdo?"

La charla de A terminó.

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Escrito por Fernando José Cabezón Arnaldos,
me reservo todos los derechos del escrito.

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